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Mala Fama
Por
Ferlosio, de lo bonito a lo enrevesado
El estilo de Rafael Sánchez Ferlosio dio un giro radical que lo alejó de los lectores comunes y que trataba de superar un magisterio literario alcanzado con 30 años
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Ferlosio empezó escribiendo bonito y acabó escribiendo enrevesado, pasó de una prosa a flor de agua a una sintaxis disciplinante, se deslumbró a sí mismo antes de los 30 años con la facilidad de sus ficciones y, tras varias décadas de calistenia gramatical, se empeñó en hacer más complicado lo complicado, llevando el idioma a una extenuación rigurosa.
Ambos Ferlosios cuentan con valedores y son para siempre. Yo prefiero 'El Jarama' (1955) para siempre que los pecios eternos. Es relevante que Ferlosio mismo hablara mal de 'El Jarama', desde su apreciación de que lo mejor del libro era la cita geográfica que lo porticaba a su desdén por la única acción que sale en la novela: el ahogamiento de una chica. En 'Las semanas del jardín', escribió: “La primera pincelada sería totalmente del pintor, la última totalmente del cuadro”. 'El Jarama' y 'Alfanhuí' llevan medio siglo escribiéndose a sí mismos, mejorando a Ferlosio. Con 28 años, nuestro autor supo que ya podía dejar de escribir; pasados los 50, supo que no podía, y se metió de cabeza en el légamo de la lengua, a ver si había algo más. Y lo que había ya no era río, era hipotaxis.
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'El Jarama'
“¿Me dejas que descorra la cortina?”, así empieza 'El Jarama', simple y símbolo, como 'La colmena' de Cela, aplicando el oído a la superficie de la vida, pues lo más profundo (Valéry) ya era la piel. Si el 'Quijote es nuestro gran libro y su autor no reconocía otra intención que poner en solfa las novelas de caballerías, 'El Jarama' no escondía según su autor ambiciones mayores: "El solo propósito de reflejar el habla de sus personajes". Página a página, 'El Jarama' va salvando a gente muerta en su decir más directo: "Toma del frasco, Carrasco. Tiran con bala, niño. Menuda. Esa es de las que pican"; "Allá películas"; "El que no te conozca que te compre"; "Así que mutis por el foro"; "¡Vaya saque que tiene el sujeto!"; "Estás en orsay, tú"; "Aquí lo que hay es mucho mar de fondo'; "Podía ser yo tu padre un par de veces"; "Me tiré la tarde al libro de las cuarenta hojas"...
Leer 'El Jarama' es ver vivir. El libro no morirá
Leer 'El Jarama' es ver vivir. Por eso el libro no morirá. Está escrito como a punta de navaja en la corteza de un árbol. De hecho: “Los troncos estaban atormentados de incisiones, y las letras más viejas ya subían cicatrizando, connaturándose en las cortezas; emes, erres, jotas, iban pasando lentamente a formar parte de los árboles mismos; tomaban el aspecto de signos naturales y se sumían en la vida vegetal”.
Así, Ferlosio se suma y se sume en la vida general, con un libro siempre al día, como en esos versos de Ángel González que Gonzalo Sobejano aplica con acierto a esta novela: "Dejadme que os hable/ de ayer, una vez más/ de ayer: el día/ incomparable que ya nadie nunca/ volverá a ver jamás sobre la tierra".
¿Qué es la hipotaxis?
Hipotaxis suena a río revuelto, y (con mala leche) les traigo un ejemplo: “El carácter de no-acontecimiento es el modo de vigencia en que la vez en cuanto tal, el escueto 'hic et nunc', es puesta entre paréntesis y se atiende tan solo a la identidad-diversidad cualitativa, de manera que los individuos de acción funcionan como muestras o especímenes...”. El extracto lo encontré a pie de página en un libro de José Luis Pardo, 'Esto no es música' (Galaxia Gutenberg). La obra ensayística de Ferlosio se presta a ser espigada y recompuesta, y todos encuentran su trocito mejor, como una condecoración autoimpuesta después de la sufrida lectura.
El crítico Ignacio Echevarría reunió hace dos años su propio paso por todo este Ferlosio hipercúbico en 'Páginas escogidas' (Random House), donde leemos: “Desconfíen siempre de un autor de pecios. Aun sin quererlo, les es fácil estafar, porque los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la 'profundidad', fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras de charol. Lo profundo lo inventa la necesidad de refugiarse en algo indiscutible, y nada hay tan indiscutible como el dicho enigmático, que se autoexime de tener que dar razón de sí. La indiscutibilidad es como un carisma que sacraliza la palabra, canjeando por la magia de la literalidad toda posible capacidad significante”.
Hay citas más amables y usuales, aplicables de inmediato a la actualidad: “El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia”, o “Suelo decir que no sé lo que es la libertad, pero como en muchas otras cosas el argumento más sólido que tengo no es más que una alegoría: la de las cuerdas de la marioneta: cuantas más, más libertad”.
Sin embargo, Ferlosio para mí será siempre el creador —o registrador— de la expresión más simpática y española del siglo XX, una interjección contradictoria, dramática y recuperable. Anoten y repitan: “¡Ole lo moderno!”.
Ferlosio empezó escribiendo bonito y acabó escribiendo enrevesado, pasó de una prosa a flor de agua a una sintaxis disciplinante, se deslumbró a sí mismo antes de los 30 años con la facilidad de sus ficciones y, tras varias décadas de calistenia gramatical, se empeñó en hacer más complicado lo complicado, llevando el idioma a una extenuación rigurosa.