"El núcleo irradiador": nunca te fíes de alguien que no habla claro
Quien escribe de manera oscura sobre cuestiones sociales, periodísticas o políticas de interés general no es del todo sincero. Oculta algo. Muchas veces, sus argumentos reales
Íñigo Errejón, en una rueda de prensa en el Congreso en junio de 2024. (Europa Press/Eduardo Parra)
"Una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica". “Una forma de vida neoliberal”. Por no hablar del “núcleo irradiador”. Íñigo Errejón quizá sea la persona que, escribiendo de manera deliberadamente confusa, más lejos ha llegado en la vida pública española.
Durante una década ha mezclado conceptos oscuros con elementos cursis. Ha utilizado palabras grandilocuentes combinadas con descripciones costumbristas, como cuando se retrataba a sí mismo como “una máquina sin sentimientos” pero también “como un niño pequeño [que se comporta] como si se fuera a agotar la vida”. Sus frases solían ser largas, pero los títulos de sus libros eran cortos y contundentes: Con todo. Qué horizonte. Construir pueblo. Más allá de lo que uno piense de sus ideas políticas y su conducta personal, esta fórmula ha resultado imbatible para impresionar a muchos votantes y periodistas y transmitir que era un estratega político excepcional.
Errejón es quien más lejos ha llegado con esta retórica oscura y al mismo tiempo sentimental. Aunque tenía competencia, y no solo en su partido. Iván Redondo, el ex jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, utiliza en muchas ocasiones ese recurso: hace poco, describió crípticamente a Mariano Rajoy como “el samurái de Sanxenxo”. Decenas de analistas de mi generación también han adoptado esa táctica: en las últimas semanas, por ejemplo, me he topado con las expresiones “empoderarse críticamente” y “microfísica sexista”. “Si no se entiende del todo, sonará profundo”, parecen pensar quienes las escriben. Sin embargo, el suyo es solo un caso más de una tendencia generalizada en la vida intelectual: escribir raro para parecer mejor.
Escribir de manera oscura es deshonesto
Contar cosas complicadas es complicado. Durante siglos, los juristas han justificado que su prosa fuera indescifrable afirmando que los temas que describían eran complejos. Es cierto. Pero su dificultad también era una manera de señalar estatus: si usabas y entendías su lenguaje era porque formabas parte de un reducido club de entendidos; si no lo comprendías, se debía a que eras una persona vulgar. Los funcionarios de los Estados modernos utilizan el lenguaje abstruso, también, para generar miedo: la burocracia es compleja, pero el hecho de que las comunicaciones que te envía sean imposibles de entender refleja una mentalidad cruel. Hace poco mi mujer recibió un correo electrónico en el que, supuestamente, Hacienda le reclamaba un pago, aunque enseguida nos dimos cuenta de que era falso por el simple hecho de que era comprensible.
Decenas de filósofos, muchos de ellos marxistas, influidos por el pensamiento francés, han creído que la ininteligibilidad otorga distinción
En las últimas décadas, los académicos dedicados a las humanidades, la filosofía o las ciencias sociales han querido imitar estas muestras de estatus y la capacidad de intimidación asumiendo una retórica oscura pensada para impresionar. Decenas y decenas de filósofos, muchos de ellos marxistas, influidos por el pensamiento francés, han creído que la ininteligibilidad otorga distinción. La teoría de la deconstrucción, por ejemplo, a la que yo fui adicto durante un breve y desafortunado periodo de mi juventud, utilizaba toda clase de conceptos extraños —“diferancia”, “diseminación” o “logocentrismo”— para explicar que las palabras, en realidad, no tienen más significado que aquel que la tradición opresora les ha dado. Hoy, cuando se ha convertido en un tópico hablar de “deconstruir” la masculinidad, como propone otro autor contemporáneo de la escuela de la imprecisión, lo que se quiere decir es que hay que criticar el machismo. Pero de una manera extraña: “Auscultemos los pliegues y las brechas, las heridas y las rupturas sin renunciar […] a la alegría”, proponía en un artículo reciente.
Sin embargo, no se trata solo de estética. Y esta es mi tesis: quien escribe de manera oscura sobre cuestiones sociales, periodísticas o políticas de interés general no es del todo sincero. Oculta algo. Muchas veces, sus argumentos reales. En el peor de los casos, sus intenciones.
No me malinterpreten. Con esto no quiero decir que quienes tienden a mezclar la grandilocuencia conceptual con el sentimentalismo sean mala gente. Pero sí creo que la escritura confusa tiende a ser una consecuencia del pensamiento confuso y la consideración de que el lenguaje no es una manera de comunicar hechos e ideas, sino de exhibir la pertenencia a un grupo y expulsar de él a muchos de quienes podrían estar interesados en lo que se dice. Lo cual es particularmente llamativo entre los pensadores de izquierdas que creen encarnar los intereses del pueblo pero, con frecuencia, hablan de tal manera que este no puede entenderles. La vaguedad, además, les permite no comprometerse: en lugar de decir “propondremos una ley que, frente a este problema, diga esto”, suelen afirmar cosas como “recoseremos los afectos para un futuro con todos y con todas”.
Esta clase de oscuridad es infrecuente en la vida pública. Parece reservada a unos pocos privilegiados que pensaban que podían sacarla de la universidad y el activismo e inundar la vida pública con ella. Les ha salido regular. Y es mejor. Nunca hay que fiarse demasiado de quien no habla claro.
"Una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica". “Una forma de vida neoliberal”. Por no hablar del “núcleo irradiador”. Íñigo Errejón quizá sea la persona que, escribiendo de manera deliberadamente confusa, más lejos ha llegado en la vida pública española.