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El asesinato ético es la clave
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Ricardo Menéndez Salmón

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El asesinato ético es la clave

La casa redonda, de Louise Erdrich, es la novela con la que la escritora de Minnesota obtuvo el National Book Award en 2012

Foto: Ilustración de 'La casa redonda' (Jon Han)
Ilustración de 'La casa redonda' (Jon Han)

A menudo las mejores obras de ficción nacen de datos fríos, forenses, de naturaleza estadística. Es el caso de La casa redonda, de Louise Erdrich, la novela con la que la escritora de Minnesota obtuvo el National Book Award en 2012. En un informe de Amnistía Internacional titulado Laberinto de injusticia, publicado cinco años antes, se reflejan tres dolorosas circunstancias: primera, que una de cada tres mujeres indígenas americanas es violada a lo largo de su vida; segunda, que un 86% de esas violaciones son cometidas por varones no indígenas; tercera, que la mayor parte de esas agresiones quedan impunes.

El informe muestra cómo es la propia Administración la que dota de modo insuficiente a los sistemas de justicia tribal, la que impide que los tribunales juzguen a sospechosos no indígenas y la que limita a un año las penas de prisión que dichos tribunales pueden imponer en casos de delitos de agresión sexual.

'La casa redonda' es un apasionante relato sobre la realidad contemporánea de los indios en sus reservas

Ese es el marco brutal e innegociable que alimenta el material narrativo sobre el que se levanta La casa redonda. La maestría de Erdrich consiste en lograr que esta situación objetiva sirva para construir un apasionante relato sobre la realidad contemporánea de los indios en sus reservas y, por extensión, sobre la fragilidad de su cultura, sobre el expolio que aún hoy siguen sufriendo sus comunidades y sobre el desamparo legal que en muchos casos padecen sus miembros.

Leyendo a Erdrich se constata que, dentro del imaginario colectivo ya no americano sino universal, la minoría india es la gran olvidada del mosaico racial y cultural que conforman los Estados Unidos de Norteamérica. Ese olvido justifica las palabras del presidente Barack Obama en el año 2010, calificando el drama del indigenismo como "un ataque a nuestra conciencia nacional".

La casa redonda narra una historia sencilla en apariencia. Una funcionaria ojibwe, de nombre Geraldine, resulta violada en 1988 en Dakota del Norte. Geraldine está casada con un juez tribal indio, de nombre Bazil, y tiene un hijo de 13 años, Joe, que es el narrador de la novela. Joe narra desde el tiempo presente, ya como adulto licenciado en Derecho y con su propia familia, las circunstancias de aquella primavera y de aquel verano de 1988, cuando su vida y la de sus padres cambiaron sin remedio.

En torno a la familia Coutts hay un buen número de personajes secundarios, entre los que destacan Mooshum, un indio centenario que satisface el tópico del narrador ante la hoguera, el gran contador de historias, y los tres amigos de Joe, la pandilla formada por Angus, Cappy y Zack, compañeros del descubrimiento de la muerte en un tiempo gozoso y a la vez perverso.

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Cada personaje de la novela, por pequeño que sea su rol -un tío borracho, una antigua stripper, una anciana sicalíptica, un cura católico, dos hermanos mellizos-, está retratado con el talento de una escritora en posesión de todos los secretos de su oficio. Erdrich logra ese misterio que está al alcance de tan pocos autores: la singularización de cada carácter creado, por aparentemente intrascendente que sea su presencia; la capital revelación de que en ciertas obras literarias nada es arbitrario, azaroso o gratuito.

De las distintas preguntas que vertebran La casa redonda -¿Cuál es la naturaleza del mal? ¿Existe alguna excepción que legitime el no cumplimiento de un imperativo categórico? ¿Qué es más importante para un hombre bueno: la satisfacción de la legalidad o la supervivencia de su familia?-, una se impone con singular crudeza: ¿Es la venganza un sentimiento que pueda quedar fuera del imperio de la ley?

El mundo no es el mismo después de ciertos hechos

Como en el caso de En la habitación, la gran película de Todd Field en que un matrimonio maduro, honesto y pacífico decide vengar a su hija asesinada allí donde la ley se ha enmarañado en un laberinto casuístico, en La casa redonda tanto Joe como su padre Bazil, sosia del Atticus Finch de Matar un ruiseñor, se enfrentan a una realidad que interpela directamente a la conciencia, un lugar donde los libros de leyes a menudo golpean en el vacío.

La posibilidad del asesinato ético es la clave que ampara la narración de Joe y la crónica de una familia devastada por lo que Erdrich denomina "la piel del mal". La peripecia de un hombre que recuerda cuando dejó de ser niño, en ese umbral no siempre fácil de detectar en que ciertas cosas se abandonan para siempre, aporta a la novela una capacidad emotiva extraordinaria.

La huella del horror no se lava nunca, ni con bellas palabras ni con el paso del tiempo.

Erdrich borda en páginas memorables el viacrucis de una familia que cruza un límite para descubrir que hay lugares de los que no se regresa. La imagen final de la novela, en la que Joe se recuerda a sí mismo y a sus padres conduciendo de vuelta a casa, asumiendo que la historia vivida los ha vuelto ya no vulnerables y frágiles, sino sencillamente viejos, es de una intensidad abrumadora.

La sangre vertida no libera de los fantasmas que nos han herido. La huella del horror no se lava nunca, ni con bellas palabras ni con el paso del tiempo. El mundo no es el mismo después de ciertos hechos. En su intento por convencer a Joe de que Dios, en su infinita sabiduría, ha dispuesto que el libre albedrío de los hombres les llevará a comprender que incluso del peor de los males se puede extraer algún bien, el padre Travis desempeña el papel de mensajero de una revelación que se quiere redentora, pero que muy a su pesar, en la hora de la verdad, donde ya no hay palabras, sino sólo gestos, debe acatar que hay heridas que ninguna reivindicación borra.

Erdrich, que ha contado esta historia encarnándola en el sentimiento e idiosincrasia propios de las comunidades indias, logra trascender ese marco local para devolvernos, al modo de los grandes novelistas, una duda y una angustia universales, que nos pertenecen e interpelan a todos sin excepción.

A menudo las mejores obras de ficción nacen de datos fríos, forenses, de naturaleza estadística. Es el caso de La casa redonda, de Louise Erdrich, la novela con la que la escritora de Minnesota obtuvo el National Book Award en 2012. En un informe de Amnistía Internacional titulado Laberinto de injusticia, publicado cinco años antes, se reflejan tres dolorosas circunstancias: primera, que una de cada tres mujeres indígenas americanas es violada a lo largo de su vida; segunda, que un 86% de esas violaciones son cometidas por varones no indígenas; tercera, que la mayor parte de esas agresiones quedan impunes.