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Frívolos e ignorantes: salvemos a la generación 'millennial'
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Alberto Olmos

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Frívolos e ignorantes: salvemos a la generación 'millennial'

Los nuevos raperos dejan en evidencia el postureo de sus congéneres

Foto: Ayax y Prok
Ayax y Prok

Yo era un hombre que lo daba todo por perdido. Después de algunos años de tratar juventudes, gente nacida en los 80 y 90, los vi entregarse a la posmodernidad, volverse cínicos, ventajistas, traperos; rendirse -siguiendo al poeta- a la gran evidencia, oscuramente, de que otro ser, fuera de ellos, les estaba viviendo: la insustancialidad total. Iban para escritores, y acabaron de millennials; iban para artistas, y acabaron de publicistas. Su propia nada era la materia de su publicidad. Tenerlo todo y quejarse fue su único eslogan. Su visión del mundo se redujo a Operación Triunfo. Su filosofía, a Eurovisión. Tener éxito era más importante que tener cualquier otra cosa, incluso obra. Todo era fake, postureo, mamoneo, tatuajes. A mí ya me cae mal cualquiera que con veinte años tenga más de dos tatuajes. Hay que esperar a que la vida te tatúe, te imprima los símbolos de tu paso.

Hace dos años, una pequeña polémica prefabricada dio el timbre moral de toda una generación. Fue la típica historia urdida en un despacho sin sillas. El cuento era algo así: en Operación Triunfo, una concursante tiene que cantar 'Quédate en Madrid', de Mecano. En la letra aparece la palabra “mariconez”. La cantante, de unos veinte años, mostrará incomodidad ante el solo hecho de pronunciar esa palabra, que entenderá ofensiva para los homosexuales. Habrá debate a escala nacional, titulares, audiencia, toneladas de superioridad moral. A lo mejor no existe ya otra divisa en nuestro tiempo fuera del éxito, del propio dinero y de la superioridad moral.

Alguien de la tele encontró el storytelling áureo (o seguramente lo copió de la tele estadounidense); ese storytelling era: las generaciones jóvenes son más ecologistas, menos homófobas y más feministas que las generaciones precedentes. La prueba estaría en que esa chica se sentiría incómoda por cantar “mariconez”. Que quisiera ser cantante y no se sintiera incómoda por estar en Operación Triunfo, un programa que tiene tanto que ver con la música como 'Jara y sedal', era lo de menos. Así se hizo, y funcionó.

Ana Torroja y los hermanos Cano, Mecano, quedaron como esos-viejos-homófobos de los años 80

Mecano, el mejor grupo de la música popular española de todos los tiempos, disponía en su repertorio de una decena larga de canciones excepcionales, pero se escogió un tema claramente menor, simplemente porque ahí aparecía la palabra “mariconez”. Lo sangrante fue que, para la audiencia, incluso conocedora de la aportación cultural del grupo de Ana Torroja y los hermanos Cano, Mecano quedó como esos-viejos-homófobos de los años 80, mientras que la joven cantante sin disco ni talento alguno representaba la-juventud-de-hoy-luchadora-por-los-derechos-de-los-gays. Y fue sangrante porque, mucho antes de que fuera facilísimo hacer canciones, libros y películas protagonizadas por lesbianas, y mucho antes de que hubiera siquiera desfile del Orgullo Gay en Madrid, Mecano puso en todas las radios de España la canción 'Mujer contra mujer' (1988), un hito en la defensa explícita de los amores entre chicas en nuestro país. Hacer entonces esa canción era tener dignidad; hacer ahora este trile con 'Quédate en Madrid', era no tenerla. Se entendió al revés.

Y ahí estaba todo, amigos. El cinismo, el desconocimiento de la historia, el escarnio vendido como decoro moral y una aportación cultural exactamente igual a cero definían -hasta hace poco- a la generación millennial para mí.

No en vano, ya es común que uno se tope de vez en cuando con alguien nacido en los 80 que se define a sí mismo como millennial. Lo cierto es que aquel que se define como millennial no suele ser millennial, sino de Palencia. O de Albacete. Y en Albacete, se lo aseguro yo, no hay millennials. Ni en Huelva. Y no porque allí no haya nacido nadie en los años 80 y primeros 90, sino porque la traducción más exacta que yo he encontrado de millennial al español no tiene nada que ver con la edad, sino con el estatus: niñato. Cuando alguien les diga que es millennial, piensen que tienen delante a un niñato.

Rap

El caso es que, por los azares de Spotify o de Youtube, o porque Dios tuvo misericordia de mi desesperanza, me di de bruces hace un par de meses con la mejor noticia cultural del siglo XXI para la generación nacida en los años 80: la resurrección del rap en español. El rap, como es obvio, representa justo lo contrario a todo lo que representa la generación millennial. El rap todavía hace pie en la realidad.

Y la realidad se dice con palabrotas. La niñata aquella no podía decir “mariconez”; ahora mismo, mientras escribo esta pieza, suena en mi casa (únicamente para poder citarlo en este artículo, eso es verdad): “tú de qué vacilas si esto es R A P de to la puta vida, 4x4, ya está, sin mariconadas ni mierdas” (4x4, Ayaxrap), que es lo mismo que soltaba hace años La Mala Rodríguez: “ni vainas, ni hostias, versos elegantes como cocaína en el salón, puta” (33), o: “sacando el hierro de las entrañas/ aquí, representando a España, comerme el coño” ('Espectáculo en la cancha').

La realidad sigue estando en la calle, donde la gente habla como habla, incluidos el mal hablar y el hablar incorrecto y los localismos y el inglés y el argot y los prejuicios, “rimas sobre ritmos así como si estuviera hablando, pero diciendo algo duro, nada blando, como jodiendo, molestando” ('Hecho, es simple', 7 notas 7 colores), motivo por el cual el rap en español es de los registros del lenguaje más fascinantes que podrán estudiarse en el futuro (más fascinante, por ejemplo, que la propia poesía española).

Descifren esto: “Conozco los robos, los calabos, las drogas./ Conozco los bobos, los pagos,/ también a los pogos,/ me he criao en la puga,/ bailando con mis niggas nos hacíamos yoga./ Venga, métele prega,/ un paseo por la Vega,/ estoy poniéndome la soga,/ colgá de la viga,/ pa sentir cómo ahoga,/ pa quitarme de la vía.” (Café solo, Prok) En las propias webs de rap español dudan entre “la puda” y “la puga” al trasladar la letra (“los bugas”, quizá), y todos creen que dice Las Vegas, cuando el rapero se refiere seguramente a la Vega de Granada, ciudad de la que procede.

El dúo de gemelos Ayax y Prok traen, sin duda, “rap del bueno, lo echábamos de menos” ('Fresas con nata', Ayax y Prok), rap como el que hacía Violadores del verso antes de que Kase O se rindiera a la corrección política (asistí hace años a un concierto suyo, ya en solitario, y empezó diciéndole al público que estábamos en un barco y que nos despidiéramos todos agitando la mano... El mismo que antes rapeaba: “yo soy el crudo hijo de puta del año”; el mismo), rap del bueno que logra también fernandocosta, que en Ready to fight y otras canciones homenajea de hecho a los que lo hicieron antes que él: Violadores del verso, SFDK, La excepción o R de Rumba.

Pero ¿qué es “rap del bueno”? Yo se lo digo: el que habla de una pequeña realidad generando juegos de palabras y rimas sorprendentes

Pero ¿qué es “rap del bueno”? Yo se lo digo: el que habla de una pequeña realidad (inmejorablemente un barrio que no salga en los periódicos), con el propio lenguaje de esa realidad, pero generando juegos de palabras (aliteración, paronomasia, calambur, etc.: “soy único, un icono del puto rap”, Kase O; “en este track soy la elegía, la herejía, corrígeme, yo me corregiría”, 'Nacional e importación', La Mala Rodríguez) y rimas tan sorprendentes (“me veo tan sexy/ apurando la Pepsi/ yo De Niro con mi Joe Pesci”, 'Café solo') que se les queda pequeño todo un folio, pues un buen rapero va sobrado, como Umbral. Y, sobre todo, el rap es mala leche. No son relaciones públicas, talent shows.

Yo creía, ya digo, que estaba todo perdido en este tiempo nuestro con el trap, donde una sola frase absurda se repite quinientas veces sobre una melodía indistinguible de la que se escucha en la canción de trap anterior, reflejando a fin de cuentas el pulso emocional de toda una generación: no tienen. Pero parece que todavía hay gente con algo más que decir, en esta quinta, que lo mucho que le gusta el dinero, el éxito y cualquier cosa que le indiquen que queda bonito defender durante un rato, porque sales más en la tele.

Yo era un hombre que lo daba todo por perdido. Después de algunos años de tratar juventudes, gente nacida en los 80 y 90, los vi entregarse a la posmodernidad, volverse cínicos, ventajistas, traperos; rendirse -siguiendo al poeta- a la gran evidencia, oscuramente, de que otro ser, fuera de ellos, les estaba viviendo: la insustancialidad total. Iban para escritores, y acabaron de millennials; iban para artistas, y acabaron de publicistas. Su propia nada era la materia de su publicidad. Tenerlo todo y quejarse fue su único eslogan. Su visión del mundo se redujo a Operación Triunfo. Su filosofía, a Eurovisión. Tener éxito era más importante que tener cualquier otra cosa, incluso obra. Todo era fake, postureo, mamoneo, tatuajes. A mí ya me cae mal cualquiera que con veinte años tenga más de dos tatuajes. Hay que esperar a que la vida te tatúe, te imprima los símbolos de tu paso.

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