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2025: por qué toda la cultura ya es (casi) igual y nos gusta a todos
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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2025: por qué toda la cultura ya es (casi) igual y nos gusta a todos

No es un drama ni una señal de decadencia, pero el sistema de producción cultural nos conoce tan bien que ha encontrado la manera de darnos incesantemente píldoras de confort

Foto: Taylor Swift en el concierto el Milán de 'The Eras Tour'. (EFE/Matteo Bazzi)
Taylor Swift en el concierto el Milán de 'The Eras Tour'. (EFE/Matteo Bazzi)
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En 2024, Taylor Swift terminó la gira musical más exitosa de todos los tiempos. Desde entonces, ha publicado un libro ilustrado sobre la gira, ha publicado un disco que reflexiona sobre el hecho de ser una estrella de gira, y ha estrenado un documental en Disney Channel sobre… sí, la gira. En 2024, la película española más taquillera fue Padre no hay más que uno 4. En 2025 ha sido Padre no hay más que uno 5. En el transcurso de 2025, el número de usuarios globales de ChatGPT se ha duplicado, ha pasado de unos 400 millones a principios de año a alrededor de 900 millones ahora mismo. En diciembre de este año, Netflix, la mayor plataforma de streaming global, hizo una oferta para comprar Warner Bros., el tercer estudio de cine más grande de Hollywood, y crear así el mayor conglomerado de producción audiovisual del mundo.

La respuesta a esta pregunta se encuentra en tres ideas que han recorrido el mundo cultural en 2025. La primera es que la cultura es cada vez menos innovadora. Entre la familiaridad y la innovación, una tensión constante que domina toda cultura moderna, se ha optado claramente por lo primero. Preferimos la cultura que nos reconforta a la que nos reta. Y el actual sistema de producción cultural sabe perfectamente cómo satisfacer esa búsqueda de lo placentero y conocido. Hay varias razones que lo explican. Una es la creciente consolidación de la industria cultural, como ejemplifica el intento de Netflix de adquirir Warner. Como sucede en otros muchos sectores de la economía, hoy casi todos los actores creen que necesitan más escala para asegurarse la supervivencia. Ese modelo no impide la innovación, pero la desincentiva. Deja espacio para que se produzca, pero no permite que sea un elemento central de la cultura mayoritaria. Planeta, que junto a Penguin Random House copa un 50% del mercado editorial español, no dejará de publicar a autores jóvenes, arriesgados y talentosos, aunque cada vez tenderá más a darle su gran premio a autores que ya son famosos y aseguran grandes cifras de ventas. En 2025 la cultura musical estuvo dominada por la prolongación un tanto reiterativa del éxito de Swift, pero también por Dua Lipa o Sabrina Carpenter, cuyas canciones, exceptuando algunos detalles de producción, podrían haber sido lanzadas al mercado en 1975. El retorno de grandes bandas como Oasis o Radiohead demuestra que es posible mantenerse activo a los sesenta años, pero que eso rara vez da pie a grandes innovaciones. En España, las tres grandes noticias musicales del año han sido la reunión de La Oreja de Van Gogh, que triunfó en los años noventa, y la muerte de dos músicos, Robe Iniesta y Jorge Ilegal, que generaron elogios —en la política, desde Oskar Matute, de Bildu, hasta Alberto Núñez Feijóo, del PP— en buena medida, porque su música se había quedado anclada en el momento en que los adultos de este país eran jóvenes.

La segunda gran preocupación cultural es, en parte, consecuencia de lo anterior: que la cultura sea cada vez más homogénea. La explicación más frecuente de este fenómeno es que sus distribuidores conocen tan bien nuestros gustos —en especial las plataformas de streaming de audio y vídeo, pero también las editoriales que hoy cuentan con muchos más detalles de nuestros hábitos de lectura que en el pasado— que se limitan a reproducir hasta el infinito lo que ya funciona. Eso no solo hace que la cultura mayoritaria sea menos innovadora, sino que todos los productos sean extraordinariamente parecidos. A eso contribuye, por supuesto, el algoritmo de esas plataformas, que sabe en todo momento qué queremos, y que propone a los autores crear más de lo mismo y a nosotros que sigamos consumiendo productos casi indistinguibles pero agradables y bien hechos.

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Lo cual nos lleva a la inteligencia artificial. 2025 ha sido el año del despegue de los chats interactivos, que ha hecho que cada vez más textos —informes corporativos, trabajos universitarios, posts de Instagram— parezcan iguales. También ha vivido un auge enorme la generación de vídeos mediante herramientas basadas en IA. Uno de sus ejemplos más llamativos ha sido el anuncio de Navidad de McDonald’s en Países Bajos, en el que se suceden una serie de gags centrados en escenas navideñas. Era moderadamente gracioso y agradable, pero podría haber sido un anuncio italiano de Coca Cola, uno de Ikea en España u otro de una aseguradora en Francia. Era "slop", la palabra del año para The Economist: una papilla indistinguible y anodina, pero quizá suficiente para darnos las calorías que necesitamos.

Nada de esto significa que la cultura sea peor ahora que en el pasado. En muchos sentidos, es mejor: efectiva, entretenida, satisfactoria, ecléctica y barata. Y, obviamente, la innovación y la originalidad siguen existiendo: quien busque pequeñas genialidades, incluso infrecuentes obras maestras, las seguirá encontrando hasta en las plataformas y las editoriales tradicionales. De vez en cuando, se cuelan en el mainstream y lo revolucionan temporalmente, como sucedió cuando este año coincidieron el disco de Rosalía y el filme Los domingos, ambos de temática religiosa. Los periodistas nos excitamos y hacemos grandes teorías. Sin embargo, enseguida todo vuelve a la calma y regresa esa sucesión de productos familiares, homogéneos y tranquilizadores.

A diferencia de otros momentos del pasado no tan lejanos, quien busque emociones fuertes ya no las encontrará en la gran cultura popular

No me parece un drama ni una señal de decadencia. Pero, a diferencia de otros momentos del pasado no tan lejanos, quien busque emociones fuertes ya no las encontrará, por lo general, en la gran cultura popular. El sistema de producción cultural nos conoce tan bien que ha encontrado la manera de darnos incesantemente píldoras de confort. Y nosotros, y yo el primero, nos las tragamos encantados.

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