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El erizo y el zorro
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Urtasun y la nueva izquierda se están quedando sin ideas para la cultura
Tras una década dominando el debate, los progresistas hoy se han instalado en el pasado, una situación que ejemplifica a la perfección el titular del Ministerio de Cultura
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Cuando fue nombrado ministro, Ernest Urtasun transmitió que daría a la cultura una función central en la democracia. En su discurso de toma de posesión, mencionó la paz en Gaza, la lucha contra el cambio climático, la censura, el pluralismo lingüístico en España, las redes sociales y el anhelo de “un mundo más justo”. La cultura, dijo, “debe atravesar los retos globales de nuestro planeta”.
Un año y medio después, no parece que el trabajo del ministerio esté a la altura de esa ambición. En parte porque se dedica, sobre todo, a cuestiones internas del sector cultural. Urtasun ha comandado la reparación de las goteras de la Biblioteca Nacional, ha impulsado la Oficina Española de Derechos de Autor y ha iniciado la reforma del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música. Todo eso, seguramente, está muy bien.
Pero la tarea del ministerio también parece mera rutina porque todavía no se ha presentado su proyecto estrella, el que aspira a tener un impacto mayor en la ciudadanía: un plan de derechos culturales. Pese a no haber nacido aún, ya se ha hecho una campaña publicitaria que ha costado 3,5 millones de euros, según informó Jaime. G. Mora en ABC. Su lema principal era “La cultura está en ti, está en todo. Accede. Crea. Disfruta”. También se han presupuestado 172.000 euros más para otra campaña destinada a reforzar “el papel de la cultura como herramienta de inclusión social”.
Parece poca cosa. Sin embargo, que el ministerio mezcle cuestiones puramente burocráticas, por un lado, y planes maximalistas con una fuerte dosis propagandística, por el otro, es el reflejo de algo más trascendental, que va más allá de un ministro poco imaginativo. Es posible que la izquierda, tras una década en la que ha dominado el debate cultural, se esté quedando sin ideas.
¿En eso ha quedado la década 'woke'?
En los últimos años, todos hemos hablado sobre la cultura en los términos fijados por la izquierda. La cultura debía rescatar y reparar las injusticias del pasado, como el heteropatriarcado, el racismo y la colonización. La cultura debía ser una herramienta de inclusión. Los museos debían renunciar explícitamente a contar la historia como se había hecho hasta entonces e inventar una nueva basada en la corrección moral y el feminismo. La literatura era un arma de denuncia. Toda la cultura era política. Uno podía estar de acuerdo con estas propuestas o enfrentarse a ellas. Pero ese era el marco de la discusión y era la izquierda la que lo había establecido.
Ese marco está envejeciendo con una rapidez extraordinaria. No porque no tenga parte de razón, sino porque era un ciclo condenado, tras su inmenso éxito, a la decadencia. Y eso se está viendo ahora en España como en pocos lugares. En lugar de proponer una pelea por el futuro, la izquierda se ha instalado en el pasado. La principal iniciativa histórico-cultural del Gobierno es el cincuenta aniversario de la muerte de Francisco Franco. Hoy, podría pensarse que el conglomerado mediático dedicado a apoyar al Gobierno se ha quedado sin ideas: la ocurrencia más revolucionaria del Gran Wyoming consiste en parodiar los rituales de la Iglesia católica. Ione Belarra quiere encarnar el poder revolucionario de la izquierda con un lema de la cultura española de hace más de veinte años: “No a la guerra”. El último disco de la cantautora de referencia de El País y el PSOE, Rozalén, reúne varias versiones de canciones de Chavela Vargas, cuya obra recuperó hace más de treinta años otro emblema de la izquierda del pasado, Pedro Almodóvar. La gala de los Premios Goya parece girar siempre en torno al antiaznarismo.
Hoy, podría pensarse que el conglomerado mediático dedicado a apoyar al Gobierno se ha quedado sin ideas
Ante el progresivo declive de las ideas de la nueva izquierda, parece que sus protagonistas, que se van convirtiendo en gente de mediana edad muchas veces confortablemente cercana al poder, han renunciado a buscar nuevas ideas para la batalla cultural y han preferido instalarse en el pasado. El artículo del fin de semana pasado de Ignacio Escolar en elDiario.es era una llamada a resignificar el edificio de la Puerta del Sol.
Cuento todo esto con más frustración que otra cosa. A todos nos interesa que la cultura progresista sea vibrante, combativa y seductora. Pero hoy es incapaz de merecer esos adjetivos. Ante el auge de la cultura vinculada a la nueva derecha, la izquierda se ha asustado y ha preferido refugiarse en el moralismo y el pasado.
Urtasun ejemplifica esta situación como nadie. Basta ver los últimos titulares que ha generado su gestión. “El ministro de Cultura firma un memorando de cooperación cultural con el embajador del Estado de Palestina”. “El ministro Urtasun muestra su apoyo a las activistas que procesionaron con la Virgen de Covadonga queer”. “Urtasun cambia las reglas de las subvenciones a las artes escénicas”. “Urtasun destaca que la cultura no sería nada ‘sin el buen trabajo de los actores y actrices’”.
No estoy en desacuerdo con ninguna de estas cosas. Pero ¿es eso todo lo que tiene que ofrecer la cultura de izquierdas tras una década marcando las reglas del debate?
Cuando fue nombrado ministro, Ernest Urtasun transmitió que daría a la cultura una función central en la democracia. En su discurso de toma de posesión, mencionó la paz en Gaza, la lucha contra el cambio climático, la censura, el pluralismo lingüístico en España, las redes sociales y el anhelo de “un mundo más justo”. La cultura, dijo, “debe atravesar los retos globales de nuestro planeta”.