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Blanca Navidad: lo que pienso cuando veo a mis amigos puestos de cocaína
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Alberto Olmos

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Blanca Navidad: lo que pienso cuando veo a mis amigos puestos de cocaína

La sociedad muestra buena parte de sus contradicciones en torno a este alcaloide

Foto: Jersey con alusiones al consumo de cocaína que Walmart ha tenido que retirar recientemente de sus tiendas.
Jersey con alusiones al consumo de cocaína que Walmart ha tenido que retirar recientemente de sus tiendas.

La Navidad una cosa que tiene es que se nos va la mano con la cocaína. Lo que más me gusta de la cocaína es que le parece bien a todo el mundo. Tiene más detractores el turrón duro que la cocaína. Te pueden echar la bronca en estas fechas por muchos excesos, pero nunca por esnifar cocaína. Está socialmente admitido que, si tomas cocaína, algo has hecho bien. Has trabajado mucho, has heredado mucho o has vendido muchos discos. Tomar cocaína es un éxito, en suma, porque la cocaína es guay. Prácticamente no se puede decir nada malo sobre la cocaína.

El otro día le dije a un amigo que, tomando cocaína, eres directamente responsable de la muerte de decenas de miles de personas en Latinoamérica. Fue así: yo quería hacerle ver a mi amigo que cierta persona a la que él idolatraba era un miserable, de modo que saqué a colación su infausta dependencia y añadí lo de los asesinatos. Que alguien se meta cocaína me da lo mismo; pero, si me cae mal, es culpa suya que maten gente en México. Sólo en ese país, se cifran en más de veinte mil los asesinatos anuales relacionados con el Narco. La cara de mi amigo ante mi argumento fue fantástica: me miró como si yo estuviera diciendo la gilipollez más grande del mundo. Anda que no hay que saltar fronteras y vadear océanos para llegar de la raya que tú te metes en Malasaña al tiro que le meten a una periodista en Guanajuato, justo entre los ojos. ¿Qué relación va a haber, hombre de Dios?

[¿Por qué un gramo de cocaína cuesta igual desde hace 20 años?]

Vivimos tiempos maravillosos. Son tiempos en los que, por abrir el grifo, por comprar bolsas de plástico o por tener un coche de más de diez años eres culpable tú solo de la degradación del planeta Tierra entero. Es así según todas las noticias dadas en los últimos veinticuatro meses, y además te lo crees y ahora cierras más el grifo. Y con el heteropatriarcado pasa lo mismo: todos los hombres somos culpables de la violencia ejercida contra las mujeres por una minoría de varones, aunque tú en concreto no hayas pisado siquiera el pie ni por error a una señora en el Metro en toda tu vida. Pero nos sentimos corresponsables y corregimos nuestro comportamiento hasta alcanzar los alrededores de la más luminosa santidad.

Consumir cocaína enriquece hasta límites escalofriantes a un montón de gángsteres y facilita que maten, secuestren y violen

Sin embargo, le dices a cualquier cocainómano que consumir cocaína contribuye al asesinato de decenas de miles de personas por todo el mundo y te mira como si estuvieras loco. Has relacionado el gotelé con los accidentes de tráfico, la velocidad con el tocino magro, las ganas de llorar con que salga el sol. Consumir cocaína enriquece hasta límites escalofriantes a un montón de gángsteres y facilita que esos gángsteres maten, secuestren y violen; y sobornen a policías, jueces y ministros. Es así de simple. Relación directa. Si nadie consumiera cocaína, el mundo sería un lugar mejor, los malos acumularían menos poder y mucha gente aún tendría la cabeza pegada al cuerpo. No habría hombres y mujeres colgados de los puentes ni periodistas degollados por escribir una noticia o cantantes asesinados por hacer una canción. Consumir cocaína es dar un poder absoluto a gente muy peligrosa, lo mires como lo mires. Pero entiendo que sentirse culpable por consumir cocaína no es lo que más os apetece en este momento. Ya es mucho pedir.

Me pregunto cuánta cocaína se habrá consumido en Madrid en el marco de la Cumbre por el Clima. Y cuánta prostitución. Supongo que lo normal.

Creerte mejor de lo que eres

La cocaína es normal, como los Juegos Olímpicos. Cara, estimulante y normal. En general, nadie piensa que una persona rica o una persona con obra artística haya hecho ascos a la cocaína. Con éxito, drogarse es recreativo; con miseria, drogarse es deleznable. Los artistas no van a La resistencia a contarle a Broncano cuánto dinero tienen, sino todo lo que se drogan. Me drogo en la medida de mi éxito. Yo nunca he visto a nadie mostrarse orgulloso de no meterse cocaína, o desde luego no tan orgulloso como se muestran en La resistencia los que afirman drogarse. Nunca he entendido por qué la cocaína es guay. Me han explicado varias veces los efectos y son parecidos a los de tener mucho dinero: te crees mejor de lo que eres. En eso se resumen tantas rayas, en creerte mejor de lo que eres.

Es más fácil que alguien que tiene coca te ofrezca una raya a que un fumador te ofrezca un cigarrillo, a pesar de que cuesta diez veces más

Aunque no consigo vislumbrar el sentido último de esta triunfal drogadicción, llevo toda la vida recabando pistas, tendencias, escenas. Por ejemplo, es más fácil que alguien que tiene cocaína te ofrezca una raya a que un fumador te ofrezca un cigarrillo, a pesar de que el gramo de cocaína cuesta diez veces más que el paquete de tabaco. Los cocainómanos están siempre en campaña, quieren ser más. También sucede que se reconocen entre ellos y que ante un completo extraño que les acaban de presentar, si toma cocaína, se comportan como si fuera ese amigo al que perdieron de vista hace veinte años años, que ya está de vuelta. Cualquier amigo mío que toma cocaína es más amigo del primero que pasa, si toma cocaína, que de mí. Al menos de noche, en los bares y drogándose.

Me hace gracia ese momento en el que los que toman cocaína quieren cocaína y se vuelven locos buscando a alguien que tenga el teléfono de uno que pueda vendérsela. Han salido de casa como si no supieran a lo que salían.

Me hace gracia esa canción de Smoking Pleasure titulada 'Cambio tiro por mamada'. No sé si alguien que sepa más que yo del asunto podría escribir un artículo desarrollando el concepto.

Luego, como expone Saviano en las primeras páginas de 'ZeroZeroZero' y mucha más gente en numerosos artículos, está la dimensión desconocida del uso, la sectaria, masónica, opusina y secreta verdad de quién se droga a nuestro alrededor. La profesora de tu hijo de ocho años estuvo ayer metiéndose rayas hasta las cinco de la mañana. El avión donde viajas lo pilota un amigo de la profesora, que se fue apenas un cuarto de hora antes. La operación de tu madre la realizará el doctor Farlopa. Y la cantidad de horas de televisión llenas de gente drogada que ven las amas de casa sin darse cuenta. Y la cantidad de políticos, policías o jueces cuya carrera se hundiría sólo con que circulara una imagen suya drogándose. Y la cantidad de tolerancia que mostramos todos con los cocainómanos, que apenas son delatados o señalados, ni siquiera ahora, con barra libre en Internet para filtraciones y fisgoneos. Y la cantidad de hipocresía que se concentra en un único gramo de cocaína.

La Navidad una cosa que tiene es que se nos va la mano con la cocaína. Lo que más me gusta de la cocaína es que le parece bien a todo el mundo. Tiene más detractores el turrón duro que la cocaína. Te pueden echar la bronca en estas fechas por muchos excesos, pero nunca por esnifar cocaína. Está socialmente admitido que, si tomas cocaína, algo has hecho bien. Has trabajado mucho, has heredado mucho o has vendido muchos discos. Tomar cocaína es un éxito, en suma, porque la cocaína es guay. Prácticamente no se puede decir nada malo sobre la cocaína.

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