El erizo y el zorro
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Elfos, dragones y espadas láser: por qué todas las series parecen la misma
Los espectadores nos hemos vuelto adictos a ver la misma historia con enfoques solo ligeramente distintos. Preferimos los personajes que conocemos a otros completamente nuevos
En el segundo episodio de la segunda temporada de Los anillos del poder, la precuela de El señor de los anillos, que empezó a emitirse la semana pasada en Amazon, Galadriel, una rubia guerrera perteneciente a la raza de los elfos, se arrodilla ante un árbol mágico en mitad de un bosque sagrado para rememorar a su hermano fallecido.
Mientras lo veía en la pantalla del ordenador, me quedé confundido. ¿Era ese hermano aquel personaje menor de la primera temporada que vi hace dos años? ¿O era otro? Mi cabeza divagó aún más: en Juego de tronos también hay bosques encantados en los que algunos árboles facilitan el contacto con los ancestros de la familia Stark. Pero, un momento. Los rubios eran los Targaryen, no los Stark, ¿verdad? ¿Ese hermano elfo no se parecía además al marido de la princesa Rhaenyra? ¿Estaba viendo Los anillos del poder o La casa del dragón? Por un momento, me pareció igual de verosímil que en la escena apareciera un dragón o un hobbit. O, incluso, una espada láser, vista la progresiva convergencia de las nuevas series de La guerra de las galaxias con estos universos.
Hoy, todas las series de éxito se parecen mucho. Los guionistas y los productores audiovisuales se dedican básicamente a explotar historias que se crearon hace décadas y que ya saben de antemano que contarán con un enorme número de espectadores. Las grandes plataformas tienen incentivos para intentar que sea así. Los derechos de estas grandes sagas son caros: Amazon pagó alrededor de 250 millones de dólares a la familia Tolkien por los derechos su obra, y George RR Martin cobró alrededor de 50 para que se desarrollen series basadas en el universo de
Y los resultados no suelen ser catastróficos. La ejecución siempre es cuidada. Los guiones y la dirección suelen ser correctos. Los actores y actrices son buenos profesionales cuya belleza, sin embargo, a veces parece impersonal. Ahora, además, las plataformas disponen de una gran cantidad de datos acerca de los capítulos que más gustan a los espectadores, en qué momentos de la serie estos dejan de verla o qué giros de guion les enganchan más, por lo que los autores tienden a adaptarse a esos gustos y a no meter demasiado la pata. Para ser rentables, además, en muchas ocasiones las series deben triunfar internacionalmente, por lo que adoptan un tono cuidadosamente neutro que les permita gustar en cualquier país. La consecuencia es que todas las historias se parecen.
Parece una fórmula de éxito. No solo en el caso de Juego de tronos –se está preparando una nueva precuela titulada El caballero de los siete reinos—, El señor de los anillos —habrá una nueva película centrada en uno de los protagonistas del relato original, Golum— o La guerra de las galaxias, cuya excesiva explotación ha llevado a que su última serie, The Acolyte, ya haya sido cancelada. Como si siete libros y ocho películas no fueran suficientes, se está rodando una nueva serie sobre Harry Potter, y también nuevas entregas de las Crónicas de Narnia.
La misma historia mil veces
Pero todo esto también dice algo sobre los gustos de los espectadores. Nos hemos vuelto adictos a ver una y otra vez la misma historia con enfoques solo ligeramente distintos. Tras un día de trabajo, en el sofá, preferimos ver a personajes que conocemos, que viven intrigas y tramas que no nos sorprenden, a tener que conocer de cero otros completamente nuevos. Y la fantasía y la ciencia ficción tienen dos rasgos que contribuyen a que sean tan fáciles de consumir. Por un lado, muestran las debilidades del ser humano —aunque las encarnen seres míticos como los elfos, los hobbits o los jedis— y conflictos muy reconocibles relacionados con el poder, la riqueza o el amor. Al mismo tiempo, su mundo es suficientemente distinto del nuestro como para que sean escapistas y nos permitan evadirnos de nuestros problemas, cosa que quizá las series realistas no permiten en la misma medida. Es una fórmula perfecta y por eso se explota con tanta insistencia.
Porque no se trata solo de las series. Las cinco películas de 2024 más taquilleras en todo el mundo pertenecen a sagas de las que ya había alguna entrega anterior y casi todas ellas tienen que ver con la fantasía y la ciencia ficción: Del revés 2, Deadpool & Wolverine, Mi villano favorito 4, Dune: segunda parte y Godzilla y Kong: el nuevo imperio. Incluso la literatura se ha contagiado de esta tendencia: de los diez libros de ficción más vendidos en España la semana pasada, seis pertenecen a la misma serie de terror fantástico, Blackwater.
No tengo nada en contra de esta forma de cultura popular. Al contrario: me gusta y la consumo incluso cuando es mediocre. De hecho, creo que, a veces, transmite ideas y emociones más intensas que las de la cultura supuestamente elevada. Pero la reiteración perpetua de historias y temas, y la creciente homogeneidad, dicen algo del momento en que vivimos. No queremos riesgos. Queremos historias conocidas. Y si las protagonizan personajes con nuestras mismas debilidades, pero que viven en otros mundos, mucho mejor: no fuera a ser que su excesivo parecido con el nuestro nos quitara el sueño tras un día de trabajo.
En el segundo episodio de la segunda temporada de Los anillos del poder, la precuela de El señor de los anillos, que empezó a emitirse la semana pasada en Amazon, Galadriel, una rubia guerrera perteneciente a la raza de los elfos, se arrodilla ante un árbol mágico en mitad de un bosque sagrado para rememorar a su hermano fallecido.
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