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Greta Thunberg: una historia de terror
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Alberto Olmos

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Greta Thunberg: una historia de terror

El papel de los padres en el activismo de su hija adolescente resulta turbio y maquiavélico

Foto: Greta Thunberg y su madre Malena Ernman durante una protesta en Nueva York. (Reuters)
Greta Thunberg y su madre Malena Ernman durante una protesta en Nueva York. (Reuters)

Exagero poco si digo que no hay grandes diferencias entre los padres de Greta Thunberg y los padres de Nadia, salvo una, y es a favor de Nadia: al menos sus padres ya están en la cárcel. Los padres de Greta Thunberg han convertido a su hija en uno de los seres más confundidos e infelices del planeta Tierra. Los padres de Nadia aprovecharon su enfermedad, supuesta o verdadera, para recaudar dinero destinado a curas y tratamientos totalmente falsos. Ambas parejas de padres creyeron que sus hijas eran un negocio, ya monetario, ya moral, y las pusieron en el mundo como una mercancía. Comparado con la minúscula, irrelevante, imprescindible vida de estas dos niñas, a mí el calentamiento global y la posible extinción del planeta Tierra me traen sin cuidado.

Porque algo ha aprendido uno, padre a su vez, viendo a estos padres demenciados. Y es que tu hijo es más importante que el Planeta. Sí, tu hijo, tu hija, ese humano entre siete mil millones, es lo que había que cuidar. Si no eres capaz de proteger a tu hija, ¿vas a ser capaz de proteger todo un Planeta? Los padres de Greta proponen una lógica aplastante: que sin Tierra no hay Greta. Es como pensar que sin escenario no hay teatro o que sin tiesto no hay planta: parece verdad. Pero es justamente al revés: sin cuidar de Greta, no hay nada.

[Greta Thunberg, contra los dragones de la Santa Alianza]

Dejó escrito Peter Sloterdijk en su libro contra el capitalismo ('En el mundo interior del capital', Siruela) que la conquista colonial se basaba en que el conquistador “conoce a los conquistados mejor de lo que ellos se conocen a sí mismos”. Esta ventaja, en realidad, es la que propicia todos los abusos sobre niños y adolescentes. El niño no sabe dónde acaba el camino, sólo se deja llevar hacia adelante de la mano de sus padres, de la mano de un adulto. Así, el niño tarda mucho en saber lo que sus padres hicieron con él, y quizá sólo teniendo hijos eres plenamente consciente de lo que tus padres hicieron contigo. Porque tus padres pueden hacer contigo lo que quieran. Sin ir más lejos, pueden hacerte famoso.

La historia de Greta tampoco queda muy lejos de la historia de Parchís, el grupo musical compuesto por niños que ni sabían cantar ni interesaban a nadie. Según parece, sus voces en los discos estaban prácticamente tapadas por voces de cantantes profesionales, y su presencia en los medios se consiguió desembolsando un millón de pesetas sobre cada presentador de un programa televisivo o radiofónico de variedades. A Greta, supuestamente, se le ocurrió dejar de ir al colegio para plantarse con un cartel en plena calle y pedir medidas urgentes y efectivas contra el cambio climático. Supuestamente también, los medios de comunicación se enteraron por sí solos de la sentada y le dieron un generoso espacio en sus páginas y parrillas, al punto de que Greta empezó a dar discursos y a liderar algo así como unas nuevas generaciones muy cabreadas debido al globo terráqueo tan averiado que los viejos les estaban dejando. Ése es el cuento. El producto.

¿Quién?

Sobre la realidad, cabría preguntarse: ¿quién escribe los discursos de Greta Thunberg? ¿Quién vela por que la estrategia comunicativa -consistente en que una niña de 16 años se proclame víctima directa de la gran maquinaria del mundo- no abandone nunca ese carril? ¿A quién se le ocurren todas esas ideas para que Greta, a la manera de Rosalía, esté siempre en el candelero? (“¿Qué os parece Fridays For Future? ¿Y si va en barco a Nueva York? ¿Y si es el barco del príncipe de Mónaco?”) ¿Quién es el profesor de dicción y oratoria junto al que la niña prepara sus invectivas planetarias? ¿Cuántas horas repite y ensaya?

En una de sus soflamas, el terrorífico teleñeco en que han convertido a Greta enunciaba la siguiente frase: “Si unos pocos niños pueden conseguir titulares en toda la prensa mundial tan sólo por no ir al colegio entonces imagínense qué podríamos hacer todos juntos si realmente quisiéramos”. Les invito a pensar detenidamente en este concepto. Primero, notemos cómo el texto que lee Greta Thunberg es mucho más consciente de lo que se ha buscaba conseguir (titulares) que la propia Greta Thunberg, que es posible que se crea que está salvando ella sola el tercer planeta de nuestra galaxia. La distancia entre lo que dice y lo que está protagonizando ya nos indica que la autoría del discurso es completamente ajena a la mente de esta muchacha. Después, centrémonos en efecto en lo conseguido: titulares en toda la prensa mundial. Noten ahí la hybris paterna, la estrepitosa exhibición de una vanidad. Hemos salido en todos los periódicos y televisiones del mundo diciendo exactamente lo mismo que lleva diciéndose (Al Gore et alia) desde hace una década como poco. Finalmente, sigamos la propia lógica del argumento: si unos niños suecos no van a la escuela y acaparan titulares, todos los niños del mundo ausentados de la escuela durante un año entero conseguirían titulares todavía más grandes durante mucho más tiempo. Ante lo cual merece la pena preguntarse: ¿y?

Es admirable, y agotador, que aún hoy siga alimentándose esa abstracción sedante: la necesidad de concienciarnos

Es admirable, a la par que agotador, que aún hoy siga alimentándose esa abstracción sedante que desde los años noventa se nos propone como fundamental: la necesidad de concienciarnos. No en vano, la infame publicación a cinco columnas de la foto de un niño muerto en una playa se nos vendió como imprescindible justamente porque ayudaba a concienciar. Pues bien, ¿ha cambiado en algo el drama de los migrantes y refugiados porque toda la prensa mundial publicara la foto del cadáver de un niño? No, amigos, no ha cambiado en nada. Lo que llamamos concienciación no es otra cosa que el avivamiento efímero de una información resabiada: que las personas mueren en el Mediterráneo tratando de llegar a Europa o que la acción del hombre contamina y agrava las derivas climáticas del planeta. No hay nadie que no sepa esto. La concienciación sólo subraya un saber, hasta que satura su significado. Por eso les digo que la concienciación es un sedante: ayuda, sobre todo, a no hacer nada.

Sin embargo, con un cinismo muy propio de su cargo, presidentes y primeros ministros y grandes mandatarios que, entre todos, suman guerras, países arruinados, acoso sexual, corrupción sabida o por saber y cientos de medidas discutibles que provocaron daño o dolor o quebranto en sus propios pueblos y que tomaron sin que les temblara el pulso, todos ellos, digo, fingen que el discurso de dos minutos de una niña de 16 años va a tener algún peso en sus decisiones; fingen que esa niña tiene voz. Por dentro, sin embargo, piensan lo mismo que tú y que yo: pobre, pobre niña.

Su última intervención, en la Cumbre del Clima de hace diez días, es de particular importancia para la historia futura de Greta Thunberg. En este discurso, al menos, dejó una frase completamente cierta: “Me han robado los sueños y la niñez”. Sólo habría que afinar con el destinatario de este lamento, con el sujeto real del latrocinio imperdonable. Sus padres. Son sus padres los que no sólo le han robado los sueños y la infancia y la primera adolescencia, sino también los que, sabiéndolo, empiezan ahora a deslizar en la torturada mente de su hija la idea de que ella misma supo en su momento que su vida estaba siendo malbaratada, y que ella misma, sin embargo, acusó al mundo, al clima, a las fallidas políticas medioambientales de ser los responsables. Ahí estará el vídeo para que la Greta de mañana vea a la Greta de hoy exculpar a sus propios padres de lo que le han hecho.

Exagero poco si digo que no hay grandes diferencias entre los padres de Greta Thunberg y los padres de Nadia, salvo una, y es a favor de Nadia: al menos sus padres ya están en la cárcel. Los padres de Greta Thunberg han convertido a su hija en uno de los seres más confundidos e infelices del planeta Tierra. Los padres de Nadia aprovecharon su enfermedad, supuesta o verdadera, para recaudar dinero destinado a curas y tratamientos totalmente falsos. Ambas parejas de padres creyeron que sus hijas eran un negocio, ya monetario, ya moral, y las pusieron en el mundo como una mercancía. Comparado con la minúscula, irrelevante, imprescindible vida de estas dos niñas, a mí el calentamiento global y la posible extinción del planeta Tierra me traen sin cuidado.

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