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¿Tienen algún sentido las reseñas de libros? El fracaso de los suplementos literarios
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Alberto Olmos

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¿Tienen algún sentido las reseñas de libros? El fracaso de los suplementos literarios

Eloy Tizón reúne sus reseñas y prólogos de los últimos treinta años en 'Herido leve', un libro fascinante que nos lleva a sopesar la perdurabilidad de la crítica literaria

Foto: Un quiosco de Madrid.
Un quiosco de Madrid.

Hace muchos años el director de cine Fernando León de Aranoa me amargó la vida. Contestaba él a las preguntas de un chat en un periódico y alguien le requirió su opinión sobre las películas de Kim Ki-Duk. León de Aranoa contestó que no había visto ninguna, pero que esa misma noche “sacaría alguna del videoclub”. Durante el resto del día estuve pensando si merecía la pena ver películas de alguien que sabe de cine menos que tú.

Es un sinsabor ya superado, pero aún ingrato, este de encontrar artistas que desprecian su propio arte en la medida en la que no lo firman ellos. Así, escritores que no tienen ni puñetera idea de libros hay muchos. No leen nada. No pisan una librería. Sin embargo, nada más verte, dan por hecho que tú sí has leído su última novela. ¿Qué te pareció?, ¿la leíste de rodillas? Luego te recomiendan una serie de Netflix y se van sin pagar su cerveza. Obviamente, suele irles muy bien.

[Tostón Pinker, frívolo Franzen: Dios nos libre de los autores con prestigio]

Hay que asumir que uno puede ser un excelente escritor habiendo dejado hace tiempo de leer, cobijado en las lecturas liminares y en cuatro clichés resolutivos. Pero que seas un buen escritor no quiere decir que estés aportando algo. Aquél que no lee, si me apuran, no aporta ya nada hoy a la literatura, aunque lo que escriba sea un nuevo 'Crimen y castigo'.

Por eso da tanto gusto toparse de vez en cuando con un libro donde un escritor dice que ha leído, señala a otros autores, nos regala sabidurías y anécdotas y, en fin, convierte lo leído en una incitación a leer.

El último caso es 'Herido leve' (Páginas de espuma), de Eloy Tizón.

Suplementos literarios

Si, según la trillada imagen, los periódicos en papel sólo servían para envolver pescado, es evidente que este uso continental se debería iniciar casi siempre por las páginas de las reseñas literarias. Yo he visto muchas veces comprar un periódico y tirar su suplemento literario en la papelera del propio quiosco. Pero, no crean, envolver pescado o acabar en la basura es casi el mejor destino de una pieza de crítica literaria. El peor consiste en que esa pieza de crítica literaria sea leída muchos años después.

Envolver pescado o acabar en la basura es casi el mejor destino de una pieza de crítica literaria

Si tienen un abuelo o un padre que pasara hambre en la posguerra o la dictadura, seguramente podrán aún ir a su casa y encontrar en un cajón, coleccionados, un montón de suplementos literarios. No sé por qué, los que fueron pobres hace décadas, y no tenían ni para comer, gustan de guardar uno a uno todos los ejemplares de un suplemento literario o de una revista de libros, como si fuera dinero que venía encartado en el periódico del sábado. De hecho, esta cultura por fascículos es algo que pretenden dejar en herencia a sus nietos.

El caso es que estos rimeros de herméutica son dignos de verse. Quiero decir que hay que abrir una revista o un suplemento de hace veinte años y leer una reseña a voleo. Ahí encontrarán ustedes mucha tristeza. El autor ya no existe, el crítico ya no existe, y por tanto sus elogios y vaticinios (“es indudable que este autor ganará pronto el premio Planeta”) resuenan como bromas completamente macabras. Todo suplemento literario, cuando sale, habla de éxito; veinte años después, el mismo suplemento sólo certifica fracasos, para empezar el de sí mismo como guía de lecturas.

Uno de los mejores escritores austríacos

¿Y el libro de Tizón, qué? El libro de Tizón es fantástico y me ha enseñado dos o tres cosas sobre el arte de la reseña literaria.

placeholder 'Herido leve'
'Herido leve'

La primera es que sale más a cuenta reseñar a un clásico. Sus textos sobre Felisberto Hernández, Nabokov o Clarice Lispector son, a su vez, clásicos; o sea, pueden proponerse hoy mismo desde cualquier suplemento. Por el mismo motivo, sus reseñas de los 90 sobre libros que entonces alguien creía que merecían una reseña se leen completamente desconectado. ¿A quién le importa ya Stig Dagerman, Alexander Lernet-Holenia (“uno de los mejores escritores austríacos contemporáneos”) o Christoph Ransmayr (“un fenómeno editorial en toda Europa”)? En el mismo sentido, nada envejece peor en una reseña literaria que todo lo que, de hecho, esperamos de ella; es decir, frases como “la novela tiene tres partes”, y de ahí para arriba.

Toda la vida de Babelia diciendo que una novela tiene tres partes, o que “un narrador omnisciente se alterna con una primera persona lírica”, y ¡no íbamos a ningún lado por ahí! El reseñista de libros lo que tiene que hacer es leerse el libro y luego escribir sobre cualquier cosa; incluso sobre el libro mismo. Pasados treinta años, lo que queda de la reseña -con suerte- es el lector y nunca el escritor.

El reseñista de libros lo que tiene que hacer es leerse el libro y luego escribir sobre cualquier cosa; incluso sobre el libro mismo

Como prueba, vean el comienzo del artículo 'Sed' de Onetti, que viene de Tizón leyendo en 1991: “He pasado el invierno releyendo incansablemente a Onetti. ¿Qué encuentro en estas páginas? Una geografía arruinada, alguien que brinda con los vasos vacíos, la forma de un revólver envuelto en trapos de colores, una mujer con guantes verdes hasta el codo que ríe o llora sin motivo en la turbiedad de un cabaret del mismo tono.”

O lo que es lo mismo: si quieres a Onetti, ve al libro de Onetti; la reseña sobre Onetti sólo será buena si habla de mí.

Hace muchos años el director de cine Fernando León de Aranoa me amargó la vida. Contestaba él a las preguntas de un chat en un periódico y alguien le requirió su opinión sobre las películas de Kim Ki-Duk. León de Aranoa contestó que no había visto ninguna, pero que esa misma noche “sacaría alguna del videoclub”. Durante el resto del día estuve pensando si merecía la pena ver películas de alguien que sabe de cine menos que tú.

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