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Toda la verdad sobre el machismo en la literatura (y II)
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Alberto Olmos

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Toda la verdad sobre el machismo en la literatura (y II)

Segunda y última entrega del análisis de nuestro colaborador sobre los motivos de fondo en la desproporción entre hombres y mujeres en premios y festivales literarios

Foto: Amelie Nothomb. (EFE)
Amelie Nothomb. (EFE)

Les hablaba la semana pasada de algunas dudas que me despertaba la acusación ya usual de que la literatura es aún hoy un entorno machista. No tenía entonces el menor interés en recamar moralmente el mundo de los libros ni en llevarle la contraria a los firmantes de manifiestos ni de generar polémica para justificar mi condición de opinador. Buscaba algo tan simple como desaconsejable en nuestro tiempo: la verdad.

[Toda la verdad sobre el machismo en la literatura (I)]

En 1998 apareció en España el libro 'El amo del corral', de Tristan Egolf. El reclamo comercial de esta novela apuntaba a que, siendo una obra maestra, había sido rechazada por 76 editoriales. Todos los periódicos decidieron entrevistar al autor encandilados por la sucesión de sus fracasos. En alguna de estas entrevistas, Tristan Egolf comentaba que su propósito de ser escritor se había visto muy pronto contrariado. Le dijeron que era imposible que un hombre blanco americano heterosexual publicara una novela, porque había miles de hombres blancos americanos heterosexuales contando exactamente el mismo mundo que él. Tristan Egolf no tenía nada con lo que diferenciarse, de ahí que, como le habían advertido, hasta 76 editoriales rechazaran su libro.

Esto casa mal con la idea, que aún se considera indiscutible, de que los hombres lo tenemos más fácil en literatura.

Hay pocos datos sobre cuántos hombres y cuántas mujeres desean ser escritores, que es en realidad el meollo de todo este asunto. El único que conozco procede del prestigioso Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve: en la primera edición hubo 514 participantes (412 hombres y 102 mujeres); en la segunda, 660 (514/146); en la tercera, 863 (648/209); en la cuarta, 856 (684/172). Durante ocho años el porcentaje por sexos apenas varía, correspondiendo casi siempre a un 80% de hombres que aspiran a ganar el premio mejor dotado de la narrativa breve en español frente a un bajísimo 20% de mujeres. No me digan que no son datos curiosos.

¿Cuántos hombres y cuántas mujeres desean ser escritores? Ese es en realidad el meollo de todo este asunto

Parece lógico pensar que si en este premio muy codiciado y concurrido hay una proporción 80/20 de hombres y mujeres con firmes ambiciones literarias una proporción similar habrá en cuanto a hombres y mujeres que den el primer paso para convertirse en escritor: enviar manuscritos a editoriales, agentes y concursos. Deberíamos conseguir esos datos porque, así las cosas, lo cierto es que habría un porcentaje mucho mayor de mujeres que acaban siendo escritoras, respecto al total de las que deseaban serlo, que de hombres. De modo que quizá (ojo) es más difícil publicar en España siendo hombre que siendo mujer. Como sucedía con Tristan Egolf, un hombre compite por distinguirse del 80% de los aspirantes a escritor, mientras que una mujer lo hace frente al 20% de esos mismos aspirantes. En el propio premio Ribera del Duero (cinco ediciones) ha ganado un hombre el 60% de las veces y una mujer, el 40%.

placeholder Mercé Rodoreda
Mercé Rodoreda

Pregunto: ¿es posible que sea a esto a lo que estamos llamando machismo?

No me resisto a ponerlo más claro: resulta sensato pensar que si muchísimos más hombres que mujeres quieren ser escritores, habrá bastantes más hombres que lo logren, es decir, que puedan tener algún talento, lo cual no obsta para que una sola mujer tenga más talento que todas las demás mujeres y que todos los demás hombres (como pasa a menudo: mi adorada Mercè Rodoreda, por ejemplo; o Rosa Chacel), pero sí hace muy difícil que afloren más mujeres con talento literario que hombres, simplemente por una cuestión de probabilidad.

Repito: ¿esto es a lo que llamamos machismo?

50/50

Hablando de porcentajes, me fascina en este punto la obsesión con el 50%. Así, no entiendo el sentido exacto de que entre las diez mejores novelas del año tuviera que haber siempre cinco escritas por hombres y cinco escritas por mujeres. Ese es, sin embargo, el sueño, el ideal incluso de algunas personas. Y lo mismo para el premio Nacional o el premio Nobel.

A raíz de la polémica de la Bienal Vargas Llosa (cuatro nominados hombres, una sola mujer), se llegó a decir que la solución pasaba por que el jurado del premio fuera en un 50% femenino, de este modo entre los nominados habría más mujeres. Si pones muchos hombres a juzgar, eligen sólo hombres; si pones 50/50, se elegirán 50/50. Es bastante impresionante este argumento.

Viene a decirnos que los hombres no podemos reconocer el talento de las mujeres y que las mujeres no son capaces de votar otra cosa que mujeres, de modo que se calcula anticipadamente, se pone aquí a éste y allí a aquélla, y listo: paridad luminosa.

La verdad es que yo prefiero una Mercè Rodoreda cada década a 200 escritoras del montón cada año.

La verdad es que yo prefiero una Mercè Rodoreda cada década a 200 escritoras del montón cada año. Escribir mal nunca ha salvado a nadie. Por no hablar de los 200 escritores varones del montón necesarios para equilibrar la balanza. Sería como poner a desfilar en el patio del colegio a 20 niños vestidos de azul y a 20 niñas vestidas de rosa sólo para hacer bonito.

Para lograrlo, además, habría que considerar, desde la ingeniería social, si queremos que más mujeres aspiren a ser escritoras y, por tanto, para aumentar el número de aspirantes, destinaríamos dinero a las escuelas y al coaching, y regalaríamos talleres de escritura creativa a mujeres y descontaríamos impuestos a los sellos que las publicaran. Todo si antes no se le ocurre a algún iluminado que lo que las mujeres tienen que hacer con su vida es aspirar a ser youtubers, porque lo de ser youtuber mola mucho más que lo de ser escritor, y en el entorno youtuber tampoco hay paridad.

No sé, por tanto, si tengo que forzar a mi hija a que sea escritora sólo porque alguien necesita equilibrar una gráfica en un ministerio, o directora de cine por culpa de otra gráfica, o ejecutiva agresiva por el bien de una estadística. ¿Estamos todos locos?

placeholder Virginie Despentes. (EFE)
Virginie Despentes. (EFE)

Es evidente además que la obsesión 50/50 no acabará ahí. Cuando un 50% de mujeres sean las mejores novelistas del año, se tendrá mucho cuidado en quiénes incluiremos en ese 50%. No vamos a poner a una novelista que escriba libros misóginos, por muy buenos que sean. Es decir, no vamos a poner a Patricia Highsmith. No puede consentirse que una mujer escriba un libro indistinguible del que puede escribir un hombre pues ¿para qué si no hemos montado este pollo? Tiene que notarse que es mujer. Adiós, Virginie Despentes; adiós, Shirley Jackson.

“Es un gran misterio querer reprimir a las mujeres. Y es otro misterio aún mayor cuando las mujeres quieren reprimir a las mujeres”, escribe Deborah Levy.

Por ser mujer (fíjense la obviedad que me veo necesitado de enunciar) no tienes que escribir obligatoriamente sobre ser mujer ni citar como tus autores favoritos a mujeres ni votar en un premio a la novela que ha escrito otra mujer. No, amigas.

Trampa

Cuando se habla de escritores hombres no se habla de escritores hombres, sino de ese mínimo porcentaje de escritores hombres a los que les va muy bien. Ésa es la trampa de este debate. La inmensa mayoría de los hombres que quieren ser escritores no lo consigue. La inmensa mayoría de los que sí lo consigue desaparece después de uno o dos títulos publicados. Y la mayoría de los que vamos quedando no recibimos nunca becas ni grandes premios, ni tenemos de hecho ninguna posibilidad de recibirlos. Hay escritores a los que no convocan ni a la feria del libro de su propio pueblo y muchos otros que nunca han salido entrevistados ni reseñados en Babelia o El Cultural. También hay quien, a sus más de 50 años, se permite sonreírse cuando una mujer de apenas 25 publica su primera novela en el mismo sello importante al que él llegó después de escribir siete, y con 48. Esos son los “escritores hombres”.

Para los hombres que escribimos es difícil sentirse amenazado por una eventual subida paritaria en todos esos premios que nunca nos darán

Así las cosas, para la mayoría de los hombres que escribimos es bastante difícil sentirse amenazado o siquiera concernido por una eventual subida paritaria de autoras en todos esos premios que nunca nos van a dar, en todos esos festivales a los que no nos invitan y en todas esas becas preparadas para que las ganen los mismos de siempre. No es ocioso señalar que justamente los escritores que más prisa se han dado en volverse feministas (y, sobre todo, en que lo sepas) son muchos de aquéllos que están en ese mínimo porcentaje de autores varones de éxito. Si han tenido éxito no ha sido por ser tontos.

Entiendo por tanto que la idea aquí es tan simple como que entre los 30 o 50 autores literarios que se reparten todas las becas y subvenciones y viajes al Cervantes y premios y atenciones se incluyan 15 (o 25) mujeres, y que a eso -exactamente a eso- lo vamos a llamar igualdad. ¿A ustedes les quita todos los días el sueño si son hombres o mujeres los trepas de España? A mí la verdad es que no.

placeholder Leticia Dolera en Cannes. (EFE)
Leticia Dolera en Cannes. (EFE)

¿José Saramago ganó el premio Nobel por ser hombre o por no vivir para otra cosa que para ganar el premio Nobel?

¿Alguien piensa que cuando un hombre gana el premio Nobel todos los hombres escritores brindamos con champán porque compartimos aseos con el galardonado? ¿O que se nos abren las carnes cuando la reconocida es una mujer? Uno preferiría el premio Nobel para Amélie Nothomb mucho antes que para Karl Ove Knausgaard; y para Rachel Cusk mucho antes que para, no sé, Paul Auster; pero, sobre todo, uno preferiría que no existiera el premio Nobel.

Por ello, me admira la complacencia con la que, desde un feminismo vociferante, se validan todos estos premios y reconocimientos prácticamente enemigos de la Cultura y enormemente corruptos mediante la obsesión de que también los ganen las mujeres.

Les diría incluso que no me parece mal del todo, metidos ya en el barro de las ambiciones patológicas, que algunas autoras invoquen el feminismo y recurran a esa victimización que a día de hoy se ha confirmado como una forma efectiva de ascenso profesional (véase Leticia Dolera) ampliando de paso el catálogo de estrategias exentas de escrúpulos disponibles para alcanzar la gloria. Estoy, por tanto, a favor de la igualdad de golpes bajos y juego sucio entre hombres y mujeres, sí. Pero no nos vendáis que lo hacéis por todos nosotros y por todas nosotras, queridos amigos y queridas amigas.

Les hablaba la semana pasada de algunas dudas que me despertaba la acusación ya usual de que la literatura es aún hoy un entorno machista. No tenía entonces el menor interés en recamar moralmente el mundo de los libros ni en llevarle la contraria a los firmantes de manifiestos ni de generar polémica para justificar mi condición de opinador. Buscaba algo tan simple como desaconsejable en nuestro tiempo: la verdad.

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