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Cuatro clásicos romanos que nos explican cómo funciona la política aún hoy
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Cuatro clásicos romanos que nos explican cómo funciona la política aún hoy

Son breves y no llegan a las cien páginas, pero lo sorprendente es la vigencia de muchas de sus reflexiones sobre el poder y la naturaleza humana, la ambición y el fracaso

Foto: Cuatro clásicos romanos que nos explican cómo funciona la política actual. (EC Diseño)
Cuatro clásicos romanos que nos explican cómo funciona la política actual. (EC Diseño)

Los romanos escribieron obsesivamente sobre política. Hoy sabemos muchas cosas acerca de la personalidad de sus gobernantes, la manera en que funcionaba la corrupción, la presencia constante de la violencia y la indiferencia burlona que suscitaban los líderes entre los plebeyos. Lo más llamativo, sin embargo, es la vigencia de muchas de sus reflexiones sobre el poder y la naturaleza humana, la ambición y el fracaso.

Con motivo de la Feria del Libro, recomiendo cuatro de esos clásicos. Son todos muy breves —ninguno llega a las cien páginas— y han sido reeditados en los últimos meses en castellano y se encuentran con facilidad. Los cuatro son muy distintos, pero tienen algo en común: se escribieron durante las décadas en las que Roma pasó de ser una república a convertirse en un imperio, o versan sobre ese tiempo de transición, y están impregnados de una sensación de fatalismo y decadencia. Su mensaje es, por lo general, devastador. Pero el último libro también señala un camino hacia la serenidad.

'Guerra de Jugurta': la decadencia de las élites

placeholder 'Guerra de Jugurta': la decadencia de las élites.
'Guerra de Jugurta': la decadencia de las élites.

La llamada “guerra de Jugurta” fue un conflicto relativamente menor en el que Roma se enfrentó durante seis años al rey usurpador de Numidia, un pequeño reino del norte de África. Sin embargo, hoy la recordamos porque el historiador Salustio escribió un impresionante librito sobre ella del mismo título (editorial Gredos). En él, se cuenta cómo Jugurta, “estimando que era cierto lo que había escuchado a sus amigos […], que en Roma todo estaba en venta, así como enardecido también por las promesas de quienes poco antes había atiborrado de regalos”, corrompió al Senado y al resto de la élite romana con oro y consiguió que estos traicionaran a un viejo y leal aliado de la República. El resultado no solo fue una guerra, sino la constatación de la pérdida de cohesión en la sociedad romana y la desaparición de los valores que, según Salustio, hicieron de Roma el centro del mundo. “Así, entró la avaricia sin límite ni mesura, acompañada del poder, y todo lo contaminaba y lo devastaba, nada consideraba importante ni sagrado, hasta que ella misma se hundió en el abismo. Pues tan pronto como entre la nobleza surgieron quienes anteponían la verdadera gloria al poder injusto, la ciudad comenzó a agitarse y la disensión civil a manifestarse como un cataclismo”.

El libro es lúgubre y moralista. Lo cual es irónico, porque Salustio fue también un político que debió abandonar la vida pública porque el Senado le acusó de haberse corrompido cuando ejercía como gobernador de África. Como tantos otros políticos, descubrió la virtud tras retirarse. Pero, a diferencia de la mayoría, se convirtió en un extraordinario historiador y comentarista de la política romana.

'Manual de campaña electoral': cómo ganar unos comicios

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'Manual de campaña electoral': cómo ganar unas elecciones.

Roma nunca fue una democracia. Pero el cargo de cónsul, el de mayor rango de la República, se sometía al voto popular. Muchas veces, las elecciones se ganaban gracias a sobornos y trampas, pero de todos modos requerían que los candidatos hicieran campaña para conseguir apoyos y votos. Así lo refleja Manual de campaña electoral (editorial Gredos). En realidad, el texto es una carta que Quinto Tulio Cicerón mandó a su hermano mayor, Marco (el Cicerón famoso) para, como si fuera el jefe de su campaña electoral, darle consejos sobre lo que debía hacer para conseguir que le eligieran cónsul.

Todo resulta sorprendentemente actual. Lo primero que Quinto recomienda a su hermano es que se presente como un “hombre nuevo”. Debe explicar que, si en el pasado tuvo tratos e hizo negocios con sus actuales adversarios, fue solo por casualidad y sin querer. Quinto también le recomienda que hable muy bien de sí mismo y muy mal de sus adversarios. Él es “tenaz, trabajador, íntegro, gran orador, influyente”, mientras que sus dos adversarios deben ser presentados como “asesinos desde la infancia, ambos depravados, ambos indigentes”. También debe recordarse constantemente su pasado deshonroso, como el de aquel que “vivió en compañía de comediantes y gladiadores”.

Es importante ganarse la gracia de los famosos y los poderosos; a tal fin hay que “mostrarse cariñoso y agradable con ellos” y hacerles ver que, si en el pasado te han hecho algún favor, una vez que te escojan para el cargo se lo podrás devolver con creces. Para ganarse el apoyo del pueblo, es fundamental memorizar el nombre de la gente, para que crea que le importas, y que la vuestra es “una amistad no breve y electoral, sino firme y permanente”. “La gente quiere promesas”, dice Quinto. Finalmente, dice, “procura que toda la campaña esté llena de boato, que sea brillante, y esplendorosa, y popular; que tenga una extraordinaria presentación y dignidad”. Todo eso puede reconocerse aún en las campañas que vivimos ahora. Por cierto: Cicerón ganó.

'Nerón': cómo ser un tirano megalómano

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'Nerón': cómo ser un tirano megalómano.

Suetonio es recordado, sobre todo, porque escribió la biografía de doce césares romanos. Una de las mejores es la de Nerón (Guillermo Escolar Editorial); el personaje es tan desmesurado, y sus vicios tan excesivos, que el relato de su vida resulta adictivo.

Suetonio empieza contando las virtudes de Nerón como gobernante. Demostró tener modales liberales, clementes y benevolentes, e incluso bajó los impuestos. También pagó muchos espectáculos circenses, obras de teatro y combates de gladiadores. Y tuvo el buen criterio de condenar a suplicios a los cristianos, “unos hombres que profesaban una especie de superstición nueva y maléfica”. Sin embargo, dice Suetonio, “si hasta aquí he recopilado […] todo lo que hizo Nerón digno de encomio y exento de toda censura, es para diferenciarlo de sus infamias y crímenes”.

Y ahí empiezan las páginas más terribles. Le cogió afición a cantar en público y decretó que “mientras él cantaba no se permitiera que nadie saliera del teatro, ni siquiera por una extrema necesidad”; incluso hizo destruir los bustos de los cantantes y actores del pasado para que no opacaran su fama.

Foto: 'Pollice verso', el famoso cuadro de Jean-Léon Gérôme, de 1872, sobre las luchas de gladiadores, el pan y circo romanos. (Creative Commons)

“Además de acostarse con jóvenes de buena familia y con mujeres casadas”, violó a una virgen vestal, hizo castrar a un esclavo para que, una vez convertido en cierto sentido en mujer, pudiera casarse con él; cuando viajaba en litera con su madre, aparecían sospechosas manchas en su ropa. Suetonio es perspicaz al explicar por qué actuaba así: Nerón creía que, en realidad, “ningún hombre era púdico”; la mayoría ocultaba sus vicios, pero él, gracias a su poder, podía practicarlos a la vista de todo el mundo, lo cual en cierto modo era más honesto. Según Suetonio, hizo incendiar Roma porque le disgustaban los edificios feos y las calles irregulares de la ciudad. “No ejerció ninguna distinción ni mesura para hacer matar a cualquiera que le apeteciera y por el motivo que fuera”, singularmente si era de su familia, dice.

Pero, al mismo tiempo, fue un cobarde. Cuando el gobernador de la Galia se rebeló contra él, Nerón entró en pánico y tuvo que oír una ominosa frase de sus soldados, que esperaban que, ante su inevitable derrota, se suicidara: “¿Acaso es tan terrible morir?”. Imploró al pueblo que le perdonara sus excesos pasados y que le diera otro cargo en Egipto, y al final se escabulló disfrazado. Solo se suicidó cuando estaban a punto de apresarle, pero tuvo que ayudarle un criado porque solo no era capaz.

“Siempre —dice Suetonio en una frase que puede aplicarse a muchos líderes actuales— sintió un gran deseo de fama eterna y constante, pero de una manera enloquecida”.

'De la vida feliz': la felicidad fuera de la política

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'De la vida feliz': la felicidad fuera de la política.

Séneca goza ahora de una merecida fama como pensador estoico. Pero con frecuencia se olvida que también ejerció la política, un oficio de alto riesgo en la Roma del siglo I. Fue condenado a muerte por intrigas, aunque se le conmutó la sentencia por el exilio; más tarde fue lo que hoy llamaríamos un asesor y redactor de discursos para Nerón, y como tanta gente que hace ese trabajo, quiso abandonarlo para disfrutar de una mayor tranquilidad. Sin embargo, nunca fue capaz, a pesar de que su influencia sobre el emperador fue menguando y fue concentrándose cada vez más en su inmensa obra.

Ahora, la editorial Taurus ha preparado una edición de sus escritos relacionados con el saber vivir, De la vida feliz. Su filosofía la resume con pocas palabras: “el hombre feliz es aquel que, gracias a la razón, nada teme ni desea nada”. Y todo el libro está lleno de los consejos que hoy son célebres, en parte, porque él los acuñó. Sé consciente de que el tiempo pasa deprisa. Disfruta de la amistad. Confórmate con poco —aunque para él, como en el caso de otros estoicos, esto tenía un significado ambiguo, puesto que era muy rico—. “No tengas por bien ni por mal aquello que no acontece ni por virtud ni por malicia”. Sé “inconmovible a los embates del mal y a los halagos del bien”. Rehúye a la muchedumbre: “Dañino es el comercio con la multitud; nadie hay que no nos contamine con algún vicio o no lo grabe en nosotros, o sin que nos demos cuenta no nos manche con su contacto. Y, cuanto más grande sea la turbamulta con que nos mezclamos, tanto mayor es el peligro”.

En este librito, la política está ausente, pero el mensaje es implícito: la única manera de ser feliz es alejarse de ella. Él experimentó por última vez los estragos de la política cuando Nerón le acusó de haber participado en un complot para asesinarle y le obligó a suicidarse.

Los romanos escribieron obsesivamente sobre política. Hoy sabemos muchas cosas acerca de la personalidad de sus gobernantes, la manera en que funcionaba la corrupción, la presencia constante de la violencia y la indiferencia burlona que suscitaban los líderes entre los plebeyos. Lo más llamativo, sin embargo, es la vigencia de muchas de sus reflexiones sobre el poder y la naturaleza humana, la ambición y el fracaso.

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