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"Pega a los niños": el monologuista es el héroe de la libertad de nuestro tiempo
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Alberto Olmos

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"Pega a los niños": el monologuista es el héroe de la libertad de nuestro tiempo

Los cómicos de 'stand up' llevan años explorando los límites de la libertad de expresión y empleando recursos literarios en sus monólogos

Foto: De izq. a der. de arriba a abajo: Patricia Espejo, Luis Álvaro, Rober Bodegas y Dani Alés.
De izq. a der. de arriba a abajo: Patricia Espejo, Luis Álvaro, Rober Bodegas y Dani Alés.

A pesar de su éxito como humorista junto a Tip, José Luis Coll desveló una vez que su auténtica vocación fue siempre la de escritor. Si los humoristas o cómicos fueran escritores frustrados, entonces los críticos literarios serían humoristas frustrados que antes fueron escritores frustrados, lo cual avisa de que en la vida quizá sea mejor hacer definitivamente mal una cosa que hacer mal dos o tres de forma consecutiva, porque al final descubres que se te da bien algo que no te interesaba en lo más mínimo, y con eso te tienes que ganar el pan.

El humor hoy en España, como en el resto del mundo, es ya la punta de lanza de la libertad de expresión. Llevo tiempo viendo monólogos en Netflix o YouTube y casi me gusta más que leer novelas. El 'stand up' consiste en que una persona se suba a un escenario, agarre un micro y te haga reírte de cosas de las que no sabías que te podías reír. Los límites del humor, tan debatidos, son los límites de nuestro mundo, y Wittgenstein se murió sin saberlo.

Foto: Si antes el humor tenía firma masculina, ahora está floreciendo algo nuevo. Opinión

Dani Alés no es maricón. ¿Qué les parece esta frase? Con ella empieza el monologuista madrileño uno de sus bloques: “No soy maricón”, dice. El público se ríe, incluso si ese público vota a Podemos, es gay o acaba de venir de una manifestación. Se ríe. Así que podemos volver al asunto y reformular que los límites del humor son que alguien se ría. O que un cómico anglosajón haya hecho antes ese chiste. Si Ricky Gervais o Dave Chapelle se ríen de los transexuales, de los niños con cáncer o de los gordos —como de hecho hacen—, en España entendemos de pronto dónde están los límites del humor. Están en Netflix.

De qué va el humor

Viendo monólogos de Chris Rock, de Luis Álvaro o del propio Alés, entendí que hoy el humor no va de decir cosas graciosas, sino de que la gente se vea de pronto riéndose. A veces nos reímos porque no tiene gracia; nos reímos de miedo, de asco, de incredulidad y hasta de indignación. De nervios.

“Hay que pegar a los niños”, suelta Miguel Lago; “necesitamos 'bullying”, grita Chris Rock; “no soporto que alguien pueda decidir echar burundanga en mi copa y hacer de mí una sumisa sexual, cuando con un por favor, una palabrita bien dicha, me tienes hecha”, explica Susi Caramelo. “Encontré a un tío guay, de San Sebastián, con dinero; no soy gilipollas, quiero tierras”, confiesa Valeria Ros. Estas frases, oídas en un bar o en un autobús, no son graciosas; son casi miserables o delictivas o fascistoides. Pero sobre un escenario todas provocan sorpresa, que es el verdadero motor de la risa.

Encontré a un tío guay, de San Sebastián, con dinero; no soy gilipollas, quiero tierras

Cuando veo un monólogo, espero siempre una de estas frases irrevocables. Son como una puerta abierta a un abismo. Nos reímos de puro pánico: ¡lo que acaba de decir! ¿Cómo va a salir de esta?

Hay un nerviosismo delicioso entre el público cuando un cómico se atreve a juntar palabras que socialmente ya no pueden juntarse, como “necesitamos 'bullying”. Noten que solo a una persona en todo el planeta se le ha ocurrido esta frase. Y que la argumentación que sigue a una de estas afirmaciones intolerables siempre tiene su propia lógica, lógica que nos ensancha —quiero creer— la conciencia.

La gente normal —ni siquiera muy inteligente: normal— entiende que es una broma, pero al mismo tiempo tiene oportunidad de 'reconsiderar sus propios valores', que creía inamovibles porque ni siquiera se ha parado a pensarlos. La gente idiota, por su parte, se delata. Enseguida se indigna. Pide censurar al cómico. Le deja de seguir en Twitter. Y así vamos completando la lista de simples que hay en el mundo.

Vidas paralelas

Dani Alés tiene una entrada en su blog donde pone de manifiesto las vecindades de la vida del cómico y la vida del escritor. Los comienzos de ambos siempre son penosos, aunque un escritor no necesita pasar por la tele. Alés narra en este texto su participación durante minuto y medio en un programa de Andreu Buenafuente, y lo hace con una solvencia literaria fabulosa, sacándole toda la pena a la palabra. Luego asistes a un monólogo suyo y ves siempre la novela que no ha escrito, o al crítico literario de calidad al que solo le falta fracasar como humorista.

Luis Álvaro, por su parte, lleva la greguería al escenario soltando psicóticamente chistes muy breves que incluso cuando son malos te desconciertan y divierten. “Creo que las ruffles son patatas de pana”; “en la sopa de letritas la hache no sabe”; “todas las mañanas tiro una rebanada de pan al suelo para saber de qué lado tengo que echar la mantequilla”.

“Un amigo mío se enteró hace un mes de que es adoptado y desde entonces escribe su apellido entre comillas”.

'Phi Beta Lambda'

He descubierto hace poco las sesiones de 'stand up' que se están realizando de manera casi subrepticia en el bar Pic-nic de Madrid, bajo el título común de 'Phi Beta Lambda'. Quizás es lo más parecido que hay ahora mismo en España a esos especiales de Netflix donde escuchas por primera vez frases que no creías posible que alguien formulara. Les invito a ver el monólogo de Rober Bodegas sobre la violencia de género, un recorrido por el filo de todas nuestras miserias.

La cosa la organiza, entre otros, Antonio Castelo, acusado hace unos meses de propasarse o interesarse demasiado por chicas menores de edad. Poco después del follón que provocaron estas acusaciones, Patricia Espejo acudió al Pic-nic a hacer su monólogo. El propio Castelo la presentó.

“Creo que no soy su tipo, porque supero los 18”, fue lo primero que dijo Patricia Espejo desde el escenario.

De eso va.

A pesar de su éxito como humorista junto a Tip, José Luis Coll desveló una vez que su auténtica vocación fue siempre la de escritor. Si los humoristas o cómicos fueran escritores frustrados, entonces los críticos literarios serían humoristas frustrados que antes fueron escritores frustrados, lo cual avisa de que en la vida quizá sea mejor hacer definitivamente mal una cosa que hacer mal dos o tres de forma consecutiva, porque al final descubres que se te da bien algo que no te interesaba en lo más mínimo, y con eso te tienes que ganar el pan.

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