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Biden, Trudeau, Scholz. Los líderes progresistas se retiran y acaba una era
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Biden, Trudeau, Scholz. Los líderes progresistas se retiran y acaba una era

Los políticos globales que han protagonizado años de progresismo están abandonando el poder. Todos fueron demasiado optimistas y creyeron posibles cambios que la sociedad no ha aceptado

Foto: Los líderes de este tiempo claudican en 2025. (EFE/Giuseppe Lami)
Los líderes de este tiempo claudican en 2025. (EFE/Giuseppe Lami)
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La semana que viene, Joe Biden abandonará la presidencia de Estados Unidos. En febrero, Olaf Scholz, el canciller alemán, perderá las elecciones y se retirará de la política. Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, ha anunciado que se irá, probablemente, en primavera. Dentro de dos años, Emmanuel Macron dejará de ser presidente de Francia y, tal vez, Pedro Sánchez no pueda volver a serlo en España. Antes abandonaron el escenario Angela Merkel, tras un larguísimo mandato, y Mario Draghi, tras uno muy corto.

Algunos de ellos son socialdemócratas; otros, liberales, conservadores o independientes. Biden, Draghi y Trudeau son católicos; Merkel, luterana; Macron, agnóstico, y Sánchez, ateo. Sus edades oscilan entre los 47 y los 82 años. Pero pese a sus diferencias, pese a que tienen convicciones ideológicas distintas, y así se ha notado en sus países, comparten algo: han encarnado la continuidad de las grandes tradiciones políticas occidentales.

Todos ellos han creído en la pervivencia de las instituciones surgidas tras la Segunda Guerra Mundial: la ONU, el FMI, el Banco Mundial, la OTAN, la Unión Europea y, más recientemente, la Organización Mundial del Comercio. Todos son lo que, en el mundo más allá de nuestras fronteras, se conoce como liberales: creen que el pluralismo es un hecho natural de las sociedades, y piensan que el Estado debe proteger o potenciar a las minorías. Pese a las enormes reticencias que en un principio mostró Merkel, todos han acabado pensando que una sucesión de acontecimientos —la pandemia, el cambio climático, la dependencia de China y Estados Unidos— requería que el Estado creciera e invirtiera cantidades asombrosas de dinero en la economía. Unos por naturaleza, otros con mucha reticencia, han sido progresistas.

El exceso de optimismo

Los progresistas tienden a ser demasiado optimistas acerca de la viabilidad de los cambios. Todos estos líderes —y otros también recién salidos de la política, como Jacinda Ardern de Nueva Zelanda y Sanna Marin de Finlandia— han incurrido en ese error. Biden creyó que podía transformar el capitalismo estadounidense inyectando en él miles de millones de dólares del Estado, pero tenía un mandato débil y agravó una inflación que ya era enorme. Trudeau pensó que el progresismo de Canadá era un rasgo estructural de su país, y no una noción en disputa, y que sus sermones bienintencionados servirían para calmar el malestar económico. Merkel estaba convencida de que su país podía asumir sin demasiados traumas a un millón de refugiados; Scholz, que podía acabar con la enfermiza obsesión de los alemanes por contener el gasto público, aunque los trenes no lleguen nunca puntuales o una potencia enemiga invada Europa.

Macron llegó al poder pensando que se podía reformar Francia, hacerla más business friendly y acabar con su déficit crónico y los privilegios de determinados colectivos. Sánchez creía que podría gobernar cómodamente con una coalición imposible formada por algunos de los partidos menos fiables, y más radicales, de la política española, y que el miedo a Vox le bastaría para parecer eficaz. Draghi es un caso aparte: su encargo era temporal, y dudo que en ningún momento creyera que podía hacer algo más que contener el caos.

Foto: El primer ministro francés, Michel Barnier, abandona la tribuna tras pronunciar un discurso durante la moción de censura contra su Gobierno. (EFE/Yoan Valat)

Casi todos ellos, de nuevo con la excepción de Draghi, están teniendo finales desastrosos, incluso patéticos. Biden termina su mandato humillado. Trudeau, repudiado por su propio partido. El legado de Merkel, sobre todo en lo que atañe a sus políticas energéticas y su acercamiento a Rusia, está en ruinas. El Gobierno de coalición de Scholz ha sido un desastre. Macron y Sánchez son hoy dos patos cojos incapaces de gobernar; el primero, convocó unas elecciones legislativas que han generado en Francia una inestabilidad política con pocos precedentes recientes; el segundo, se dedica a hacer leyes a medida para salvar su coalición y su familia, ha despertado el fantasma de Franco y la ha emprendido con la prensa y los jueces.

Bienvenidos al pesimismo

Hoy la política ya no va sobre el progreso y la viabilidad de profundos cambios sociales. Trump llega a la presidencia afirmando que Estados Unidos no es un país excepcional, y basa todo su programa en una visión muy pesimista del mundo, según la cual el poder en crudo es la única herramienta transformadora. En Europa, los temas de conversación política giran en torno al declive económico, la crisis demográfica y el fracaso del Estado. Si antes los asesores de comunicación política recomendaban a los candidatos que se mostraran lo más optimistas que pudieran, hoy parece que compiten por ver quién tiene una percepción más negativa de la realidad.

Los líderes que ahora nos abandonan se equivocaron: aunque yo comparta unas cuantas de sus convicciones, han sido mucho más progresistas de lo que la sociedad estaba dispuesta a soportar. O simplemente han tenido la mala suerte de vivir un fin de ciclo histórico: hace no tanto parecían líderes normales y corrientes, incluso inspiradores, y ahora parecen un poco absurdos, fuera de lugar. Curiosamente, casi todos ellos se están marchando voluntariamente porque han entendido que ya no es su tiempo: en parte, es el caso de Biden; Merkel renunció y Trudeau ha dimitido; al romperse la coalición que lideraba, Scholz no ha querido prolongar artificialmente su mandato. Sánchez, en ese aspecto, es distinto.

La semana que viene, Joe Biden abandonará la presidencia de Estados Unidos. En febrero, Olaf Scholz, el canciller alemán, perderá las elecciones y se retirará de la política. Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, ha anunciado que se irá, probablemente, en primavera. Dentro de dos años, Emmanuel Macron dejará de ser presidente de Francia y, tal vez, Pedro Sánchez no pueda volver a serlo en España. Antes abandonaron el escenario Angela Merkel, tras un larguísimo mandato, y Mario Draghi, tras uno muy corto.

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