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Matusalén quiere hacer la revolución: el poeta más viejo del mundo es populista
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Alberto Olmos

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Matusalén quiere hacer la revolución: el poeta más viejo del mundo es populista

Con 97 años recién cumplidos, Ferlinguetti sigue siendo un activo fundamental de la vida literaria de San Francisco. Se publica en España 'El pulso de la luz', una selección de su poesía

Foto: Ferlinghetti en City Lights
Ferlinghetti en City Lights

La maldad rejuvenece, afirmó Rimbaud, y de la travesura de escribir versos se han beneficiado -más que de la Seguridad Social- numerosos poetas estadounidenses. John Ashbery, Nathaniel Tarn, Gary Snyder o David Antin sobrepasan a día de hoy los ochenta años. Lawrence Ferlinguetti (Nueva York, 1919), por su parte, cumplió hace dos semanas noventa y siete. Ha sido, sin duda, el más travieso de todos.

Nacido huérfano en Nueva York, pues su padre murió cuando él todavía redondeaba el vientre materno, Ferlinghetti pasó los primeros años de su vida en Francia, al cuidado de su tía Emily; luego volvió a Estados Unidos y vivió en un orfanato, para pasar después de mano en mano y de colegio en colegio hasta acabar pescando langostas en Maine. Con apenas veinte años, se enroló en el ejército y participó en el desembarco de Normandía.

Afín al riesgo, después de la guerra encomendó su vida a la literatura, estudiando primero en su país y luego en la Sorbona, ya casado con la nieta de un mítico general confederado. En 1953 la pareja se trasladó a San Francisco, la ciudad donde todo estaba a punto de suceder.

Tráiler

'Aullido'

Ferlinghetti dio a toda una generación un techo bajo el que beber: City Lights (seguramente la librería más famosa de todos los tiempos). Jack Kerouac, Gary Snyder o Allen Ginsberg pasaron allí las horas, metieron al librero en sus novelas y crearon a base de escándalos y procesos judiciales uno de los grandes mitos -a decir verdad, un tanto adolescente- del siglo pasado: la generación beat.

City Lighst se convirtió pronto en un sello literario, donde Ferlinghetti publicó sus propios libros y los de algunos autores llamados a ser traducidos muchos años después por la editorial Anagrama: Charles Bukowski o Sam Sheppard, sin ir más lejos.

Un tiro de gracia a toda una época de mojigatería y martinis en el porche fue lo que supuso finalmente la publicación de 'Aullido' (1956), de Allen Ginsberg. El poemario hablaba de drogas y de homosexualidad con desusada explicitud, lo que llevó a su editor y al gerente de City Lights a enfrentarse a un juicio por promover la obscenidad desde su librería. En ese momento, Allen Ginsberg estaba enloqueciendo en Tánger, por lo que no fue siquiera imputado.

Un tiro de gracia a toda una época de mojigatería y martinis en el porche fue lo que supuso finalmente la publicación de 'Aullido' (1956), de Ginsberg

Como suele suceder, el proceso judicial sólo sirvió para que 'Aullido' se convirtiera en leyenda, vendiera un millón de ejemplares y estableciera un nuevo listón respecto a aquello de lo que se podía escribir en el resto de Occidente. Los imitadores de la generación beat llegan incluso a nuestros días.

Aburrirse en recitales de poesía

placeholder 'El pulso de la luz'
'El pulso de la luz'

Asociada casi exclusivamente a una labor de agitación cultural, la figura literaria de Lawrence Ferlinguetti apenas ha hecho sombra a las de los ya icónicos Kerouac, Ginsberg o Burroughs. En España sólo se había traducido, en 1982, su poemario 'Un Coney Island de la mente' (Hiperión). Por eso es tan oportuna, a pesar del retraso, la aparición de la antología 'El pulso de la luz' (Salto de Página).

Seleccionados y traducidos por Antonio Rómar, los poemas de 'El pulso de la luz' ponen en cuestión, lo primero de todo, el propio título de la compilación, claramente viciado de lirismo. Ferlinghetti no es un poeta luminoso ni delicado, es un poeta del pueblo, casi un panfletario.

En 'El pulso de la luz' recorremos su poesía política desde mediados de los años 50 hasta el mismísimo 2014. Lo dice el antólogo en su introducción: Ferlinghetti sigue tan activo a sus casi cien años como el mismo día en que llegó a San Francisco.

“Hemos visto a las mejores mentes de nuestra generación/ destruidas por el aburrimiento de los recitales de poesía”, escribe en su famoso Manifiesto populista, una llamada a los poetas de todo el mundo a dejar sus torres de marfil -hoy diríamos: sus subvenciones- para volver a las calles.

“Hemos visto a las mejores mentes de nuestra generación/ destruidas por el aburrimiento de los recitales de poesía”, escribe Ferlinghetti

La poesía de Ferlinghetti, muy influida por la torrencialidad y la épica de Walt Whitman, acierta más cuanto menos se toma en serio y, sobre todo, cuando deja de lado la facilidad de las enumeraciones, paralelismos y anáforas que le llevan a escribir largos poemas de inventario. La selección de Rómar es, en este sentido, equilibrada, y, en conjunto, tenemos al Ferlinguetti más arrojado e ingenioso revolucionando la mayoría de las páginas de 'El pulso de la luz'.

De hecho, el concepto de revolución se insinúa como espina dorsal de su poética (“Quién de entre vosotros habla aún de revolución/ Quién de entre vosotros aún desmonta / los cerrojos de las puertas”; “caen en la oscuridad/ dejando sólo sombras para probar/ que otra revolución ha pasado”) y no en vano Ferlinguetti llegó a calificar la propia labor del poeta como “arte insurgente”.

'El pulso de la luz' consigue, como casi ningún poemario, ser al mismo tiempo divertido y actual. Uno diría, leyendo esta imprescindible colección de poemas, que reírse e indignarse nunca pasarán de moda:

“Está todo basado en el bipartidismo/ que no permite mucha libertad de elección/ del modo en que el asunto está montado/ América en ropa interior/ se abre paso a través de la noche/ La ropa interior lo controla todo en última instancia.”

La maldad rejuvenece, afirmó Rimbaud, y de la travesura de escribir versos se han beneficiado -más que de la Seguridad Social- numerosos poetas estadounidenses. John Ashbery, Nathaniel Tarn, Gary Snyder o David Antin sobrepasan a día de hoy los ochenta años. Lawrence Ferlinguetti (Nueva York, 1919), por su parte, cumplió hace dos semanas noventa y siete. Ha sido, sin duda, el más travieso de todos.

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