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La sangre es la vida
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Jaime M. de los Santos

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La sangre es la vida

Antes que la "idónea" Eva, inductora necesaria, pertinaz ejecutora de la mancha original, dicen, hubo otra "hembra", otra "varona", Lilith

Foto: 'Amor y dolor', de Edvard Munch
'Amor y dolor', de Edvard Munch

Al sexto día, “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó”. Ya estaba separada “la luz de las tinieblas”, constituidos los parámetros para la vida y, Dios, “varón y hembra los creó”. El Génesis, el primero de los libros que conforman la Biblia, prosigue y, tras emplazar a Adán en “un huerto en Edén, al oriente”, nos recuerda cómo “Jehová lo hizo caer en un sueño”, cómo “tomó una de sus costillas” y, al fin, le hizo una mujer “idónea para él”. Son precisamente estos versículos, algo ambiguos, herméticos, los que a cierta tradición rabínica le sirvieron de soporte especular para enunciar su propia exégesis del mal. Antes que la “idónea” Eva, inductora necesaria, pertinaz ejecutora de la mancha original, dicen, hubo otra “hembra”, otra “varona”, Lilith; creada de sedimento y no de polvo puro, a base “de inmundicia”, al mismo tiempo que Adán.

Será en la primera jornada de la creación cuando Dios distinga el día de la noche, el bien del mal, cuando se libre en el cielo “un combate” entre “Miguel, sus ángeles (…) y el dragón”; un combate que acabará con este “arrojado al lago de fuego y azufre (…), atormentado por los siglos de los siglos”. De las abatidas huestes de Lucifer, privadas de la “luz verdadera”, nacerán, en connivencia con Lilith, los seres más abyectos, los más terribles; aberraciones negras e híbridas, pisciformes, despiadadas, iracundas. Cubiertas de pelo. Sedientas de muerte. En la pala izquierda del tríptico del carro de heno, El Bosco refleja esa lucha, la caída, el envilecimiento de quienes, “por su voluntad”, se transforman en hemípteros, en íncubos, en letal epidemia; y, mientras, enroscada al árbol de la ciencia, ofreciéndole a Eva el verdadero origen del mundo, Lilith metamorfoseada en reptil.

placeholder 'Tríptico del carro del heno'. El Bosco. 1512-1515. Museo del Prado
'Tríptico del carro del heno'. El Bosco. 1512-1515. Museo del Prado

Virgen insatisfecha, redimida en el pecado de la carne, lasciva, la Lilitû babilónica adelanta toda una genealogía perversa de feroces instigadoras. Esfinges, gorgonas, súcubos y sirenas, celestinas conjuradas al “triste Plutón, emperador de la corte dañada”; flores del mal “con sus garras y sus dientes de loba”, que dirá Baudelaire, con su femineidad intacta. Amenazas perpetuas, silentes, se acabarán transformando en dolencia, en plaga, en peste. Arraigadas en el miedo, en la imperiosa necesidad de creer, lo que fuera, se fundirán con los sueños, con el hambre, con la ignorancia, pero, también, con la ignominia de quienes, tanto o más inicuos que las bestias, se erigían en guías, en soporte, en pan para un pueblo tan devoto como depauperado.

"Cuando queda poco por lo que luchar, todo es susceptible de volverse épico; también terrible"

Cuando queda poco por lo que luchar, todo es susceptible de volverse épico; también terrible. Cuando la muerte ocupa más tiempo que la propia vida, cuando se cierne tangible y queda, impasible, todo es oscuridad. Y el temor gobierna. Y la verdad espanta. Y, por más que la fe promueva otra vida, más allá de la vida, trascendente, la “no muerte”, infame burla de la resurrección, se torna en supremo vicio, herético oráculo del más allá. Allí campa, corrompido, uno de esos monstruos implacables, de esas criaturas que, como Lilith y sus hijas, vive en la continua pulsión de la sangre.

placeholder 'Las resultas' (de la serie 'Caprichos enfáticos'). Francisco de Goya. 1814-1815. Museo del Prado.
'Las resultas' (de la serie 'Caprichos enfáticos'). Francisco de Goya. 1814-1815. Museo del Prado.

“La sangre es la vida”, brama R. M. Renfield desde su encierro en Carfax. Ahí está la consagración del mito, la culminación del rito, el mártir profético para la constatación del mal. El 28 de mayo de 1897, en el Reino Unido, se publicaba una de las historias más tentadoras, más abruptas, más terriblemente bellas, 'Drácula'. Ya lo dijo Rilke, “lo bello es terrible”. La belleza dionisiaca. El amor báquico, narcótico. Todo está en el imaginario de Bram Stoker, todo crepita en esa presencia dolosa y, a la vez, doliente que, “con su expresión fija y cruel, sus dientes blancos y sumamente afilados”, determinará la consumación del linaje vampírico, el arquetipo de quien, habiendo negado la luz, se solazará en la noche por toda la eternidad.

placeholder Nada. Ello dirá (de la serie Caprichos enfáticos). Francisco de Goya. 1814-1815. Museo del Prado
Nada. Ello dirá (de la serie Caprichos enfáticos). Francisco de Goya. 1814-1815. Museo del Prado

“El crimen requiere de la noche”, escribe Bataille, y Goya, mientras brega con la suya, que también le tortura átona y densa, se servirá de ella para alumbrar algunas de las más cruentas escenas, de las más elocuentes estampas. Los monstruos que el sueño de la razón producía en 1797, se han vuelto demoníaca legión en torno a la exhausta y casi inerte anatomía de un hombre, naturaleza muerta, “cuerpo cansado (…) de la España de posguerra”, del que liban con afán. Si 'Las resultas' parecen desvelar, crípticas, el abuso absolutista del felón Fernando VII, 'Nada. Ello dirá ahoga' toda señal de esperanza. Seres noctívagos, atávicos, con sus deformes gestos enredados con la noche, acosan a quien nada tiene que perder, al que nada encontró en la otra orilla. Capricho enfático para un mundo desolado, para un todo nihilista.

placeholder 'La pesadilla'. John Henry Fuseli. 1781. Detroit Institute of Arts.
'La pesadilla'. John Henry Fuseli. 1781. Detroit Institute of Arts.

“Porque los muertos viajan deprisa”, hombres y mujeres de Prusia, Istria, Valaquia o Silesia, arrastrados por un miedo endémico, “histérico” para Voltaire, abundarán en el hecho incierto de “revivientes” depravados infectando sus ciudades. De allí toma Stoker gran parte del sadismo de su conde, también del modelo byroniano definido por Polidori. Allí encontrará toda una panoplia de escenarios siniestros, de leyendas macabras que, con un marcado sesgo misógino, relegará a las bellas atroces, a las 'femmes' fatales, al ostracismo, a la sumisión, a la violenta constatación de la tiranía machista. La mujer, que para Nietzsche es malvada, “el juego más peligroso”, cuando se publique 'Drácula', está inmersa en la batalla por asegurarse derechos que, en tanto y cuanto descendiente de Eva, tenía vetados, que, por compartir género con las legítimas herederas de Lilith, la de la “hermosa cabellera”, seguirán siendo negados.

Al sexto día, “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó”. Ya estaba separada “la luz de las tinieblas”, constituidos los parámetros para la vida y, Dios, “varón y hembra los creó”. El Génesis, el primero de los libros que conforman la Biblia, prosigue y, tras emplazar a Adán en “un huerto en Edén, al oriente”, nos recuerda cómo “Jehová lo hizo caer en un sueño”, cómo “tomó una de sus costillas” y, al fin, le hizo una mujer “idónea para él”. Son precisamente estos versículos, algo ambiguos, herméticos, los que a cierta tradición rabínica le sirvieron de soporte especular para enunciar su propia exégesis del mal. Antes que la “idónea” Eva, inductora necesaria, pertinaz ejecutora de la mancha original, dicen, hubo otra “hembra”, otra “varona”, Lilith; creada de sedimento y no de polvo puro, a base “de inmundicia”, al mismo tiempo que Adán.

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