Mala Fama
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¿Los hombres tienen miedo? Peor para ellos. Ser machista no es fácil, amigas
Cierta psicosis persigue estos días a los hombres de bien, sin dejarles dormir ni prácticamente vivir: ¿seré machista? Nuestro colaborador propone un bálsamo para dicha desazón
Ahora que ya sabemos que Ignacio Escolar, Alberto Garzón o Antonio Maestre son machistas, y que Eduardo Inda, Francisco Marhuenda y Alfonso Rojo no lo son, quizá sea el momento de meterse en otro jardín: qué es ser machista.
En efecto, Ignacio Escolar, Alberto Garzón y Antonio Maestre son machistas. Ellos mismos lo han afirmado. Vivimos bajo la tiranía de la literalidad, presos del simple significado de las palabras, que ya no valen dadas la vuelta, ni hiperbólicas ni sarcásticas, y hasta hay gente con penas de cárcel por culpa de unas palabras tomadas en carne viva. Así que estos señores son machistas porque han dicho: “Soy machista”. Ya está.
Sin embargo, Eduardo Inda, Francisco Marhuenda y Alfonso Rojo no son machistas porque a) no han dicho que lo sean y b) han expresado en televisión o en artículos firmados su respaldo incondicional a la causa de la igualdad de la mujer. Trigo limpio.
Podríamos empecinarnos en que si uno dice que es machista es machista y si uno no dice que es machista, no lo es, pero lo cierto es que a casi todo el mundo le parece más machista Alfonso Rojo que Ignacio Escolar. Es decir, aquellos que se han declarado machistas no serían tan machistas y aquellos que no han confesado su machismo serían muy machistas. Cuidado ahí.
Ser machista no es fácil, amigas. Ser machista es mucho más difícil que ser feminista; quiero decir, una mujer feminista. Ser un hombre machista es lo que quiere ser Ignacio Escolar al afirmar que lo es, pero resulta que no lo es, no le sale y no se lo aceptamos. Alfonso Rojo, por otro lado, no quiere ser machista, pero si pregunto a cualquiera -hombre o mujer- me dirá que sí, que Alfonso Rojo le parece muy machista. Si basta entonces con declararse machista para no serlo, ¿cómo va a ser nadie machista cuando los que sí lo son jurarán y perjurarán que no lo son?
El caso es que los hombres tienen miedo. Que se jodan. Pero los hombres tienen miedo, y yo estoy aquí tratando de darles mi cariño.
Homosexual
Este miedo del hombre yo ya lo había visto, de otra manera y -no me líen- con mucha más inocencia. Resulta que en los años 90 hubo un curioso momento sociológico en el que todo el mundo detectaba homosexuales. Sí, se “acusaba” mucho a alguien que estaba allí lejos de ser homosexual. Era muy común que un amigo o una amiga te dijera -con evidente mala fe- que ése o aquél o aquélla eran gays. Fulano es gay. Menganita es lesbiana. Este juicio sobre la orientación sexual de un completo desconocido se emitía -lo recordarán, incluso: se recordarán- con certeza implacable. ¡Había gente muy lista en los años 90 que pillaba enseguida si eras gay, nada más verte, y a la que le importaba muchísimo que todos supieran que eras gay! Bastaba con mover las manos de cierta manera -ellos sabían de qué manera-, decir esto o lo otro, o, como sucedió con un futbolista de la liga inglesa (“acusado” por sus compañeros de ser gay), con beber vino y leer libros.
Yo he sido gay un montón de veces, muchas más veces que machista. Fíjense que nunca le dije a nadie que no fuera gay
La gente que catalogaba de gay a otra gente sin saber nada de su vida privada no tenía que justificarse, probar su “acusación” o desdecirse según pasaban los años y todos esos supuestos gays seguían sin acostarse con nadie de su mismo sexo, tan emperrados estaban esos desconocidos en creer que se conocían mejor de lo que tú les conocías.
Yo he sido gay un montón de veces, muchas más veces que machista. Fíjense que nunca le dije a nadie que no fuera gay. Quizá de aquello aprendí a no decir nunca que no soy machista. La madurez no consiste en decir lo que eres, sino en saber lo que eres. Algo así afirmaba Peter Sellers en 'El guateque': “De donde yo vengo la gente no se cree lo que es, sabe lo que es.”
Les aseguro que en los 90 muchos hombres encontraban aterradoramente ofensivo ser considerados homosexuales por alguien; más o menos igual que ahora muchos hombres viven con miedo de ser tildados de machistas. Digo yo que algo habremos avanzado si los hombres han dejado de temer que les consideren gays y han empezado a temer que les consideren machistas.
Las brujas de Salem
Me da que soy la única persona en toda España que ha sentido un escalofrío al contemplar los autos de fe protagonizados por Ignacio Escolar y otros varones en las últimas semanas. Esta soledad me ha movido a refugiarme en 'Las brujas de Salem', de Arthur Miller, que he leído como quien busca razón a su locura. En esta obra unas mujeres son acusadas de brujería y sólo su confesión las librará de la pena de muerte. Dense cuenta de lo que es tener que confesar que vuelas con una escoba por las noches. Obviamente muchas de ellas acaban confesando. “¿Cómo no van a confesar, si saben que las colgarán si lo niegan? ¡Jurarían cualquier cosa con tal de librarse de la horca!”, leemos.
Declararse machista en estos días nuestros es la única forma de librarse del tormento de que crean que lo eres. La fórmula de decir que eres feminista no ha colado, porque hay muchas mujeres que a partir de la tercera vez que lo dices en una sola tarde saben que eres, sobre todo, un gilipollas.
Pero declararse machista tiene una zona de sombra, un retorno de ambivalencias que acabará desactivando sus buenas intenciones. A saber: que a lo mejor eres machista a pesar de decir que lo eres. Es lo que en 'Breaking Bad' se cifraba en la frase: “I hide in plain sight” (o: “Me escondo a la vista de todos”). ¡Ay, no pongo lavadoras! Siempre ha habido mafiosos que se declaraban culpables de sus delitos de tráfico para no pagar por sus delitos de sangre.
La perenne posibilidad de que te caiga el apelativo de machista siendo hombre me recuerda cierta metonimia racial: cuando llamamos chinos a todos los asiáticos. Efectivamente, algo de chino hay en un japonés o en un tailandés, como si los japoneses o los tailandeses no pudieran evitar parecer chinos y nos legitimaran para proponer identidades de brocha gorda. Mi estancia de varios años en Japón me hizo ver que nada molestaba tanto a un japonés como ser confundido con un chino. Racismo nipón al margen, llamar machista a un hombre constituye una generalización similar: es verosímil, es inexacta y es vencedora: depende exclusivamente del que mira. Molesta mucho porque siempre parece que tiene todo el sentido.
Los hombres -de izquierdas, mayormente- viven en el pavor de ser llamados machistas, y están sufriendo mucho
Así, los hombres -de izquierdas, mayormente- viven en el pavor de ser llamados machistas, y están sufriendo mucho.
Bien, pues he aquí mi mensaje para todos los hombres de buena voluntad, de derechas, de izquierdas y de Japón: nunca digas que eres machista y, sobre todo, nunca digas que no lo eres. No digas nada. Aguántate si crees que te están juzgando erróneamente. Deja de defenderte. Deja de necesitar defenderte. Sé bueno.
Sé Peter Sellers.
Ahora que ya sabemos que Ignacio Escolar, Alberto Garzón o Antonio Maestre son machistas, y que Eduardo Inda, Francisco Marhuenda y Alfonso Rojo no lo son, quizá sea el momento de meterse en otro jardín: qué es ser machista.
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