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Apocalipsis paleto: adiós al chico de pueblo
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Alberto Olmos

Mala Fama

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Apocalipsis paleto: adiós al chico de pueblo

El autor evoca a los muchachos de campo de finales del siglo XX, a punto de desaparecer por la uniformidad que ha propiciado Internet

Foto: Vista de la aldea abandonada de O Muiñovedro, en Lugo. (EFE)
Vista de la aldea abandonada de O Muiñovedro, en Lugo. (EFE)

Los madrileños llegaban en verano y no siempre desde Madrid. Eran un puñado de chavales con zapatillas Nike, balones de baloncesto reglamentarios y aires de grandeza. Tenían su propia peña y su propia piscina, una bate de béisbol de aluminio que costaba 15.000 pesetas. Hablo de los años 80 y 90, cuando los chicos de pueblo trabajábamos con nuestros padres en verano y lo más impresionante de ir de excursión con el colegio era ver unas escaleras mecánicas. Había escaleras mecánicas en Valladolid. En Madrid había un zoo.

Los madrileños eran el adversario, aunque no supiéramos muy bien por qué. Nosotros éramos paletos por prácticamente todos los motivos. Zapatillas Kelme o Tao-Tao, un palo cualquiera o un tablón para jugar al béisbol en el campo de fútbol con una pelota de tenis y normas improvisadas. Una película de hacía ocho años proyectada en la plaza mayor. Música, la que quisieran los 40 Principales, y la jota. Tocábamos la dulzaina, las castañuelas, teníamos un traje de danzante hecho a la medida de nuestra adolescencia en un armario al fondo de la casa, ahumado por bolitas de alcanfor.

[¿Son los pueblos una España de segunda?]

Lo que nos sacaba del pueblo era el estudio. Íbamos a aprender a institutos del pueblo vecino, más grande, o de la capital, públicos o privados. Lo primero que aprendí en el colegio Claret de Segovia fue que existía una marca de jerseys llamada Privata. Jugando al Tetris en el Salón de Juegos Recreativos descubríamos que quizá no éramos mucho más tontos que los chicos de la ciudad. Resultaba normal que por ser de pueblo se rieran de ti. Hay humillaciones que nunca le han importada lo más mínimo a la corrección política: reírse de los gordos, reírse de los calvos y reírse de la gente del campo. Aún hoy podéis hacerlo sin ningún problema.

Uno se hace madrileño cuando pierde por primera vez el último metro. Entonces tiene que andar

Los chicos de pueblo que no volvíamos al pueblo nos convertíamos en madrileños. Habíamos cambiado de bando por querer ser periodistas o ingenieros. Es completamente cierto que no hay nada más fácil que ser de Madrid. Uno se hace madrileño cuando pierde por primera vez el último metro. Entonces tiene que andar. Andar Madrid de madrugada es la forma efectiva de empadronamiento.

Ahora todo este trasvase de juventud ha cambiado mucho. Se van extinguiendo, sí, los chicos y las chicas de pueblo, los paletos de toda la vida. Es imposible encontrar de nuevo esa inocencia, esa filosofía, correr por siete calles que sabes el mundo entero. Voy a los pueblos en verano y veo versiones un tanto toscas de los chicos de ciudad. Las mismas marcas de ropa, la misma música, idéntica actitud; esa obsesión con los peinados. Los chicos de pueblo son ahora, sin saberlo, chicos de barrio, aunque de un barrio que queda todavía más lejos del centro. Tatuajes, pelo azul, pendientes, trap. Si yo me hubiera hecho un tatuaje alguna vez, mi padre me lo hubiera quitado a martillazos mientras mi madre lo rociaba con salfumán. O a lo mejor no. Lo importante era que yo pensara que sí.

Voy a los pueblos en verano y veo versiones un tanto toscas de los chicos de ciudad

"Panadería tradicional", se lee en el dintel de una panadería en un pueblo del Guadarrama. Se ha vuelto necesario subrayar que en un pueblo sigue habiendo cosas de pueblo, como si ya nadie se fuera a creer que aún queda gente por ahí que sabe hacer pan. Está todo muy mezclado, muy confuso, con los nombres y los adjetivos desplazándose unos a otros, camuflando cosas.

"Neo-rural", por ejemplo. Hay gente que cree que es neo-rural. Si eres pobre, no puedes vivir en la ciudad dignamente y te vas a vivir a un pueblo eres neo-rural. Quieres que los pueblos sobrevivan, ayudar a repoblarlos, llevar una vida más tranquila, plantar tomates. Eres pobre.

A los neo-rurales antes en los pueblos se les llamaba forasteros. Eran forasteros hasta que se iban del pueblo, así hubieran pasado viviendo en él quince años. Supongo que el forastero también ha muerto. No llegan ya forasteros a los pueblos, sino gente que quiere echar una mano. Sus hijos, por tanto, tampoco serán chicos de pueblo, sino hijos de neo-rurales, hijos orgánicos, yo qué sé. Neo-paletos no, desde luego. Es bastante seguro que los neo-rurales no quieren tener hijos que puedan confundirse con lo que toda la vida se ha venido llamando chicos de pueblo. Ya nos inventaremos algo, una certificación.

Para mí el chico de pueblo siempre será ese amigo que iba a misa los domingos con una camiseta promocional de piensos compuestos, impoluta.

Los madrileños llegaban en verano y no siempre desde Madrid. Eran un puñado de chavales con zapatillas Nike, balones de baloncesto reglamentarios y aires de grandeza. Tenían su propia peña y su propia piscina, una bate de béisbol de aluminio que costaba 15.000 pesetas. Hablo de los años 80 y 90, cuando los chicos de pueblo trabajábamos con nuestros padres en verano y lo más impresionante de ir de excursión con el colegio era ver unas escaleras mecánicas. Había escaleras mecánicas en Valladolid. En Madrid había un zoo.

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