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Descafeinado y prescindible... las horas más bajas de Alejandro Sanz
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Víctor Lenore

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Descafeinado y prescindible... las horas más bajas de Alejandro Sanz

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Alejandro Sanz no tiene nada que demostrar. Su nombre ya forma parte de la historia de la música popular española, haga lo que haga desde aquí a que se retire. ¿Sus méritos? Ha compuesto un clásico indiscutible: Corazón Partío, del que se seguirán haciendo versiones dentro de siglo y medio. También puede presumir de media docena de himnos mayúsculos, con estribillos que hacen despegar los pies del suelo a cualquiera que no padezca alergia las canciones románticas.

¿Su gran mérito? Exprimir mejor que nadie la fórmula que patentó Ray Heredia en el álbum de culto Quien no corre, vuela (1991). La receta puede describirse así: balada italiana más toque flamenquito, más sensibilidad a flor de piel. La crítica cool suele poner por las nubes el álbum de Heredia para, a renglón seguido, ningunear a Sanz. En realidad, el alumno no tiene nada que envidiar al maestro (fallecido de manera prematura a los veinte muchos). Sanz es capaz de algo al alcance de muy pocos: escribir canciones de amor universales

Flojera general

Dicho esto, su nuevo disco de estudio suena a café aguado. ¿El mayor problema? Apostar por el toque funk y quedarse en funkete. El ingrediente esencial de este género afroamericano, que explotó en la segunda mitad de los sesenta, es la energía. Las canciones funk sudan, palpitan y retumban, incluso en sus registros más suaves. El nuevo material de Sanz, en cambio, contiene ritmos tan previsibles como inofensivos. En parte, por unas soluciones de producción tremendamente estandarizadas, como era de esperar de la participación de Sebastian Krys, cuyo currículum incluye a Thalía, Gloria Stefan y Shakira.

placeholder Alejandro Sanz en la presentación de 'Sirope'. (EFE)
Alejandro Sanz en la presentación de 'Sirope'. (EFE)

Pero no hay que echar la culpa del naufragio a la producción. Ésta sólo contribuye a vulgarizar un disco por debajo del nivel. El problema es la flojera de estribillos, letras y melodías. Sanz estaba tan entretenido con su acercamiento a los sonidos negros que parece haberse olvidado de componer temazos. Ha pronunciado, incluso, la frase fatídica: "Ya no voy a buscar el "hit" que suene en la radio".

Enhorabuena, entonces, ¿por qué lo ha conseguido? La radiofórmula machacará estas canciones durante todo el verano, por venir de quien vienen, no por su capacidad de contagio. Es improbable que este repertorio brille en su inminente gira de verano, donde las nuevas piezas tendrán que medirse con sus himnos de siempre. 

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Versos poco trabajados

¿El mejor momento? Pero tú, una balada clásica y destemplada, marca de la casa. No hay más cortes que destaquen en Sirope. El primer sencillo, Un zombie a la intemperie, ya dejaba un poco frío. Es dudoso que esta canción hubiese sido elegida como carta de presentación de sus mejores álbumes. Sanz ha citado a James Brown en la entrevistas, pero se queda más cerca de Eagle-Eye Cherry.

No me malinterpreten: la canción no es espantosa, más bien se encoge con el toque artificial del estribillo en falsete y unos versos poco trabajados. El peor es el que dice: "Me eché a volar contento al Este/ se ve tan celeste". Poco después habla de "magia celestial". Puro estilo Nacho Cano, con su: “No hay marcha en Nueva York/y los jamones son de York".

El himno antichavista 'No madura el coco' pinta una visión maniquea desde su mansión de Miami

¿Lo peor del lote? La sonrojante El silencio de los cuervos, un texto presuntamente político donde repasa todo el catálogo de tópicos sobre la necesidad de paz en el mundo. Una especie de Imagine particular, cuyas metáforas no despegan en ningún momento. Se queda en naderías como: “Yo quiero que el futuro quede libre de pendejos" o "no podemos parar al soldado/ a lo más, enseñarle un color". 

También da vergüenza ajena el himno antichavista No madura el coco, que pinta un Caribe de "miedo y nieve" con "palmeras entre el hielo". Visión maniquea desde su mansión de Miami. La melodía, escasamente pegadiza, ni siquiera podrá aprovecharse como himno electoral de la oposición. 

Síndrome del artista

La zona media del álbum está compuesta por cortes que no chirrían, pero tampoco contagian. Tú la necesitas, con su trote cochinero, está más cerca de lo primero, mientras Todo huele a ti sube un poco el nivel medio. A mí no me importa y La guarida del calor apuestan todo al swing sin encontrarlo por ningún lado. Hacen pensar en esos "solos" donde el músico sacude la cabeza y cierra los ojos, en señal de intensidad interior, mientras el público aprovecha para ir a la barra a pedir otra cerveza.

Tampoco levanta el vuelo Capitán Tapón, pieza dedicada a su hijo pequeño, con un aire entrañable en el arranque, pero tan autocomplaciente como el noventa y nueve por ciento de las letras pop sobre paternidad. Las ráfagas en plan jam session, presentes en todo el disco, sólo ofrecen funkete con piloto automático. El medio tiempo A qué no me dejas, con toque de serenata mariachi, necesita un calor que finalmente no alcanza.

Tópicos bohemios

Estamos, por tanto, ante un Sanz muy menor. Sirope recuerda al reciente Bohemio de Andrés Calamaro: un disco bien cantado, repleto de tópicos canallas, que confía en el oficio acumulado para salir con bien. En ambos se echa de menos el voltaje expresivo de antaño. Los grandes autores también tienen horas bajas.

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El músico madrileño sufre algo que podríamos llamar "el síndrome del artista". Aburrido de hacer "lo de siempre", busca nuevas texturas para mostrar su versatilidad o mantenerse entretenido. Esta vez han sido los sonidos negros, que manejados así suenan más a lastre que a trampolín. La sensación que transmite Sirope es que Sanz se lo pasa mejor cantando que nosotros escuchando.

Hay cierto tipo de artista que brilla especialmente cuando hace "lo de siempre", por ejemplo Los Ramones. Alejandro Sanz pertenece plenamente a esa categoría. Entregar otro disco de baladones de amor clásico para la radiofórmula no hubiera menoscabado se estatura musical. Por no acertar, Sanz no acierta ni en la portada, una foto de su cara cubierta por tres manos femeninas con las uñas pintadas. ¿Mensaje subliminal? "Las mujeres no me dejan ni probar sonido". Una idea que supera a su vecino Julio Iglesias.  

Alejandro Sanz no tiene nada que demostrar. Su nombre ya forma parte de la historia de la música popular española, haga lo que haga desde aquí a que se retire. ¿Sus méritos? Ha compuesto un clásico indiscutible: Corazón Partío, del que se seguirán haciendo versiones dentro de siglo y medio. También puede presumir de media docena de himnos mayúsculos, con estribillos que hacen despegar los pies del suelo a cualquiera que no padezca alergia las canciones románticas.

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