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El hombre que inventó la guerra cultural de la derecha
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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El hombre que inventó la guerra cultural de la derecha

William Buckley lideró el conservadurismo estadounidense durante décadas. Fue el primero en entender que este debía ser seductor y aprovechar las herramientas de comunicación de masas, como la televisión. Su nueva biografía es una obra maestra

Foto: William F. Buckley en 1958. (Getty/Bettmann)
William F. Buckley en 1958. (Getty/Bettmann)

Mucha gente de derechas cree que no compite en pie de igualdad con la izquierda. La batalla ideológica, piensa, está totalmente sesgada. En la escuela y la universidad, la mayoría de los profesores son de izquierdas. Como lo son la mayor parte de quienes triunfan en la música, el cine y la literatura. Incluso en los medios cuya línea editorial es conservadora, la mayoría de los periodistas parecen progresistas. A causa de todo ello, la derecha pierde y vive acomplejada.

El hombre que teorizó y combatió de una manera más sistemática esta visión de las cosas fue William Buckley, un exitoso periodista que lideró el pensamiento conservador estadounidense durante cincuenta años, desde la posguerra mundial hasta los años de George W. Bush. Hoy está de actualidad no solo por la persistencia de esa “guerra cultural”, sino porque se ha publicado una monumental biografía suya. El libro, titulado The Life and the Revolution that Changed America, del historiador Sam Tanenhaus e inédito en castellano, es una obra maestra del género biográfico.

Buckley nació en 1925 en una rica familia petrolera con raíces en el sur del país. Era muy cosmopolita —estudió en México y Francia antes de hacerlo en Estados Unidos—, culta y católica. Bill era extrañamente locuaz, hablaba con un acento inusualmente pijo, tocaba a Bach en el piano y en cuanto llegó a la Universidad de Yale demostró que era un líder natural. Fue director del periódico universitario y lo convirtió en una herramienta para denunciar a los profesores que, en plena Guerra Fría, defendían posiciones progresistas o comunistas. Le encantaba discutir y amaba el fair play: podía acusar a alguien con virulencia, pero siempre estaba abierto a la controversia. También era exagerado: como tantos derechistas de su época, pensaba que cualquier mínima desviación del patriotismo cristiano y antisoviético era la demostración de que la civilización se iba a pique. Cuando terminó los estudios, convertido ya en una pequeña celebridad, publicó un libro sobre la infiltración progresista en las universidades de élite. Fue un bestseller. Con apenas 26 años, pasó de estudiante muy popular a líder del conservadurismo estadounidense.

Como cuenta Tanenhaus, Buckley —uno de los pocos intelectuales conservadores que defendió al senador Joe McCarthy durante su cruzada contra la supuesta infiltración comunista en todos los estamentos de la cultura y la política estadounidenses— entendió de manera precoz que, en el contexto de los años cincuenta, “la nueva guerra era ideológica, pero el campo de batalla era cultural”. Los conservadores, según Buckley, tenían que enfrentarse a los progresistas sin complejo de inferioridad y en aquellos campos en los que estos parecían tener un dominio absoluto. Para ello, debían ser seductores además de combativos, diseminar sus ideas en la radio e incluso en un medio mucho más reciente y con menos pedigrí intelectual, la televisión, en el que Buckley apareció de manera constante a lo largo de décadas con un programa propio.

placeholder Cubierta de la biografía de Buckley que ha escrito el historiador Sam Tanenhaus.
Cubierta de la biografía de Buckley que ha escrito el historiador Sam Tanenhaus.

Su fama creció. Con menos de treinta años, y con financiación de su rica familia, Buckley fundó la herramienta ideológica de élite por excelencia en los años cincuenta y sesenta: una revista. Se trataba de la National Review, que llegó a vender decenas de miles de ejemplares. Como las demás revistas de ese estilo —la mayoría de las cuales, cómo no, eran de izquierdas—, no tenía la capacidad de los grandes periódicos para generar noticias, pero era una verdadera máquina de pensamiento, combate y opinión. No solo contra la izquierda: uno de sus mensajes más reiterados era que los conservadores de la época, como Harry Truman o Dwight Eisenhower, eran demasiado blandos con el comunismo.

Pero Buckley, siempre de derecha dura, fue cambiando a medida que la sociedad se transformaba. Su familia fue generosa con sus muchos sirvientes negros, pero durante décadas no cuestionó la segregación y Buckley dejó muy claro que consideraba que los negros aún no estaban preparados para vivir en igualdad de condiciones que los blancos; de hecho, sus artículos sobre el tema de los años cincuenta son lo peor de su legado. Pero con el tiempo acabó defendiendo a Martin Luther King y pensó que era deseable que el país tuviera un presidente negro. Ya en los sesenta, defendió la legalización de la marihuana y más tarde su mujer —otra millonaria junto con la que ejerció de gran anfitrión social y cultural en su lujosa mansión rural y un dúplex en Manhattan— se convirtió en una de las primeras conservadoras en recaudar fondos para la lucha contra el sida.

Sus columnas, reportajes, entrevistas y polémicas no decidían el resultado de las elecciones, pero marcaban la agenda y la opinión de actores

En esta biografía larga y profunda, que es una verdadera radiografía de la lucha ideológica global durante la segunda mitad del siglo XX, Buckley aparece como un coloso con innumerables defectos de carácter, muchas veces superficial o radical, pero generoso y autocrítico. Fue el emblema de la figura del intelectual sofisticado, incluso pedante, que disponía sin embargo de un inmenso talento para conectar con los políticos y amplias capas de la sociedad. Sus columnas, reportajes, entrevistas y polémicas no decidían el resultado de las elecciones, pero marcaban la agenda y la opinión de actores muy influyentes.

Para quienes consideramos el periodismo como un ejercicio de persuasión intelectual, fue una de las figuras más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Pero en muchos sentidos, fracasó. No solo por sus propios errores de juicio, sino por el desastroso legado que ha dejado el conservadurismo estadounidense, despojado ya de buena parte de su liberalismo y su compasión.

Si les interesan el periodismo de combate o los orígenes de nuestra guerra cultural, o si simplemente quieren saber cómo se pueden ganar un puñado de batallas políticas mediante la cultura, no encontrarán un libro mejor.

Mucha gente de derechas cree que no compite en pie de igualdad con la izquierda. La batalla ideológica, piensa, está totalmente sesgada. En la escuela y la universidad, la mayoría de los profesores son de izquierdas. Como lo son la mayor parte de quienes triunfan en la música, el cine y la literatura. Incluso en los medios cuya línea editorial es conservadora, la mayoría de los periodistas parecen progresistas. A causa de todo ello, la derecha pierde y vive acomplejada.

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