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¿Leerías más libros si fueran gratis?
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Alberto Olmos

Mala Fama

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¿Leerías más libros si fueran gratis?

Los críticos literarios reciben decenas de novedades editoriales cada mes, lo que los convierte en lectores anómalos: esos que no pagan por los libros

Foto: Mesa del jefe de Cultura de El Confidencial. (Daniel Arjona)
Mesa del jefe de Cultura de El Confidencial. (Daniel Arjona)

A veces alguien me dice que me va a mandar su libro y yo le digo que no lo voy a leer, pero que me lo mande. Normalmente me lo manda. Esta desesperación postal da buena cuenta de la desesperación por ser leído, que es la cosa más difícil del mundo después de ser publicado. Hay otros problemas en el mundo, bien lo sé, pero no me pagan por hablar de ellos.

Este autor suele serlo de un sello pequeño, aunque los sellos medianos y algunos más grandes también me mandan libros de vez en cuando. Los libros que me llegan por correo postal mejoran mi salud, pues tengo que ir a recogerlos a la estafeta, dado que no caben por la boca de mi buzón. Otros me llegan por mensajero. Cuando firmo el recibí, miro siempre a qué otras personas ha visitado el mensajero esa mañana (solemos estar todos en la misma hoja tabulada) a fin de entender por asociación cómo se me cataloga. Luego está este periódico, que recibe todos los libros y que me hace llegar un buen montón una vez al mes.

Foto: Alejandro Morellón. (EFE) Opinión

De modo que ahí estoy yo de pronto ante una mesa en mi casa con 20 o 30 libros gratis, libros que deben de costar unos 400 euros en las librerías. Sus autores han tardado un año o dos en escribirlos, sus editores se han dejado miles de euros en publicarlos, así como innumerables horas en corregirlos y en diseñar su portada; hasta han desembolsado un poco más de dinero para hacérmelos llegar tanto a mí como a varias decenas de críticos o columnistas. Bien: ¿saben cuánto tardo en desechar, desestimar, despreciar, ningunear, ignorar o, en suma, decidir no leer uno de estos libros? Yo se lo digo: tres segundos.

Crueldad

Bastan tres segundos para no querer leer un libro. Lo sé porque el otro día decidí cronometrarme estas crueldades. En menos de un minuto, 20 libros que tengo sobre la mesa pasan a estar en una pila junto a la pared. No los voy a leer. Incluso si quisiera leerlos, no podría, pues una semana más tarde habrá otros 20 libros nuevos en mi buzón.

Hay más países que logran su independencia que escritores que logran que yo abra su libro por la primera página

Cuando le digo a un joven autor que no voy a leer ese libro que me quiere mandar, le estoy diciendo una verdad excesiva, y por tanto no se la puede creer. Sueña con que, una vez su libro se infiltre en la casa del crítico y este lo abra por la primera página, quedará atrapado y lo leerá hasta el final. Lo cierto es que esto puede pasar, en efecto, igual que puede producirse un eclipse de sol o una declaración unilateral de independencia. Hay más países que logran su independencia que escritores que logran que yo abra su libro por la primera página.

No hay desdén ni altanería en estas afirmaciones, se lo aseguro. Lo que hay es el miedo que me doy cuando la vida me obliga a pasar por encima de los demás. Muchos cirujanos te dejan mal el bazo y duermen perfectamente por la noche. Yo no.

Vende algún libro para variar

Cuando publicaba en la editorial Lengua de Trapo, me pasaba por allí cada 15 días a ver qué estaban haciendo. Desirée Rubio de Marzo, la jefa de prensa de entonces, me daba algunos libros, incluso demasiados. La alegría con la que me regalaba libros me hacía pensar que los míos también circulaban sin coste y a mansalva. ¿Por qué no vendéis algún libro para variar?, le dije en una ocasión. ¿Tan malo es para una editorial vender un libro?, añadía mientras me cerraban la puerta en toda la cara.

Y es que los libros no son caros, lo caro son las ganas que tenemos de leerlos

Seguro que ustedes también han ofrecido libros gratis a la gente que va a su casa a cenar. No les sorprendo si les digo que normalmente no se llevan ninguno. Es más difícil que la gente quiera un libro gratis a que quiera pagar 20 euros por él. Y es que los libros no son caros, lo caro son las ganas que tenemos de leerlos.

Comprar cultura

Aunque la crítica literaria —salvándome a mí— esté muerta, habría perdurado si los reseñistas hubieran empezado a pagar por los libros que leen. Dense cuenta de que nadie pagaría por leer a un amigo suyo pudiendo pagar por leer un libro que verdaderamente apetece. Ya dejó dicho David Mamet que una condición indispensable para que el teatro sea tal es que el público haya pagado por ver la obra. Resulta así sorprendente cómo el dinero fabrica cultura: tener 50 euros en la cartera supone mucha más cultura que tener 400 euros de libros gratis sobre la mesa.

Ahora que viene la Navidad se van a vender algunos libros. Yo voy a comprarme uno porque ya se me ha olvidado lo que se siente. Quiero regresar a la cultura. La cultura es comprar cultura.

Sé que les dejo poco margen para darme la razón; pero dénmela, que tampoco les cuesta nada.

A veces alguien me dice que me va a mandar su libro y yo le digo que no lo voy a leer, pero que me lo mande. Normalmente me lo manda. Esta desesperación postal da buena cuenta de la desesperación por ser leído, que es la cosa más difícil del mundo después de ser publicado. Hay otros problemas en el mundo, bien lo sé, pero no me pagan por hablar de ellos.

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