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Vida, milagros, obra y muerte de Mavis Gallant
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Ricardo Menéndez Salmón

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Vida, milagros, obra y muerte de Mavis Gallant

Un repaso a la obra de Mavis Gallant, que constituye una pletórica gama de grises, ajena a la tentación de caer en el maniqueísmo de los tipos puros

Foto: La escritora Mavis Gallant (Ediciones Lumen)
La escritora Mavis Gallant (Ediciones Lumen)

El pasado 18 de febrero moría en París, ciudad en la que transcurrió buena parte de su vida, la escritora canadiense Mavis Gallant, una de las más memorables autoras de la segunda mitad del siglo veinte. Aunque Gallant escribió novelas y teatro, fue en la distancia del relato donde su maestría fusionó a la perfección temas y estilo, hasta convertirla en una de las voces irrenunciables para entender los límites y grandeza del género.

Su virtuosismo se encarnó en catorce libros, desde The other Paris, aparecido en 1956, hasta The cost of living: early and uncollected stories, que en 2009 recuperaba textos primerizos y/o no recogidos con anterioridad dentro de una trayectoria de más de medio siglo de escritura. Ese mismo año en España gozábamos de la monumental edición que Lumen, en traducción de Sergio Lledó, publicó bajo el título Los cuentos, y que reproducía la que en 1996, con vocación antológica, apareció en inglés como The selected stories of Mavis Gallant.

Es sabido que, contrariamente a otras formas de conocimiento, caso de las matemáticas o de la medicina, la literatura permite comenzar la casa por el tejado. No se puede manejar el cálculo de funciones sin conocer la naturaleza de la división y tampoco se puede comprender qué relación existe entre cáncer y envejecimiento sin haber estudiado los rudimentos de la genética, pero se puede haber leído a Philip Roth con anterioridad a Saul Bellow y a Julio Cortázar con anterioridad a Felisberto Hernández sin por ello dejar de valorar y comprender la estatura de los hijos ni faltar a ponderar y quitarse el sombrero ante la exuberancia de los padres.

Portada de 'Los cuentos' de Mavis Gallant (Ediciones Lumen)En las ecuaciones literarias el orden de los factores no altera necesariamente el producto e invertir la escalera genealógica no tiene como corolario la aparición de un mulo estéril. Este lector, que ha recorrido a paso de cangrejo el trayecto que conduce de El lamento de Portnoy a Las aventuras de Augie March y de Todos los fuegos el fuego a Nadie encendía las lámparas, puede dar fe de ello.

Confieso también haber llegado a Mavis Gallant a través de una de sus discípulas, la majestuosa Alice Munro, quien en más de una ocasión ha señalado a su paisana como una de sus influencias decisivas a la hora de escribir. Y tras la lectura de los treintaicinco relatos de Gallant recogidos en la edición de Lumen, la advertencia del Nobel de Literatura cobra sentido. La obra de Gallant es soberbia: la excelencia de la página, la plasticidad de la mirada, el extraordinario oído tanto para el registro culto como para la autopsia personal y epocal celebran a una escritora de enorme rango.

Gallant es sarcástica en la seriedad, sutil en la explicitud y divertida en los funerales. Su literatura constituye una pletórica gama de grises, ajena a la tentación de caer en el maniqueísmo de los tipos puros, empeñada en el propósito que Joyce exigía a todo escritor (dramatizar cada hecho que la vida sitúa ante nuestros ojos) y cuyos personajes, a menudo extravagantes, aunque de una rareza emanada del hecho no por común menos extraordinario que significa amar, sufrir y morir, se convierten en milagrosamente cercanos gracias a la paleta de una escritora que, como todos los grandes, regala al lector un instante de perpleja e impagable gratitud: el de abandonar la lectura sintiéndose más inteligente que cuando penetró en ella.

La frecuentación de los ochomiles que vertebran su obra (El otro París, El rezagado, Paz, duradera paz, Nochevieja o el inconmensurable relato que es Sin remisión) dibuja un cronomapa de la aventura personal de la escritora y de su fecunda faceta viajera, pues el paisaje fundamental de los textos no es Canadá ni Estados Unidos, como cabría esperar atendiendo al origen de Gallant, sino Europa, desde España (hay varios relatos «españoles» en la colección que arrojan una cenicienta luz sobre la realidad de nuestro país en la década de los cincuenta, relatos cercanos al ambiente que emana de películas como Esa pareja feliz, de Berlanga) hasta Rusia, pasando por Francia, Italia y Alemania, los tres territorios preferidos por Gallant para ambientar estas historias que arrancan en el mundo de la Segunda Guerra Mundial, concluyen en un paisaje sentimental y político en el que ya no existe el Muro de Berlín y cifran uno de los momentos más esplendorosos del relato contemporáneo.

En el prólogo a ese trabajo de toda una vida, Gallant confesó una feliz convicción («La ficción da vida a una destilación de todos los tiempos: el clima de la mente») y compartió un sagaz consejo («Los relatos no son capítulos de novelas. No se deberían leer uno tras otro como si fueran correlativos. Hay que leer uno. Luego cerrar el libro. Leer otra cosa. Volver más tarde. Los relatos pueden esperar»).

Una convicción y un consejo que constituyen inmejorables puertas de entrada para penetrar en este bellísimo homenaje al arte de contar la vida con alegría, dolor e intensidad que fue la escritura de Mavis Gallant.

El pasado 18 de febrero moría en París, ciudad en la que transcurrió buena parte de su vida, la escritora canadiense Mavis Gallant, una de las más memorables autoras de la segunda mitad del siglo veinte. Aunque Gallant escribió novelas y teatro, fue en la distancia del relato donde su maestría fusionó a la perfección temas y estilo, hasta convertirla en una de las voces irrenunciables para entender los límites y grandeza del género.

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