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Lo Pagán: unas vacaciones en el lugar más cutre (y divertido) de España
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Alberto Olmos

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Lo Pagán: unas vacaciones en el lugar más cutre (y divertido) de España

La gente ha sido desahuciada del debate público, siendo sustituida por la ciudadanía, lo cual ha silenciado la cultura de lo cutre

Foto: Granizados de limón.
Granizados de limón.

Hace tiempo que vengo echando en falta en el mercado editorial español un ensayo sobre lo cutre. Como yo no voy a escribirlo, aquí dejo la idea. Se podría titular simplemente 'Lo cutre' y, aprovechando nociones, ser impreso en papel barato y mal encolado, con tinta insidiosa, de esa que el dedo mueve por el papel.

Estos días he estado justamente de vacaciones en lo cutre, he vivido en una casa cutre y he hecho bastantes cosas cutres. He disfrutado mucho porque lo cutre es la infancia. Para los nacidos en provincias en los años setenta, la infancia será por siempre los platos duralex, el gotelé y esas persianas que al subirlas te obligan a ir remetiendo la correa por la ranura con la otra mano; esos cuadros de ciervos, esos relojes parados en las paredes; y las bombonas de butano, las puertas huecas y muchos grifos de los que el agua sale llorando. Lo cutre es que de todo en una casa quede siempre solo un poco, y que la llave de la puerta no abra a la primera. Lo cutre es tener la misma cama que hace 30 años, las mismas sábanas y cortinas, el mismo lavabo. Es por eso que lo cutre es la infancia, porque la infancia también se nos quedó coja en alguna parte.

Lo Pagán

Fui a Lo Pagán (Murcia) por el motivo más cutre de todos: que nos dejaban una casa. Yo he estado en muchos sitios (Tokio, Nueva York, Buenos Aires), pero ninguno me ha impresionado tanto como Lo Pagán. Si en Tokio hay tokiotas, y en Buenos Aires, petulancia, lo que hay en Lo Pagán hace tiempo que ustedes no lo ven. Lo que hay en Lo Pagán es gente.

Contaba Martin Amis en sus memorias que su hijo le preguntó una vez de qué clase social eran. Y Amis le contestó: “De ninguna, nosotros no creemos en eso”. Cuando mi hija me pregunte lo mismo, yo le diré que somos la gente.

placeholder Casa del Mar con entrada al Club Naútico al fondo en Lo Pagán (Murcia).
Casa del Mar con entrada al Club Naútico al fondo en Lo Pagán (Murcia).

La gente está de retirada en nuestra sociedad, nadie es gente y nadie cita siquiera a la gente, y por eso ha sido divertido y también brutal ir enfrentando las noticias destacadas de la primera mitad del año con la gente que vi en Lo Pagán. Nada había tenido que ver con ellos, ninguna información, ninguna moda, ningún movimiento. La gente no solo es cutre, sino que además vive en un agujero negro político, pues ni la derecha ni la izquierda recalan ahí, en ese rincón de realidad, que es un rincón sin épica, despreciado por todos. Resulta por tanto muy difícil determinar quién siente más asco por la gente, si Salvador Sostres o Bob Pop.

Ya Muñoz Molina tendía cordones sanitarios en su ensayo 'Todo lo que era sólido' entre gente y ciudadanía, prefiriendo, claro está, al ciudadano sobre la gente. Ahora todos los políticos nos apelan como ciudadanía, como si nos concedieran un escalón de más en la escala social; como si nos llamaran de usted. Es decir: como si no nos conocieran.

Que los políticos no conocen a la gente es —a estas horas del verano— una obviedad.

La feria

En Lo Pagán aprendí que lo cutre es lo que queda de Europa si le quitas de encima medio millón de normativas. Mirado con lupa, con la lupa de un eurodiputado en su despacho, Lo Pagán debería ser borrado de la faz de la tierra, pues todo allí es incorrecto, ilegal, dañino o peligroso. Ya saben ustedes que realmente hay un tipo en Europa cobrando 20.000 euros al mes por prohibir las aceiteras y los granizados, que es básicamente la esencia de Lo Pagán. Quieren convertir a toda esa gente en ciudadanía, hacerlos más delgados, alejarlos de las bacterias. En definitiva, quieren matar el recuerdo de nuestras madres.

placeholder Playa de Lo Pagán, en San Pedro del Pinatar (Murcia).
Playa de Lo Pagán, en San Pedro del Pinatar (Murcia).

La mayor concentración de ilegalidades posible hoy en día en Occidente es una feria de pueblo como la que yo vi en este municipio murciano. Esas ferias de pueblo son la última trinchera de lo cutre, la reserva protegida de la gente. Decenas de atracciones ruidosas y enceguecedoras se concentran en muy poco espacio y, dando una vuelta por ellas, todo lo que ves es ilegal, gracias a Dios.

Es ilegal el uso sin licencia en todas las atracciones de imágenes de Disney y de la Warner Bros, y de canciones de Sony Music, y ese Bob Esponja, y la cara de Casillas en la caseta de tirar penaltis. Es ilegal que ese muchacho ande trabajando con sus padres en la churrería, y esa chica haciendo gofres, con 14 años ambos. Es denunciable el modo tan precario con el que están calzadas las atracciones, y también la manipulación de alimentos y el colesterolazo, y seguramente podría haber más extintores y algo como un plan de evacuación en caso de que una cosa empiece a arder. Algún gilipollas debe de estar trabajando ya en Bruselas para acabar con estas ferias.

Siete minutos

Lo cutre viene de la posguerra, de nuestra madre merendando pan con cebolla, y sigue hasta hoy porque la Guerra Civil se olvida, pero la posguerra no.

Me gustó meter a mi hija en la cutrez, que es como ponerla a vivir un rato en la posguerra, pues los niños tienen que conocer su origen. Creo que un buen padre es el que deja que su hija abra un grifo en el patio de una casa durante 10 minutos para meter debajo la cabeza y luego la lleva a la feria a ver si se rompe una pierna.

Me gustó meter a mi hija en la cutrez, que es como ponerla a vivir un rato en la posguerra, pues los niños tienen que conocer su origen

Resultó que la única atracción en la que podía subirse era en las camas elásticas. Un señor daba paso a los niños para que pudieran disfrutar de sus siete minutos de saltos (“aproximadamente”, decía un cartel) por tres euros. Los críos esperaban en una cola a que se cumplieran los siete minutos de los que ya estaban brincando sobre las camas, plazo que el hombre controlaba mirando su teléfono móvil. La segunda vez que llevamos a nuestra hija a las camas elásticas solo había dos niños en ellas, y no tuvimos que esperar. “Vamos, guapa”, le dijo el hombre a nuestra hija de dos años. Luego llegó otro niño, y también lo dejó subir enseguida. “Vamos, campeón”, le dijo. Es importante que el gilipollas de Bruselas se escandalice por este micromachismo.

Entendí que, cuando las camas no estaban llenas, el tipo dejaba subir a los niños para darle animación al negocio, y que otros niños pidieran a sus padres subirse en ellas. El hombre boicoteaba sus propias normas y dejaba a varios niños saltar durante 10 o 15 minutos, aunque solo hubieran pagado por siete.

Eso me pareció Lo Pagán, gente burlando las normas, gente relajada a la que le dan igual la ciudadanía, el colesterolazo y los derechos de propiedad intelectual; “gentuza de clase mucho más baja que la nuestra”, pero que sabe que, cuando los niños se ríen, todos ganamos.

Hace tiempo que vengo echando en falta en el mercado editorial español un ensayo sobre lo cutre. Como yo no voy a escribirlo, aquí dejo la idea. Se podría titular simplemente 'Lo cutre' y, aprovechando nociones, ser impreso en papel barato y mal encolado, con tinta insidiosa, de esa que el dedo mueve por el papel.

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