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Les Luthiers, el humor que encantaba a Felipe González y a Julio Iglesias
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Les Luthiers, el humor que encantaba a Felipe González y a Julio Iglesias

Se reedita 'Les Luthiers de la L a la S', el libro que cuenta la historia de éxito de este grupo humorístico que enamoró a varias generaciones y llenó teatros de más de 10.000 personas

Foto: El grupo Les Luthiers durante su actuación en julio de 2023 en el Festival Porta Ferradase con el espectáculo 'Más tropiezos de Mastropiero'. (EFE/David Borrat)
El grupo Les Luthiers durante su actuación en julio de 2023 en el Festival Porta Ferradase con el espectáculo 'Más tropiezos de Mastropiero'. (EFE/David Borrat)

La premisa con que el grupo humorístico argentino Les Luthiers organizaba sus espectáculos parece hoy inverosímil. Cinco hombres de mediana edad salían al escenario vestidos con esmoquin, muchas veces acompañados de instrumentos musicales que habían fabricado ellos mismos, y procedían a parodiar las convenciones de los conciertos de música clásica. En ocasiones, también cantaban tangos, boleros o calipsos en clave humorística. Su personaje más recurrente era Johann Sebastian Mastropiero, un compositor sin talento que conseguía engañar a aristócratas ricas para que le mantuvieran y cuya obra era un plagio sistemático. Un chiste prototípico de Les Luthiers incluía a un señor que pronunciaba mal el nombre de la musa de la danza Terpsícore —Esther Píscore, la llamaba— y un malentendido sobre el merengue como postre y el merengue como género musical. ¿Quién demonios podía reírse con eso?

La respuesta es que mucha gente. Y, además, mucho. El humor de Les Luthiers se basaba, en buena medida, en los juegos de palabras, pero tuvieron un éxito enorme en países de habla hispana con registros muy distintos. Tenían tanto éxito que actuaban en lugares inhóspitos como pabellones deportivos, en cuyos escenarios parecían figuras minúsculas. Trabajaron, además, a lo largo de cincuenta y siete años —desde 1967 hasta 2023— en los que el humor se transformó completamente. Y, a medida que sus muy carismáticos miembros se fueron muriendo o retirando, fueron sustituidos por otros. Si uno entra en YouTube y ve algunos de sus mejores gags, entiende a qué se debieron su fama y su longevidad: eran increíblemente ingeniosos, cultos y payasos al mismo tiempo. Estos días he vuelto a ellos con motivo de la aparición en la editorial Debate del libro Les Luthiers de la L a la S, de los periodistas Daniel Samper y Álex Grijelmo, que cuenta la historia del grupo.

Libro para fans

Les Luthiers de la L a la S es un libro para fans. Pero incluso para estos puede resultar insatisfactorio: es desordenado y, en algunos puntos, reiterativo; se nota que apareció por primera vez hace treinta años y que su primera mitad se ha actualizado fragmentariamente; la segunda, añadida a posteriori, es más ordenada. A pesar de ello, los fans perdonarán esas deficiencias, porque encontrarán en él muchas historias divertidas e iluminadoras. Tiene, además, una virtud innegable: a medida que uno va leyendo sobre la creación de los espectáculos, la redacción de los gags o la personalidad de los integrantes, va reproduciendo mentalmente los chistes que ha oído decenas de veces, con la particular voz de cada uno de ellos, y se vuelve a reír. Mucho.

Porque la historia es asombrosa. A mediados de los años sesenta, muchas facultades argentinas contaban con coros amateur que cantaban repertorios clásicos y competían entre sí en concursos. De uno de ellos surgió el grupo I Musicisti, que, a causa de rivalidades personales y discrepancias artísticas, se escindió en dos. El segundo fue Les Luthiers, que fue cambiando de miembros —algunos, robados a su antecesor; también a causa de una muerte prematura— y en el que los choques entre estos no desaparecieron nunca. Simplemente, como cuenta el libro, sus miembros aprendieron a convivir con ellos y, con el transcurso de las décadas, a hacerlos tolerables.

placeholder Portada de 'Les Luthiers, de la L a la S'.
Portada de 'Les Luthiers, de la L a la S'.

Pero a pesar de ello, su triunfo fue estruendoso. “El éxito de masas comienza en una fecha cierta: mayo de 1975, cuando Les Luthiers dieron el atrevido paso de debutar en el Teatro Coliseo, un enorme recinto para 1.757 espectadores” en Buenos Aires, dice el libro. Lo llenaron. Se fueron de gira por casi toda Latinoamérica y España. Estrenaron el brillante espectáculo Mastropiero que nunca, en una de cuyas canciones, La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa, lo que parece un inocente madrigal medieval en el que una doncella lava sus prendas en un arroyo, se convierte, debido a una confusión en el orden de las partituras, en una escena de sexo duro con un jinete. Los éxitos siguieron hasta que en los años noventa un nuevo manager les impulsó a actuar en pabellones de diez o doce mil espectadores. A sus espectáculos, cuenta el libro, acudían presidentes de gobierno como Felipe González y estrellas del espectáculo como Julio Iglesias. La carencia temática más llamativa del libro es que, aunque es franco acerca de los enfrentamientos por culpa de los egos y las discrepancias, apenas aborda un tema que parece relevante en una historia de éxito descomunal: el dinero.

Lo que sí está en Los Luthiers de la L a la S, sin embargo, son los trucos que utilizaban sus miembros para componer y escribir los gags, innumerables anécdotas de las giras, la manera en que conseguían que los chistes tuvieran gracia —la clave, dice Marcos Mundstock, consiste en “llevar el remate en la última palabra del párrafo”— y la metodología de su trabajo, muy compleja y disciplinada. Para hacer reír, transmite el libro, debían ser serios y metódicos.

La gran duda con los Luthiers es si su legado seguirá vivo. Su obra ha tenido un enorme éxito entre tres generaciones. Pero tengo dudas de que perviva en las siguientes. No solo porque algunos chistes hayan pasado de moda o la moral haya cambiado. Sino porque, como decía al principio, parece inimaginable hoy hacer reír basándose en códigos musicales o culturales que están desapareciendo o se han vuelto muy minoritarios. Sin embargo, sería una gran noticia que estuviera equivocado y que otra generación más siga riéndose al oír cómo Daniel Rabinovich confunde, durante la presentación de una obra musical, el origen de su temática: ¿era “una vieja leyendo ebria” o “una vieja leyenda hebrea?”.

La premisa con que el grupo humorístico argentino Les Luthiers organizaba sus espectáculos parece hoy inverosímil. Cinco hombres de mediana edad salían al escenario vestidos con esmoquin, muchas veces acompañados de instrumentos musicales que habían fabricado ellos mismos, y procedían a parodiar las convenciones de los conciertos de música clásica. En ocasiones, también cantaban tangos, boleros o calipsos en clave humorística. Su personaje más recurrente era Johann Sebastian Mastropiero, un compositor sin talento que conseguía engañar a aristócratas ricas para que le mantuvieran y cuya obra era un plagio sistemático. Un chiste prototípico de Les Luthiers incluía a un señor que pronunciaba mal el nombre de la musa de la danza Terpsícore —Esther Píscore, la llamaba— y un malentendido sobre el merengue como postre y el merengue como género musical. ¿Quién demonios podía reírse con eso?

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