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¿Por qué Tom Wolfe destroza a Noam Chomsky en su último libro?
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Alberto Olmos

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¿Por qué Tom Wolfe destroza a Noam Chomsky en su último libro?

El autor de 'La hoguera de las vanidades', y padre del Nuevo Periodismo, dedicó su último libro, 'El reino del lenguaje', a reírse del activista nonagenario, figura destacada de la lingüística

Foto: Tom Wolfe y Noam Chomsky.
Tom Wolfe y Noam Chomsky.

En principio, todo aquel que lleva la contraria me tiene de su parte. Es tan fácil sumarse al coro de lo común, al aplauso o el látigo mayoritarios, que la voz impar y cojonera merece siempre un reconocimiento inusitado: la valentía. Hay que ser, sobre todo, valiente para decir lo contrario de lo que dice todo el mundo. Pensar distinto no tiene mayor mérito —de hecho, muchísima gente tiene ideas diferentes o locas o estrafalarias—; lo que tiene mérito es ese gesto casi siempre condenatorio de hacerlo público.

Y ahí tenemos que Tom Wolfe dedica 160 páginas a reírse de Noam Chomsky, del que no se debe de haber burlado nadie en los últimos 50 años. Buscando un símil, solo se me ocurrió este: es como si Camilo José Cela hubiera escrito un libro para desacreditar a José Ortega y Gasset. O, más en nuestros días, como si Javier Marías completara todo un volumen destrozando los pecios de Rafael Sánchez Ferlosio.

Foto: Michel Houellebecq en 2015 en la presentación en Barcelona de 'Sumisión'. (EFE/ Andreu Dalmau) Opinión

Ya J.M. Coetzee reseñó muy negativamente una novela de Philip Roth, y sería fácil encontrar dentro de la cultura anglosajona ejemplos de pesos pesados de las letras que se dan cita en un 'Celebrity Deathmatch', espacio televisivo que subía al ring a actores famosos modelados con plastilina para que se cortaran las piernas y se arrancaran la cabeza. Pero esto es España, amigos, aquí nadie va a decir nada interesante si por ello le dejan de invitar a un cóctel. Primero, en España, el cóctel; luego, si acaso, la cultura.

Póstumo

Merece cierto análisis el hecho de que un tipo de 86 años (Tom Wolfe) decida escribir un libro a las puertas de la muerte para decir lo cantamañanas que le parece otro tipo de 88 años (Noam Chomsky). Este análisis no resulta demasiado difícil: ¡qué manía le debía de tener Wolfe a Chomsky! Dense cuenta de que 'El reino del lenguaje' (Anagrama) ha aparecido en España póstumamente (Wolfe murió en mayo de 2018; en Estados Unidos, el libro apareció en 2016), y de que, en todo caso, es ya por siempre la última obra del autor de 'La hoguera de las vanidades'. Lo último que quiso decir Tom Wolfe es que Noam Chomsky no ha salido de su despacho ni para comprar tabaco, y que sus aportaciones al estudio del lenguaje humano se reducen a: nada.

¿Qué hay detrás de esta animadversión lapidaria? ¿Qué conflicto arde del lado secreto de la página? Tengo mi teoría, y se la cuento más abajo.

placeholder 'El reino del lenguaje' (Anagrama).
'El reino del lenguaje' (Anagrama).

Porque 'El reino del lenguaje' no parece otra cosa que un debate intelectual en el que Wolfe se pone de parte de un tal Daniel Everett, que concluyó que el lenguaje humano no atiende a la gramática universal enunciada por Chomsky, al 'órgano del lenguaje', tesis predominante en la lingüística desde que Chomsky la enunciara hace más de medio siglo. Everett convivió durante 30 años con una tribu tontísima llamada piraha, y contó su experiencia en 'No duermas, hay serpientes' (Turner), libro que descabalaba la pintona teoría de ese mito intelectual de nuestro tiempo.

La tribu digo que es tontísima porque sus características singulares parecen sacadas de un cuento de Borges, de tan increíbles y conmovedoras: “Carecían de dirigentes (…) No tenían religión (…) No observaban rituales ni ceremonias. Desconocían la música y la danza en cualquiera de sus formas. No tenían palabras para los colores. Si querían señalar que algo era rojo, recurrían a la sangre o a alguna baya. No fabricaban joyas ni adornos corporales...”.

Foto: Detalle de portada de 'Los números nos hicieron como somos'. (Crítica)

Herramienta cultural

Noam Chomsky se lo puso en bandeja a Wolfe cuando en 2014, junto a otros expertos, publicó "El misterio de la evolución del lenguaje", un artículo donde venía a decir que no sabemos nada del origen del lenguaje humano. “¡Palabras del propio Chomsky a los ochenta y cinco años después de pasarse la vida estudiando el lenguaje!”, ironiza a malsava Wolfe. Pues sigue: “Durante siglo y medio, si consideramos a Darwin como punto de partida, seis generaciones de sabios —o de titulares de diplomas de doctorado, en cualquier caso— han dedicado sus respectivas carreras a explicar qué es exactamente el lenguaje. Al cabo de ese tiempo y de toda esa actividad cerebral, han llegado a una conclusión: el lenguaje es... ¿un enigma?”. Puede uno oír las risas de Tom Wolfe resonando por todos los rincones de este libro. Puede uno, de hecho, reírse muchísimo con este libro.

Según Wolfe, Chomsky no ha estado nunca en un lugar donde no haya aire acondicionado

En el otro lado del ring está, va dicho, Daniel Everett, un don nadie que, a diferencia de Chomsky, creía en el trabajo de campo. Según Wolfe, Chomsky no ha estado nunca en un lugar donde no haya aire acondicionado. Nuestro autor muestra una endiablada facilidad para hacernos empatizar con Everett, pues describe su pugna con Chomsky con todas las características de un David contra Goliat. Everett traía un ejemplo pequeño, pero muy puñetero, de evolución del lenguaje o, mejor dicho, de nula evolución del lenguaje, al punto de que Wolfe se atreve a afirmar que el lenguaje humano no es innato sino una “herramienta cultural”. Es decir, los humanos inventaron el lenguaje “exactamente igual que [inventaron] una bombilla o un Buick”.

¿'Órgano del lenguaje' o 'herramienta cultural'? Ese parece ser el debate que plantea Tom Wolfe en este libro... Pero no, amigos, el debate de fondo es muy distinto: ¿intelectual acomodado y coñazo o americano leal a las creencias de su país y dispuesto a mancharse la manos? ¿Hombres encerrados en despachos con ideas que, vaya, siempre son marxistas y una perenne necesidad de criticar nuestro país o tipos a la manera de John Wayne, toscos, duros, directos, familiares, aventureros? ¿Chomsky o Everett? ¿Bernie Sanders o Donald Trump?

Como padre del Nuevo Periodismo, el propio Wolfe parece responder a ese mismo perfil callejero y vagabundo, frente al enclaustramiento intelectualoide de Noam Chomsky.

Así que todo se reduce a esto: ¿Noam Chomsky o Tom Wolfe?

En principio, todo aquel que lleva la contraria me tiene de su parte. Es tan fácil sumarse al coro de lo común, al aplauso o el látigo mayoritarios, que la voz impar y cojonera merece siempre un reconocimiento inusitado: la valentía. Hay que ser, sobre todo, valiente para decir lo contrario de lo que dice todo el mundo. Pensar distinto no tiene mayor mérito —de hecho, muchísima gente tiene ideas diferentes o locas o estrafalarias—; lo que tiene mérito es ese gesto casi siempre condenatorio de hacerlo público.

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