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Señores que son superfans: el fenómeno del seguidor se pasa de la música a la política
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Señores que son superfans: el fenómeno del seguidor se pasa de la música a la política

La cultura está cada vez más dominada por los superfans acríticos. Más inquietante es que esa misma actitud se esté desplazando al mundo adulto del periodismo y la política

Foto: Míticas fans de 'Take That' en 2006 en el aeropuerto. (Getty Images/Jo Hale)
Míticas fans de 'Take That' en 2006 en el aeropuerto. (Getty Images/Jo Hale)
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Ludovic Hunter-Tilney es uno de los mejores críticos de música pop del mundo anglosajón. Hace unas semanas explicaba en un artículo que no era raro que las fans reaccionaran mal cuando criticaba el disco o el concierto de sus artistas favoritos, fueran un grupo de pop coreano o Beyoncé. Pero decía que nunca había recibido tantos insultos y amenazas como cuando dejó mal una actuación de The Stone Roses, una banda británica que tuvo un éxito relativo entre el público en general, pero que consiguió un estatus de culto entre muchos hombres con estudios superiores y gustos indie. Este grupo de gente, supuestamente culta y sofisticada, le frió a insultos e incluso llamó a su periódico exigiendo que le despidieran.

El artículo de Hunter-Tilney explicaba cómo esta nueva forma de identificarse con un artista y defenderle de sus supuestos enemigos está cambiando el negocio cultural. No se trata de un fenómeno totalmente nuevo: las fans de los Beatles ya escribían cartas amenazadoras a las chicas que la prensa señalaba como sus posibles novias. Lo que ha cambiado, dice el libro Fangirls: Scenes from Modern Music Culture, de Hannah Ewens, es que ahora el comportamiento de los fans es totalmente público: puede observarse en las redes sociales y las secciones de comentarios de los periódicos, espacios que utilizan para insultar a la vista de todos y así demostrar que son los más fieles y aguerridos.

El comportamiento de los fans es totalmente público: puede observarse en las redes sociales y las secciones de comentarios de los periódicos

Los artistas pueden sentir reparo ante esa defensa agresiva, pero saben que necesitan a los fans. Un informe de Luminate, una empresa de análisis de datos, señala que en Estados Unidos una quinta parte de los oyentes de música son superfans. Estas personas son acríticas y suponen una inmensa fuente de ingresos para el músico: compran las ediciones especiales en vinilo, van a todos los conciertos que pueden, acaparan el merchandising, hacen proselitismo en las redes. Según el banco de inversión Goldman Sachs, también citado por Hunter-Tilney, esa clase de fan aporta unos 4.300 millones de dólares anuales a la industria de la música global. Lo más sorprendente es que sean los hombres adultos quienes estén asumiendo este comportamiento que hasta ahora considerábamos más propio de los jóvenes y, en particular y con cierto desdén, de las chicas. Y que sean muy agresivos no solo cuando defienden a sus ídolos, sino cuando atacan a quienes se meten con ellos.

De la cultura a la política

Yo también he experimentado este fenómeno. Cuando escribí una reseña negativa sobre un libro de Jordan Peterson, recibí cientos de mensajes, la mayoría escritos por hombres maduros, que me reprochaban mis críticas a su ídolo e incluso me amenazaban con violencia física. Sin embargo, esa actitud ha ido más allá de la cultura y se ha adentrado en el resto de la vida pública. La relación que muchos hombres mantienen ahora con los políticos que les gustan, o con los periodistas asociados a su partido, no parece la propia de adultos críticos, sino de fans enardecidos: basta ver los tuits de Antonio Papell atacando a quienes se meten con sus adorados Silvia Intxaurrondo o Javier Ruiz, o a Daniel Lacalle defendiendo obsesivamente a Donald Trump o Javier Milei.

placeholder Silvia Intxaurrondo. (Gtres)
Silvia Intxaurrondo. (Gtres)

En ocasiones, estos admiradores de mediana edad conocen a sus ídolos, pero la mayoría de las veces imaginan una relación personal con alguien con el que un día se hicieron un selfie. Justifican todas sus decisiones aunque contradigan sus opiniones previas. Son como los fans de Taylor Swift: su último disco, The Life of a Showgirl, es uno de los peores de su carrera, pero eso no ha impedido que sea de los más vendidos; para un siwftie, todo está bien, y si está mal, entonces es necesario mostrar aún mayor lealtad. Es la actitud que adoptan los fans de Pedro Sánchez cada vez que anuncia una propuesta que todos sabemos que no va a funcionar. Pablo Iglesias. Vito Quiles. Óscar Puente. David Broncano. Cualquier criptobró. No importa si son geniales, irrelevantes u oportunistas: tienen seguidores que se proyectan en ellos y dedican grandes cantidades de energía a atacar a sus detractores.

Para un 'siwftie', todo está bien, y si está mal, entonces es necesario mostrar mayor lealtad

La lógica del fan se ha desplazado: de los jóvenes con tendencia a la obsesión y la entrega excesiva a hombres adultos con una vida corriente. Y del mundo de la música o el cine al de la política. Obviamente, no se trata de una actitud generalizada: la mayoría de nosotros seguimos con interés, pero sin apasionamiento a los periodistas políticos que nos gustan y votamos sin demasiado entusiasmo a los políticos que menos nos disgustan. Sin embargo, como ocurre en el caso de la industria musical, hoy el enorme conglomerado ideológico-político requiere que por lo menos una quinta parte de los simpatizantes sean superfans acríticos. Lo peor de esta actitud, por supuesto, es que da a los políticos el incentivo perfecto para que se comporten como artistas del espectáculo.

Ludovic Hunter-Tilney es uno de los mejores críticos de música pop del mundo anglosajón. Hace unas semanas explicaba en un artículo que no era raro que las fans reaccionaran mal cuando criticaba el disco o el concierto de sus artistas favoritos, fueran un grupo de pop coreano o Beyoncé. Pero decía que nunca había recibido tantos insultos y amenazas como cuando dejó mal una actuación de The Stone Roses, una banda británica que tuvo un éxito relativo entre el público en general, pero que consiguió un estatus de culto entre muchos hombres con estudios superiores y gustos indie. Este grupo de gente, supuestamente culta y sofisticada, le frió a insultos e incluso llamó a su periódico exigiendo que le despidieran.

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