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El zoo humano de George Saunders
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Ricardo Menéndez Salmón

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El zoo humano de George Saunders

La última novela del escritor, 'Diez de diciembre' es un libro de relatos que contiene una obra que por sí sola justifica una carrera literaria: 'Cachorro'

Foto: George Saunders, autor de 'Diez de diciembre' (CC)
George Saunders, autor de 'Diez de diciembre' (CC)

En el último libro de George Saunders, Diez de diciembre, hay varios relatos de indudable maestría, como A casa, un fragmento tenebroso del incómodo regreso al hogar de un soldado de las guerras modernas, caso de Los diarios de las Chicas Sémplica, el emocionante esfuerzo de un padre por regalar a los suyos ciertos ensueños económicos, o por descontado el texto homónimo que da título al volumen y lo clausura con un acorde triunfante, en el que un hombre desahuciado y un niño sin amigos viven una redentora peripecia junto a un lago helado.

Estos tres relatos garantizan la pervivencia del libro en la memoria del lector y acreditan las razones de su éxito, tanto crítico como comercial, en Estados Unidos.

Pero además Diez de diciembre contiene un relato que por sí solo justifica una carrera literaria. El relato se titula Cachorro y leyéndolo he sentido el mismo tipo de impacto que en su momento experimenté ante El hombre que ríe, de J. D. Salinger, Un hombre bueno es difícil de encontrar, de Flannery O’Connor, o Parece una tontería, de Raymond Carver.

He sentido que me encontraba ante un himalaya del talento, un destilado preciso y perfecto de cuanto el arte narrativo puede aspirar a lograr, un espejo en el que contemplarse una y otra vez, tanto desde la perspectiva del oficio como desde la perspectiva del placer, para desde aquélla entender qué significa escribir y para desde ésta gozar de ese privilegio sin parangón que es la lectura.

Portada de 'Diez de diciembre'. George Saunders

Las dos Familias de Cachorro son parecidas y, a la vez, son distintas. Son parecidas porque en ambas hay Madres e Hijos, mientras los Padres están ausentes en el momento de la acción pero presentes en las conciencias de las Madres protagonistas, y son distintas porque la primera Familia, la Familia que va en busca del cachorro del título, es una Familia Feliz, Unida y Agraciada, mientras que la segunda Familia, la Familia que quiere desprenderse del cachorro, es una Familia (In)feliz, (Des)unida y Des(graciada).

Más tarde, en el devenir de la trama, las dos Familias revelarán sus luces y sombras hasta conformar si no un negativo de la imagen inicial, al menos sí una fotografía mucho más borrosa que aquella de la que partíamos: hay pesadillas bajo las almohadas de las Familias Felices, y hay atisbos de luz, por sucia y frágil que pueda parecer, en los dormitorios de las Familias (In)felices.

La clave del relato está, por supuesto, en las crías. Porque no sólo hay cachorros animales, sino también cachorros humanos. Y si los cachorros animales, cuando no pueden ser atendidos, son vendidos, regalados o, llegado el caso, incluso sacrificados, con los cachorros humanos la venta, el regalo y el sacrificio no son siempre posibles.

Saunders logra trazar en este asombroso relato el arco completo de las pasiones humanas, desde la vergüenza hasta el perdón, pasando por el miedo, la esperanza, la compasión, la iniquidad y el desgarro

La Madre Feliz que va en busca de una mascota para sus Hijos descubrirá, a través de una rendija infernal, que la Madre (In)feliz que la ha recibido en su casa posee un cachorro de perro, pero también un cachorro humano. El cachorro de perro es hermoso y juguetón: una delicia; el cachorro humano está atado por una cadena a un árbol, es agresivo y estúpido al mismo tiempo, depende cómo sople el viento en su cabeza, y come de una escudilla como haría cualquier bestia.

El cachorro de perro no tiene nombre, aunque los Hijos de la Madre Feliz pronto buscarán uno con que educarlo; el cachorro humano se llama Bo, y la Madre (In)feliz, aunque lo tenga atado a un árbol por una cadena, juraría ante cualquier tribunal de este mundo (y del otro) que lo ama con locura. Al final del relato, el cachorro de perro no se irá con la Familia Feliz y al cachorro humano quizá lo visite una asistenta social, aunque esa, desde luego, es otra historia.

Saunders logra trazar en este asombroso relato el arco completo de las pasiones humanas, desde la vergüenza hasta el perdón, pasando por el miedo, la esperanza, la compasión, la iniquidad y el desgarro. También el arco completo del confuso limbo en que se mueven razón y sinrazón. Y lo hace, memorablemente, sin olvidar dos herramientas fundamentales para cualquier escritor que se asome al pozo del corazón: la ausencia de un juicio dogmático, inquebrantable, y una piedad hacia sus criaturas benditamente terrenal, despojada de todo misterio que no sea el de nuestra fragilidad. El resultado es una pieza única que, engastada en el corazón de un libro maravilloso, abunda en la escrupulosa mirada que, desde Chéjov a Herta Müller, los maestros modernos del arte del relato vienen dedicando al zoo humano.

En el último libro de George Saunders, Diez de diciembre, hay varios relatos de indudable maestría, como A casa, un fragmento tenebroso del incómodo regreso al hogar de un soldado de las guerras modernas, caso de Los diarios de las Chicas Sémplica, el emocionante esfuerzo de un padre por regalar a los suyos ciertos ensueños económicos, o por descontado el texto homónimo que da título al volumen y lo clausura con un acorde triunfante, en el que un hombre desahuciado y un niño sin amigos viven una redentora peripecia junto a un lago helado.

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