Es noticia
Por qué ya nadie lee en el metro: una hipótesis (triste) sobre el futuro
  1. Cultura
  2. Mala Fama
Alberto Olmos

Mala Fama

Por

Por qué ya nadie lee en el metro: una hipótesis (triste) sobre el futuro

Van desapareciendo cosas que parecían inamovibles y uno toma conciencia de estar convirtiéndose en su propia reliquia; hasta la lectura es perecedera

Foto: Jonathan Franzen. (EFE)
Jonathan Franzen. (EFE)

Al margen del debate científico, el mandato gubernamental según el cual 'a las dos serán las tres', junto con su contraparte populista 'a las tres serán las dos', fue siempre una prueba de fuerza del Estado contra el sentido común. El hecho de que este contradiós esté a punto de ser abolido solo debe indicarnos que, si ya éramos sumisos, ahora ya vamos para viejos.

Porque pienso en el futuro, en esos niños que ahora no saben del reloj, y en cómo algún día estudiarán o serán informados por su abuelo de que, hace décadas, el tiempo se adelantaba o se atrasaba a voluntad, y les veo ya la cara de conmiseración, un semblante barnizado de hiper-progreso que apenas puede creerse la época cavernícola en la que vivieron sus abuelos. Una época en la que se les quitaba una hora de vida; en la que, más tarde, se vivía la misma hora dos veces. Daremos pena, como dan pena nuestros padres yendo a estudiar con Franco segregados por sexos, y como dieron pena nuestros abuelos teniendo que ir a por agua al caño.

Foto: Granizados de limón. Opinión

Creo que los españoles del futuro harán bien en reírse de nosotros, en preguntar por qué dos y dos no sumaban cinco los domingos o por qué la Tierra no era plana en fin de año. Esto de cambiar las grandes magnitudes a capricho sonó siempre a novela distópica, a esas películas de ciencia ficción donde la gente se deja avasallar por un sistema social represivo y vigilante en el que la discrepancia era tomada siempre como prueba de enajenación.

Que a las tres fueran la dos y a las dos las tres, un par de días al año, es ya nuestra peseta, nuestra tele en blanco y negro, el carbono 14 de nuestra antigüedad.

Leer libros acabará siendo también nuestro carbono 14.

Franzen va a escribir otro libro

Cuando veo gente junta, más de 30, en el tren o en una amplia sala de espera, siempre me entretengo mirando una a una a las personas para sacar mi propia encuesta de lectura. La realidad no es ese dato machacado hasta la contrición según el cual el 40% de los españoles no lee nunca un libro; la realidad es que nunca hay más de dos personas con un libro en la mano entre 50 o 100 que veas juntas. Y una de ellas es la que está contando al otro.

Hace nada, Jonathan Franzen se quejaba de que sus libros se venden cada vez menos, pues ha pasado de 1.600.000 de 'Las correcciones' al 1.200.000 de 'Libertad', y finalmente a los 250.000 de 'Pureza'. Así que Franzen va a escribir otro libro, y ya.

placeholder 'Pureza'. (Salamandra)
'Pureza'. (Salamandra)

El lamento de este hombre es verdaderamente demencial. Primero, porque confunde dejar de estar de moda con la desaparición de los lectores a un ritmo tan acelerado; segundo, porque ni el peor escritor con vocación pura de España, vendiendo 300 ejemplares de cada uno de sus libros en los últimos 20 años, traicionaría su arte diciendo que lo deja porque nadie lee. Un escritor de verdad escribe para que lo lean, pero no porque lo lean.

La cosa es que Franzen, en la entrevista donde suelta esta estupidez, no habla ni una sola vez de los libros de los demás, pero tiene todo el tiempo del mundo para analizar con trabajada perspicacia tres series de televisión, 'Big Little Lies', 'The Killing' y otra que no me acuerdo. No habría que preguntarle a Franzen por tanto si la gente lo lee, sino si él mismo lee algo. También podría sugerírsele que sus libros son cada vez peores, y que por eso un millón de personas, después de abandonar 'Libertad', ni siquiera abrimos 'Pureza'.

'VHS'

Ahora abunda el escritor que se define como cineasta que escribe, artista que escribe o músico que escribe, y eso es también muy malo. Ya no hay lectores que escriban, porque todo el mundo quiere ser leído sin leer, que es una manera muy fina de hablar sin escuchar.

placeholder 'VHS: Unas memorias'.
'VHS: Unas memorias'.

Yo me he leído estos días 'VHS' (Random House), de Alberto Fuguet, que es el que se define como cineasta que hace libros, y uno de ellos se tituló precisamente 'Las películas de mi vida', por si quieren más pistas.

El libro, con todo, está bien, siendo claramente las memorias de un tipo que no quiere tener demasiado cerca el lenguaje literario. Está escrito a zambullidas, con autocomplacencia chilena de primer orden —si acaso en Chile son más autocomplacientes que en otra parte, que lo dudo—, con la coloquialidad más cómoda y regordeta.

Pero entretiene. Al igual que esa hora loca que vivíamos de ida y vuelta en la madrugada, que no sabías si el bar cerraba a las dos o la pesadilla se repetía a las tres, Fuguet consigna en 'VHS' un modo de amar el cine que ya está tiernamente muerto. Yo lo viví, un poco más tarde, y por eso he recorrido estas páginas como quien visita las reliquias de sí mismo, esas madrugadas de ver películas en La 2, esas filmotecas y esas cintas VHS gracias a las cuales podías ver por fin 'Taxi Driver'.

Hubo un tiempo en que se leía mucho más que ahora porque las películas empezaban a la hora a la que empezaban, y no cuando tú querías

Las películas que le gustan a Fuguet es lo de menos; lo importante es el trabajo que le costó verlas, incluso lo malas que eran y lo olvidadas que están hoy ('Los ojos de Laura Mars', 'Foul Play', 'Buscando al señor Goodbar').

Hubo un tiempo en que a las dos eran las tres y en que solo tenías una oportunidad en tu vida de ver los 10 mandamientos de Kieslowski. Hubo un tiempo en que se leía mucho más que ahora porque las películas empezaban a la hora a la que empezaban, y no cuando tú querías. Ahora y en el futuro las películas empiezan cuando a ti te place, y no acaban nunca, y todo lo que desees lo tienes en casa en 15 minutos, desde sushi a recién nacidos, y es de suponer que no queda mucho para que a las dos de la mañana sea exactamente la hora que tú quieras.

Al margen del debate científico, el mandato gubernamental según el cual 'a las dos serán las tres', junto con su contraparte populista 'a las tres serán las dos', fue siempre una prueba de fuerza del Estado contra el sentido común. El hecho de que este contradiós esté a punto de ser abolido solo debe indicarnos que, si ya éramos sumisos, ahora ya vamos para viejos.

Libros Películas
El redactor recomienda