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El nuevo cómic de Mortadelo y Filemón es más de lo mismo. ¡Por suerte!
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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El nuevo cómic de Mortadelo y Filemón es más de lo mismo. ¡Por suerte!

Acaba de publicarse el que probablemente será su último cómic y ya está entre los libros más vendidos de España. Es extraño que casi 70 años después de su aparición sigan atrayendo a nuevas generaciones de lectores

Foto: Un hombre observa en Carabanchel un mural que homenajea a Ibáñez. (EFE/Blanca Millez)
Un hombre observa en Carabanchel un mural que homenajea a Ibáñez. (EFE/Blanca Millez)

En abril de 2015 se publicó el cómic El tesorero, de Francisco Ibáñez. En una España aún estupefacta por la crisis económica, los detectives Mortadelo y Filemón investigaban al corrupto responsable de las finanzas de un partido político, el Partido Papilar, que se parecía bastante a Luis Bárcenas. Ediciones B imprimió 50.000 ejemplares. Se vendieron 10.000 el primer día, y la editorial ordenó rápidamente la impresión de 40.000 más. 80.000 ejemplares en circulación es una cifra que apenas está al alcance de los mayores bestsellers.

En ese momento, me impresionó que Mortadelo y Filemón siguieran teniendo tanto éxito. Yo me había criado con ellos y me sentía en deuda con Ibáñez. De niño, había leído decenas de sus cómics. No solo los de los dos detectives, sino también los de Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino, Rompetechos y los vecinos zumbados de Rue 13 del Percebe. Y siempre he pensado que fueron los culpables de que luego leyera literatura más seria. Pero ¿cómo podía un cómic creado en 1958, que había formado por lo menos a una generación anterior a la mía, mantener ese éxito?

En los años posteriores, no he dejado de hacerme esa pregunta. En buena medida, porque mi sobrino, nacido en 2018, se volvió adicto a Mortadelo y Filemón. Aún hoy, con casi ocho años, ignora los muchos otros libros infantiles que tenemos en casa, coge los finos volúmenes de los dos agentes que he ido comprando y se pasa horas absorto. De vez en cuando oigo una carcajada en el otro lado del piso y luego un grito: "¡Ramón, ven!". Cuando llego, me señala entre carcajadas una página que cree que me va a encantar. La miramos juntos. Es igual que las que he visto centenares de veces: Filemón tiene un plan genial, Mortadelo mete la pata, su jefe se enfada, unos cuantos peatones resultan heridos, todos persiguen a los dos merluzos para darles su merecido.

Mi sobrino, con casi ocho años, coge los finos volúmenes de los dos agentes que he ido comprando y se pasa horas absorto

La semana pasada Bruguera, la sucesora de Ediciones B, publicó un nuevo cómic de Mortadelo y Filemón que había quedado inédito tras la muerte de Ibáñez en 2023. Este parodia el mundo de la droga y del narcotráfico y lleva un título ridículo y brillante como el de muchas de las entregas anteriores, Hachís… ¡Salud! De más está decir que repite al pie a de la letra la inagotable fórmula de su autor: trompazos, disfraces, equívocos. Pero la gente no se ha cansado. Asombrosamente, es el libro más vendido en Amazon, por delante de las novedades recientes de Dan Brown y Ken Follett.

Un éxito eterno

Es difícil saber por qué Mortadelo y Filemón tienen aún tanto éxito. Sus guiones son increíblemente repetitivos. Hoy la moral es muy distinta a la de los años ochenta, cuando yo los consumía de manera obsesiva. Mi sobrino me ha contado que es perfectamente consciente de que el cómic es machista y racista —ahora llama la atención la crudeza con que retrata a los gitanos o a las mujeres gordas, por ejemplo—, pero dice que es capaz de ignorarlo y disfrutarlo igualmente.

placeholder Portada de 'Hachís... ¡Salud!', de Francisco Ibáñez.
Portada de 'Hachís... ¡Salud!', de Francisco Ibáñez.

Ibáñez tenía un ojo prodigioso para retratar los absurdos de la vida de oficina: el pobre Mortadelo no solo tenía un jefe, sino también un superintendente, ambos igualmente mandones y estúpidos. Sabía reírse de las grandes pasiones colectivas: era un ritual leer sus parodias de los Juegos Olímpicos cada cuatro años. También se mofaba de la obsesión por las innovaciones científicas y tecnológicas, como reflejaban las constantes chifladuras del doctor Bacterio, el científico jefe de la TIA, la ficticia agencia de espionaje en la que trabajaban Mortadelo y Filemón. Y tenía una mirada al mismo tiempo blanca y mordaz sobre las estupideces de la política. En 2005, vio venir la burbuja inmobiliaria con un cómic de título legendario: El señor de los ladrillos; tras el cómic sobre Bárcenas, cuando España se adentraba en la crisis política de 2015, Ibáñez publicó un cómic titulado ¡Elecciones! que se reía de la obsesión propagandística de los viejos y los nuevos partidos políticos.

Ibáñez tenía un ojo prodigioso para retratar los absurdos de la vida de oficina

Es un poco misterioso que dos personajes nacidos en pleno franquismo y que, como contó el propio Ibáñez, eran un reverso cómico de los espías de la Guerra Fría como James Bond, siga hablando con total normalidad no solo a los casi cincuentones de mi generación, sino a los críos de ocho años formados con una serie de valores muy distintos y, aún más importante, que tienen a su disposición una oferta de entretenimiento inacabable.

Con Hachís… ¡Salud! se han acabado las historias de Ibáñez. Al parecer, no hay más inéditos. Pero sus editores han puesto en marcha una nueva colección, dirigida por un especialista en Ibáñez, y cuyos volúmenes contarán con prólogos y aparato crítico para explicar los orígenes y el contexto de la obra. Es impresionante: esos dos tontos geniales tienen hoy tratamiento de clásicos. Lo merecen. Los trompazos, los disfraces y los equívocos no solo pueden ser una puerta hacia la literatura más seria. Quizá sean ellos mismos la literatura más seria que quepa imaginar.

En abril de 2015 se publicó el cómic El tesorero, de Francisco Ibáñez. En una España aún estupefacta por la crisis económica, los detectives Mortadelo y Filemón investigaban al corrupto responsable de las finanzas de un partido político, el Partido Papilar, que se parecía bastante a Luis Bárcenas. Ediciones B imprimió 50.000 ejemplares. Se vendieron 10.000 el primer día, y la editorial ordenó rápidamente la impresión de 40.000 más. 80.000 ejemplares en circulación es una cifra que apenas está al alcance de los mayores bestsellers.

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