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De malvivir a ganar 100.000 $: un joven español y el libro que nadie quería publicar
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Alberto Olmos

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De malvivir a ganar 100.000 $: un joven español y el libro que nadie quería publicar

Alejandro Morellón se hizo con el premio Gabriel García Márquez de relatos con su libro 'El estado natural de las cosas', obra que le publicó hace un año y medio el firmante de este artículo

Foto: Alejandro Morellón. (EFE)
Alejandro Morellón. (EFE)

No tienes ninguna posibilidad, pero por lo menos viajas a Colombia. Eso fue lo que le dije a Alejandro Morellón (Madrid, 1985) unos días antes de que tomara un avión Madrid-Bogotá para asistir a la fiesta donde se fallaba el IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Su libro 'El estado natural de las cosas' (Caballo de Troya) era finalista y aspiraba, junto a otros cuatro, a embolsarse los 100.000 dólares del galardón de narrativa breve mejor dotado del mundo. Entre los relatos de 'El estado natural de las cosas' no había ninguno que pudiéramos clasificar como “cuento de hadas”, pero este repaso a la peripecia editorial de su autor sólo puede leerse -aviso- como un cuento de hadas.

En el año 2016 Claudio López de Lamadrid me encargó dirigir el pequeño sello Caballo de Troya perteneciente a Penguin Random House Grupo Editorial. Se trataba de una comisión editorial efímera, pues el año anterior el sello lo había dirigido Elvira Navarro y yo dejaría el puesto en 2017, tras seleccionar seis manuscritos.

Foto: Vista de la bahía de Tokio desde la isla de Odaiba. (A.O.) Opinión

La idea de pasar al otro lado del enjuiciamiento y poder ver los libros, no desde la aspiración propia, sino desde la vanidad ajena resultaba de lo más estimulante. Quizá llegara por fin a entender algo sobre el mundo editorial.

placeholder 'El estado natural de las cosas'. (Caballo de Troya)
'El estado natural de las cosas'. (Caballo de Troya)

Mi tarea consistía mayormente en leer. Por un lado, a la sede de Madrid llegaban regularmente desde Barcelona (donde debían remitirse las propuestas) cajas y cajas llenas de manuscritos. Una vez a la semana pasaba allí mis buenas horas abriendo esas cajas y juzgando novelas encuadernadas en espiral o canutillo. Por otro lado, envié mails a varias personas que quizá estuvieran acabando una novela (estudiantes de escritura creativa en Estados Unidos, por ejemplo) o que, no habiendo mostrado públicamente su interés por la literatura, tuvieran una presencia en redes que dejara entrever una posible afición secreta. En Twitter se topa uno con gente muy ingeniosa.

A todo este trabajo había que sumar mi propósito de publicar a tres hombres y a tres mujeres, paridad que observé no desde la militancia más desaforada, pero sí buscando poner a prueba prejuicios propios y ajenos.

Sinsabores

El caso es que entre los manuscritos que recibí sólo uno me convenció finalmente, y que todos los demás autores que seleccioné me llegaron aconsejados por alguien, a través de los talleres que yo mismo impartía o directamente remitidos por amigos. Me decía que publicar a dos amigos (sobre seis) era una cuota bastante tolerable de nepotismo literario. Amigos con manuscritos tengo suficientes como para llenar el catálogo de Caballo de Troya hasta 2050.

Todo este trajín fue divertido y enriquecedor, pero no estuvo exento de sinsabores. De hecho, un apreciable aluvión de acusaciones, maledicencias, silencios y sonrojos acompañó toda mi experiencia.

Nadie notó que yo había publicado el mismo número de hombres que de mujeres, a pesar de que todo el mundo vigila cuando no se cumple

Nadie hizo notar, por ejemplo, que yo había publicado el mismo número de hombres que de mujeres, a pesar de que todo el mundo parece estar muy vigilante cuando esta aritmética no se cumple, y de que quizá cuando se atiende a dicha equidad también vendría bien señalarlo. Una autora de entre las publicadas, por no salirnos del conflicto de género, resultó ser novia de un escritor más o menos conocido, pero al que yo había visto sólo dos veces en mi vida. Enseguida se consideró que yo la había publicado por ser la novia de mi mejor amigo. Por supuesto, en blogs y redes leí algunos comentarios que estimaban que todo lo propuesto por mí ese año era muy malo. Ningún suplemento o revista de ámbito nacional reseñó ninguno de los libros, y sólo aquellos autores que se empeñaron en promocionar su propia obra lograron aparecer en publicaciones menores o en una página par de agosto en algún periódico de cierta enjundia. Me daba cuenta de que había arrojado a un circo romano a seis jóvenes autores, y de que conmigo quizá no empezaran una bonita carrera literaria, sino un proceso de desilusión. Uno de esos autores era Alejandro Morellón.

El estado natural de las cosas

Debo reconocer que el caso de Alejandro Morellón se apartó bastante de la norma, pues decidí publicarlo sin leerlo. Quiero decir que, nada más saber que era el editor de Caballo de Troya, le dije: te voy a publicar. Sólo faltaba que me enviara algo que hubiera escrito.

Nos habíamos conocido por amigos comunes y empezamos a tomar café una vez a la semana y a coincidir en las mismas presentaciones de libros. Morellón vivía un poco de salir en anuncios de televisión -su apostura es envidiable- y otro poco del cariño. O sea, malvivía. Iba mucho por las bibliotecas donde yo siempre voy y bastantes veces sacábamos los libros que el otro acababa de devolver. Escribía mucho y enviaba sistemáticamente sus cuentos o novelas a concursos que siempre ganaba otro, un otro que parecía siempre el mismo, el ganador nato homologado. Ni siquiera yo le seleccioné para mi antología de autores de su generación, 'Última temporada' (Lengua de Trapo). Morellón no era nadie a ninguna hora del día en la literatura española de cualquier tramo etario. Por si fuera poco, mi hija siempre se echaba a llorar nada más verlo cuando nos encontrábamos en algún bar de Lavapiés.

Decidir publicar a alguien sin antes leerlo puede parecer una estupidez o una sospechosa veleidad. Pero publicar a Alejandro Morellón fue conjurar este dilema: si un editor no está ahí para esa persona joven que únicamente vive para leer y escribir, alguien que, por mucho que pasen los años sobre su vocación sin conseguir el más mínimo éxito, persevera y sigue escribiendo y dando dignidad a la literatura, entonces, sí, entonces... ¿de qué coño va esto?

La verdad es que su libro pasó sin pena ni gloria y yo creo que hasta me arrepentí de habérselo publicado, pues le ensanchaba la decepción. “Absolutamente mediocre”, lo calificó alguien en un blog.

Así que Alejandro Morellón se había quedado más o menos donde estaba, en la bohemia suicida de la literatura, pero con menos excusas que venderle a sus padres. A fin de cuentas, ahí estaba el libro, y en Penguin Random House Grupo Editorial nada menos; todo lo cual nos dejaba sin embargo en la casilla de salida de la misma miseria de siempre. Morellón ya no podía negar que ser escritor era como para dejar de ser escritor.

García Márquez

Nuestros cafés semanales continuaron, y recuerdo -es fascinante cómo ahora sus palabras más bien vagas se robustecen y ennoblecen al amparo de la noticia- su deseo de dejar de escribir durante un tiempo, de escribir menos en todo caso, y de leer más y aplacar un tanto el ruido incesante de las imprentas.

Nada se movía en este año 2017 en la aspiración literaria de Alejandro Morellón. Dejaba su currículum en todas las librerías de Madrid y no le llamaban de ninguna (a fin de cuentas, leía y escribía, cosa realmente incompatible con ser librero, como todo el mundo sabe). Perdía concursos y becas. Perdía en general. Su novia pasó a mis ojos de la abnegación a la santidad, y quizá pronto llegara al martirio. ¿Qué hace una mujer con un tipo que no hace nada, salvo jugar con papel, que dijo Marías que dijo Stevenson?

Se abreron los plazos de varios galardones nacionales que suelen recaer en autores jóvenes. Morellón no estuvo ni entre los finalistas. Esto no fue óbice para que participara también en el IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, que destinaba desde Colombia 100.000 dólares al mejor libro de cuentos publicado en 2016 entre Latinoamérica y España. Si 'El estado natural de las cosas' no existía en su propio país, imaginen mis esperanzas de que llamara la atención entre todo lo publicado en el ámbito hispánico.

Así de agónicas estaban las cosas cuando Alejandro Morellón pasó la primera criba y su libro compareció como finalista con otros doce. No estaba mal, una minúscula alegría en Lavapiés. Anagrama, Alfaguara, el gran Federico Falco, la muy sonada Mariana Enríquez... O sea, ninguna posibilidad.

Semanas después, 'El estado natural de las cosas' ya estaba entre los cinco únicos aspirantes. Esto molaba más: Morellón viajaba a Colombia y se comprarían una bonita cantidad de ejemplares para las bibliotecas de aquel país, obtuviera el premio o no.

Ganador

El 1 de noviembre recibí un parco mensaje de Claudio López de Lamadrid: “Ha ganado Morellón”.

El mundo se me vino abajo. ¿No era todo corrupción en la literatura, fatuidad, contactos, presiones editoriales, miseria? Morellón había ganado con una limpieza irreprochable el premio más importante del mundo para libros de relatos en lengua española; y 100.000 dólares. No quiero ni pensar en el susto que se va a llevar el puñado de euros que hay en su cuenta corriente cuando lleguen esos 100.000 dólares.

¿Qué he aprendido yo sobre el mundo editorial? Bueno, que es un disparate

¿Qué he aprendido yo sobre el mundo editorial? Bueno, que es un disparate. Si no me hubiera dado por publicar 'El estado natural de las cosas' tengo por seguro que hoy sería un manuscrito inencontrable más en un disco duro. Esto quiere decir que la misma antología de relatos que ahora es considerada la mejor en español de 2016 por un jurado docto e imparcial podría no estar ni siquiera a la venta. Por supuesto, amigos, hay una lista muy hermosa de editoriales que le han rechazado un libro (incluso: ese libro) a nuestro joven autor.

Lo único que ha cambiado el destino de silencio de su antología de relatos por un destino de repercusión intercontinental es que su editor quiso publicarlo antes de leerlo. Es decir, su editor quiso la fe. La suerte que ha tenido Morellón no ha sido la de ganar 100.000 dólares, sino la de que alguien le diera una salida a su delirio. Es curioso que a Morellón deba de parecerle más fácil haber ganado 100.000 dólares con su libro de lo que le pareció verlo publicado.

Alejandro Morellón ha escrito siete cuentos de terror para vivir un cuento de hadas único. Muchos nos hicimos escritores pensando que estas cosas podían pasarnos, aunque luego no nos hayan pasado nunca. Por eso está bien dejar un largo registro de la anomalía, porque normalmente ganan los ganadores, no nosotros.

¿No es ridícula, y maravillosa, y otra vez ridícula la literatura?

No tienes ninguna posibilidad, pero por lo menos viajas a Colombia. Eso fue lo que le dije a Alejandro Morellón (Madrid, 1985) unos días antes de que tomara un avión Madrid-Bogotá para asistir a la fiesta donde se fallaba el IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Su libro 'El estado natural de las cosas' (Caballo de Troya) era finalista y aspiraba, junto a otros cuatro, a embolsarse los 100.000 dólares del galardón de narrativa breve mejor dotado del mundo. Entre los relatos de 'El estado natural de las cosas' no había ninguno que pudiéramos clasificar como “cuento de hadas”, pero este repaso a la peripecia editorial de su autor sólo puede leerse -aviso- como un cuento de hadas.

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