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Una modesta propuesta: censuremos toda la creación cultural durante un año
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Alberto Olmos

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Una modesta propuesta: censuremos toda la creación cultural durante un año

El concepto de novedad choca muchas veces con la propia noción de cultura

Foto: Un libro calcinado en la Biblioteca Anna-Amalia, de Weimar, que en 20014 ardió por un incendio en el que se destruyeron 50.000 libros. (EFE)
Un libro calcinado en la Biblioteca Anna-Amalia, de Weimar, que en 20014 ardió por un incendio en el que se destruyeron 50.000 libros. (EFE)

Miren que ha habido dictadores ocurrentes en la historia del mundo, pero a ninguno se le pasó por la cabeza la feliz idea que me poseyó a mí mientras fregaba los platos: parar la cultura. Sí, se han prohibido cosas y se ha censurado, se ha forzado al exilio a los artistas díscolos y hasta se han dado consignas precisas sobre cómo pintar un cuadro o escribir un poema. Pero ni sátrapas ni césares han caído en la cuenta de que podían ir más allá, hacerlo mejor; echar el freno, pedir tiempo muerto al árbitro del arte. No me parece singularmente difícil convencerles de lo atinado de esta medida: la censura total.

Imaginen entonces que durante todo un año no se publicaran libros nuevos ni se estrenaran películas, ni hubiera otra canción más de Rosalía. Todo prohibido. Esto de expresarse se nos ha ido de las manos. La novedad es el ruido de la cultura, el ruido de un edificio en construcción. Imaginen, por favor, ese gran silencio durante doce meses en los que nadie da martillazos, publica libros, da martillazos y vuelve a publicar libros. Como si no hubiera persona alguna que hubiera creado nada que esté en disposición de compartir con los demás. Anticipen un mundo sin frenesí, sin Rosalía sobre todo. Recréense en la dicha franciscana del fin del éxito, del fin de los premios, del acallamiento de la vanidad del artista. Nadie tiene nada que venderles y nada es lo último y no te has perdido ningún capítulo de esa serie que obligatoriamente tenías que ver. La glaciación es completa y mola bastante.

[La izquierda prefiere que la voten pijos y veganos a los pobres]

Porque parar la cultura no quiere decir ponerle fin, sino ponerle un lazo; librerías y cines abiertos, museos; puedes leer todo lo que quieras menos algo nuevo; puedes ponerte en bucle a Rosalía entera. Durante un año tendríamos que alimentarnos el ánimo con lo que ya hay, como si nos hubieran dejado encerrados en una pastelería con el horno en revisión. Mirar hacia atrás, descubrir, comprender el valor de lo que ya pasó y nadie recuerda. ¿Qué leería usted el año que viene si estuviera vetada toda novedad editorial? ¿Y cuánto no mejorarían los libros de 2020 si no se publicaran? Todo el mundo sería en 2020 un artista incomprendido y marginado por el poder, que habría censurado absolutamente todo durante doce meses creando masivamente mártires de la cultura. Con tanta libertad estamos haciendo que la gente sea muy infeliz, pues nadie lee sus libros precisamente porque se los publican. Censúrennos un año entero, que expresarse es un completo coñazo, sobre todo comparado con que no te dejen hacerlo, mucho más tonificante.

Los escritores que pasan cuatro años sin publicar, están mucho más a gusto sin sacar nuevo libro que promocionando su nuevo fracaso

La medida que les sugiero tiene una lógica campesina, telúrica, pues se trata de poner en barbecho las tierras labrantías del arte. Yo creo que nos queda un gran decir por explorar: no decirnos nada. A menudo me encuentro con escritores que, después de pasar cuatro de años sin publicar, afirman estar mucho más a gusto sin sacar nuevo libro que promocionando su nuevo fracaso. Esa paz habría que regalársela a todos los escritores y cineastas y artistas en general: la paz de ver que no les echamos de menos.

Porque si le quitas a un libro su condición novedosa, la entrevistas al autor y la faja falsa de segunda edición, ¿qué te queda? Te queda en la mayoría de los casos un taco de hojas con el mismo valor cultural que tenía el papel antes de ser impreso. O un poco menos de valor cultural, en realidad.

Reediciones

Además, anoten la evidencia de que ser reeditado es mucho más bonito que ser publicado por primera vez, como sabe cualquiera al que le hayan llamado después de la primera noche. En la repetición está el amor y el crédito. Llevo todo 2019 viendo por el rabillo del ojo reediciones interesantísimas, y maldiciendo el tiempo que he de perder en las novedades, a sabiendas de lo mucho que le queda a esa novedad para convertirse en cultura. En amor. Por eso sueño, cuando friego, con un año entero sin novedades editoriales, un año de libros viejos y resurrección.

placeholder 'Autobiografía de Marilyn Monroe' (Tusquets)
'Autobiografía de Marilyn Monroe' (Tusquets)

Por ejemplo, este mismo año han resucitado 'Autobiografía de Marilyn Monroe' (Tusquets), de Rafael Reig, una maravilla traída de 2005; 'Breve historia de la misoginia en España' (Ariel), de Anna Caballé, otra maravilla, de 2006, ignorada además por todas las lectoras de 'Cómo acabar con la escritura de las mujeres' (Dos Bigotes), muy inferior; los cuentos completos de Mario Levrero y los cuentos completos de Felisberto Hernández (Random House y Alfaguara, respectivamente); 'La belleza del marido' (Lumen), de Anne Carson hace veinte años; Elena sabe (Alfaguara), de Claudia Piñeiro en 2007; y, sobre todo, este mismo septiembre, 'Un hombre soltero' (Acantilado), de Christopher Isherwood, obra maestra de 1964 que se reedita regularmente a ver si se entera alguien de que es una obra maestra. Esta es la cultura que está tapando este año la novedad, o sea, la cultura que ustedes se están perdiendo. Los periódicos no quieren entrevistar a alguien que dijo algo interesante hace veinte años, pues prefieren a alguien que no ha dicho nada hace media hora. Vale que Christopher Isherwood no concede entrevistas, porque está muerto, pero miren qué incipit: “El despertar comienza al decir soy y ahora”. El de 'Elena sabe' también nos arrastra: “Se trata de levantar el pie derecho, apenas unos centímetros del suelo...”

O el final de 'La belleza del marido', que es el final de cualquier libro y de cualquier olvido: “Ahora mira cómo doblo esta página para que creas que eres tú.”

Miren que ha habido dictadores ocurrentes en la historia del mundo, pero a ninguno se le pasó por la cabeza la feliz idea que me poseyó a mí mientras fregaba los platos: parar la cultura. Sí, se han prohibido cosas y se ha censurado, se ha forzado al exilio a los artistas díscolos y hasta se han dado consignas precisas sobre cómo pintar un cuadro o escribir un poema. Pero ni sátrapas ni césares han caído en la cuenta de que podían ir más allá, hacerlo mejor; echar el freno, pedir tiempo muerto al árbitro del arte. No me parece singularmente difícil convencerles de lo atinado de esta medida: la censura total.

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