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¿Sabéis qué tienen de gracioso las agresiones sexuales?
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Alberto Olmos

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¿Sabéis qué tienen de gracioso las agresiones sexuales?

Bill Burr juega con fuego en su monólogo Paper Tiger mientras en España termina la carrera política de otro acusado por acoso: Pablo Soto

Foto: Pablo Soto. (EFE)
Pablo Soto. (EFE)

Las cinco mil cuatrocientas butacas del Royal Albert Hall de Londres se llenaron hace unos meses para reírse de las agresiones sexuales. También se rieron de las feministas y de Michelle Obama, y hasta de una de las propias personas que había ido allí a reírse, un señor que gritó: “¡Pide consentimiento!” El maestro de ceremonias de este aquelarre fue Bill Burr, que presentaba su monólogo 'Paper Tiger'. Lo pueden ver en Netflix.

Un cómico de stand up me confesó hace un tiempo que sólo había una cosa de la que no podía reírse sobre un escenario: de las feministas. Esta afirmación fue anterior al día en que nos enteramos de que en realidad eran dos las cosas de las que no podías reírte en España sobre un escenario. Gracias a Rober Bodegas supimos cuál era la segunda. El propio Bill Burr anticipa su ruina en un momento del monólogo: “Por cierto, este será mi último show en cuanto me pongan esto en Netflix”. Salvo algunos chistes sueltos de Dave Chappelle, muy ocupado riéndose de los transexuales, nadie había osado reírse de las feministas. 'Paper tiger', por tanto, hace historia al ser el primer monólogo donde se propone la risa a partir de la desigualdad de género, la lucha feminista, las agresiones sexuales y los abusos a menores. A lo mejor lo divertido está en contemplar a un tipo destruir su carrera.

“¿Sabéis qué tienen de gracioso las agresiones sexuales?”, pregunta al público Bill Burr al cuarto de hora de empezar su espectáculo. Y agarra un vaso de agua y, con toda la parsimonia del mundo, bebe un par de sorbos. La pregunta ha quedado en el aire, macerándose en el silencio atónito de estas cinco mil cuatrocientas personas reunidas en el muy refitolero Royal Albert Hall, personas que nunca antes habían visto el adjetivo “gracioso” tan cerca del tipo penal “agresión sexual”. ¿Cómo va a ser gracioso un delito sexual, hijo de la gran puta?, mastican unos y otros; y mastica (ahora) usted.

Afirma el cómico que la cosa se ha ido desinflando de tal modo que ya se considera agresión sexual una simple cita que sale mal

El bloque que el monologuista dedica al asunto desecaría el riego sanguíneo de Carmen Calvo, pues Burr afirma que “creer a las mujeres” está bien, salvo si descontamos al “12% de psicópatas” que hay entre ellas (“¿y esas que te rayan el coche y le prenden fuego a tus cosas, a esas también hay que creerlas?”), que el “no es no” es una falsedad porque a veces estamos lejos de reconocer lo que queremos en lugar de lo que nos conviene, o que no puede haber tantos hombres feministas de dos años para acá salvo porque esos hombres tengan mucho que ocultar. También afirma nuestro suicida que las primeras denuncias del #metoo le dejaban impresionado, pero que la cosa se ha ido desinflando de tal modo que ya se considera agresión sexual una simple cita que sale mal (“bad date”).

Vi este monólogo hace un mes y me he acordado de él después de conocer la noticia de que Pablo Soto había cesado como concejal en el ayuntamiento de Madrid debido al acoso sexual al que sometió a una militante. A mí me parece bien su cese.

45 kilos

Lo que haría un Chappelle o un Burr con Pablo Soto nunca lo sabremos. Yo podría tratar de imitarlos, pero simplemente sería asesinado en Twitter. Sin embargo, les sugiero detenerse en la potencial hilaridad que puede desprenderse de que un acosador sexual vaya en silla de ruedas y pese 45 kilos. Realmente tiene uno otra imagen de los depredadores sexuales. Incluso tiene uno otra imagen de las mujeres. A ninguna amiga mía la acosa en un cuarto de baño un tipo de menos de dos metros de altura y noventa kilos de peso como mínimo. ¿De qué están hechas las militantes de Más Madrid, de papel maché?... ¿Ven? Empiezan a venirme chistes a la cabeza y mi vida corre peligro. Que los haga Rober Bodegas, que su vida ya no vale nada.

Soto está bien expulsado, simplemente, por dejarse expulsar. No siento pena. Si era inocente, como dice, debería haberse quedado con el acta

Creo que Pablo Soto está bien cesado por ese reverso moral y procesal en el que nos hemos acomodado hoy en día. Del mismo modo que un hombre es culpable a ojos de la sociedad ya sólo con ser acusado por una o varias mujeres, con nombre y apellidos o de forma anónima, y sin que se derive denuncia efectiva en un juzgado, Pablo Soto está bien expulsado, simplemente, por dejarse expulsar. No siento pena alguna por él. Si era inocente, como dice, debería haberse quedado con el acta y en el grupo mixto y repitiendo su versión las veces que fuera necesario mientras esperaba un proceso por acoso sexual o ponía, al cabo, él uno en marcha por difamación. ¿Qué es esto de que me acusa una mujer que “no conozco” de algo que “no recuerdo” e inmediatamente tiro mi carrera política por la borda? ¿Estamos locos? El chiste de Bill Burr sobre estas situaciones reza así: “Con las mujeres gobernando el mundo no habría guerras, pero tampoco habría juicios imparciales”.

A la hora de escribir esta pieza, no se sabe nada en absoluto de lo que pasó en el baño de aquel bar donde entró Pablo Soto, al parecer auxiliado por una militante, sin sospechar que allí iba a echar a perder su reputación. Pero imaginémonos lo peor: Soto tocó donde no debía, enseñó lo que no quería ser visto o dijo la burrada intercrural más repugnante del mundo. Vale. La militante se lo contó a la dirección de Más Madrid. Más Madrid comprobó -no se sabe muy bien cómo, si había acaso otros testimonios aparte del de Soto y el de la mujer- que eso había sucedido y procedió a expulsar a su hombre del partido. No hacía falta que lo que hubiera hecho Soto fuera, en rigor, delito; bastaba con que estuviera mal. Reírse de un gordo no es delito y está mal y ojalá expulsen de todas partes a los que se ríen de los gordos y de las gordas, del físico ajeno. Hasta aquí todo tiene algún sentido -salvo que Pablo Soto se deje expulsar si él cree que es inocente.

Desmesuras

Pero, ¿por qué lo sabemos tú y yo y toda España? ¿Por qué la dimensión de lo hecho (si lo hizo) por Pablo Soto alcanza estas desmesuras mediáticas que ni Jack el Destripador? La impiedad de Más Madrid con su, hasta ahora, amigo o compañero es singular, y sólo un deseo enfebrecido de “dar ejemplo” puede justificar la ausencia total de discreción: le decimos a Soto que dimita sin que nadie se entere de por qué y listo. Eso hubiera sido más ecuánime, más civilizado, si acaso lo hecho por Soto se circunscribe a ese bar esa noche y con esa mujer, y no se desborda en mujeres y noches y bares incontables. Quién lo sabe. Además, hay evidentemente en esta publicidad tan lesiva para el ciudadano Soto un deseo de posicionarse y acreditarse de cara a las futuras elecciones (ustedes pueden determinar con qué proporcionalidad); y, por debajo (intuición), hay un propósito de no parecerse a los primeros años de Podemos, cuyos azares sexual-orgiástico-cancaneadores quizá alguien nos revele dentro de muchos años en un libro, para nuestro pasmo.

Sin embargo, volviendo al humor que aquí no nos podemos permitir, a Chappelle y Burr, lo de que una persona que sufre minusvalía grave sea lapidada como acosador sexual de WC sin que nadie encuentre incongruencia entre la inmovilizadora “silla de ruedas” y el laborioso “acoso sexual” y donde, por primera vez, la condición de minoría frágil a la que siempre ha pertenecido Soto quede completamente desactivada como atenuante o prueba de descrédito de la acusación me parece curioso, qué quieren les diga. Yo creo que mucha gente que no conoce a Pablo Soto y que tampoco tiene tanto interés en este caso ha transitado la noticia sin enterarse siquiera de que este hombre vive postrado en una silla de ruedas. Es decir, sin otorgarle incluso más beneficio de la duda que a alguien que no está impedido. Lo que a Chappelle o Burr, o incluso a Gila, le daría para algo así:

“-Ese vecino de ahí es un mirón.

-Pero si es ciego, señora.

-Bueno, y qué; yo siento que me está mirando.”

Las cinco mil cuatrocientas butacas del Royal Albert Hall de Londres se llenaron hace unos meses para reírse de las agresiones sexuales. También se rieron de las feministas y de Michelle Obama, y hasta de una de las propias personas que había ido allí a reírse, un señor que gritó: “¡Pide consentimiento!” El maestro de ceremonias de este aquelarre fue Bill Burr, que presentaba su monólogo 'Paper Tiger'. Lo pueden ver en Netflix.

Pablo Soto Más Madrid
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