Es noticia
¿Por qué de mí a mí me arrancas?
  1. Cultura
  2. Íncipit
Jaime M. de los Santos

Íncipit

Por

¿Por qué de mí a mí me arrancas?

Un soliloquio que increpa y revuelve. Que busca respuestas sin resolver las dudas. Porque, igual que la fe y el amor son abstractas. Como la primera acuarela de Kandinsky

Foto: Nuria Fernández en '¿Por qué de mí a mí me arrancas?'. (Jaime M. de los Santos)
Nuria Fernández en '¿Por qué de mí a mí me arrancas?'. (Jaime M. de los Santos)

Fue Beatriz Blasco Esquivias la que me puso en su pista, quien me ofreció una forma nueva para acercarme a la santa -han pasado veinticinco años-. Impartía sus clases -magistrales de verdad- miércoles y jueves; Estética de la Edad Moderna en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense; un compendio de verdades sobre un tiempo nuevo, el del renacer de ideas ya germinadas pero ocultas por la grava de los años. Y nos enseñó a Cennino Ceninni, y la imperfección perfecta de la ciudad ideal de Pienza, la del Papa Eneas Picolomini. También los ecos, casi siempre inaudibles, entre el feroz Buonarroti y Santa Teresa de Jesús. Eso es ¿Por qué de mí a mí me arrancas?, la constatación de las resonancias entre los que nunca se leyeron, nunca se conocieron, jamás pensaron que se les acabaría hilvanando. Han pasado cuatrocientos años desde que a Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada se la canonizara, cuatro siglos desde que los sonetos de Miguel Ángel vieran la luz. Con los ojos del hoy -irritados, los míos, por una alergia temprana; minuciosos los de Darío Facal- sorprende, emociona, como el uno y la otra viven sin vivir en sí, aman con el mismo fuego en la palabra, esperan a que pase el tiempo que es como un cuchillo, "un cuchillito".

placeholder 'Sor María de Santa Teresa'. José Miguel Figueroa. 1843.
'Sor María de Santa Teresa'. José Miguel Figueroa. 1843.

Ávila vive enclaustrada en un lienzo de piedra que no le deja olvidar lo que fue, una construcción de bravura que se alza amarrando su cielo -que hay veces que vira a morado-. Frente a su envés, junto a una de sus puertas, casi como otra muralla, está la casa de la santa, precedida por una de esas fachadas del barroco monacal de la Contrarreforma filipina -un retablo de granito erigido como un altar-. Allí -dicen- leía Teresa, sobre todo a Cervantes, su Quijote -que es de todos-; allí aprendió a vivir. Hacia dentro, bajo un palio de piedra gravada, como límite norte, se erige la Glorificación de la Santa -henchida de puttis-, milagro en madera policromada de Gregorio Fernández. El viernes -mañana- a su pies, como prolongación sacra, como reflejo teatral, una actriz, Nuria Fernández, seguirá soñando con ser leño sobredorado -quieta, muy quieta-, transformada en pilar de una iglesia que sigue necesitando doctoras; abrigada por un paño hiperbólico de Leandro Cano, paralizada en su rostrillo de lana, marcando el camino, guarecida por la infinitud de un neón rojo como su sangre rescatado en Chicote -por Karlos Gil-; coronada de “eléboros, fucsias y crisantemos”. Como en las telas novohispanas, las del Banco de la República de Bogotá, esta santa se cubre con flores, una suerte de parra que adelanta otro cielo -el prometido-, ese que ilumina El cantar de los cantares.

placeholder 'La creación de los astros y las plantas'. Miguel Ángel Buonarroti. 1511.
'La creación de los astros y las plantas'. Miguel Ángel Buonarroti. 1511.

Susana Cruz construye jardines con dedos de orfebre, lo mismo que una ingeniera floral, una miniaturista; bruñe el metal como en el tercer día de la creación. Así ha construido la corona de la santa -que murió en "olor de santidad"-, como un bosque de copas perladas, como un jardín vertical. En la Capilla Sixtina, entre arcos formeros dibujados, Dios -de nalgas- también crea las plantas; Él bajo la estela de un disco dorado, sobre un cielo que rompe la tierra, entre hercúleos ignudis en posturas quebradas. Hay quien ha visto tras esas anatomías rotundas a Tommaso Cavalieri, pasión madura del pintor, su inspiración, el sensible patricio romano al que no pudo no amar. A él le va a dedicar alguno de sus más bellos poemas. "Tú sabes que sé, mi señor, y sabes/que me aproximo más para gozarte"; "Lo que en tu bella faz aprendo y busco,/mal lo comprende el ingenio humano", le dice; hasta, lo mismo que la Santa, asegurar que "Quien saberlo quiera, ha de morir entonces". La muerte como medio -no como fin-, paso necesario y previo para alcanzar la eternidad. Tres décadas tardará el "divinísimo" -como lo llama Vasari- en cerrar la capilla a su espalda. Allí se va a retratar, frente al ser amado, en el pellejo extirpado a san Bartolomé, en pleno Juicio Final. Así pende de la mano del santo, deshecho, informe, harto. Haciendo suyo el grito de Marsias, "¿Por qué de mí a mí me arrancas?". Una oportunidad en la abstracción, con lo incorpóreo -que es la vida. Y la muerte. Y el amor. Y el arte-.

placeholder Nuria Fernández con la corona diseñada por Suma Cruz. (Jaime M. de los Santos)
Nuria Fernández con la corona diseñada por Suma Cruz. (Jaime M. de los Santos)

Fue Beatriz Blasco Esquivias la que me puso en su pista, quien me ofreció una forma nueva para acercarme a la santa -han pasado veinticinco años-. Impartía sus clases -magistrales de verdad- miércoles y jueves; Estética de la Edad Moderna en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense; un compendio de verdades sobre un tiempo nuevo, el del renacer de ideas ya germinadas pero ocultas por la grava de los años. Y nos enseñó a Cennino Ceninni, y la imperfección perfecta de la ciudad ideal de Pienza, la del Papa Eneas Picolomini. También los ecos, casi siempre inaudibles, entre el feroz Buonarroti y Santa Teresa de Jesús. Eso es ¿Por qué de mí a mí me arrancas?, la constatación de las resonancias entre los que nunca se leyeron, nunca se conocieron, jamás pensaron que se les acabaría hilvanando. Han pasado cuatrocientos años desde que a Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada se la canonizara, cuatro siglos desde que los sonetos de Miguel Ángel vieran la luz. Con los ojos del hoy -irritados, los míos, por una alergia temprana; minuciosos los de Darío Facal- sorprende, emociona, como el uno y la otra viven sin vivir en sí, aman con el mismo fuego en la palabra, esperan a que pase el tiempo que es como un cuchillo, "un cuchillito".

Religión Arte
El redactor recomienda