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¿Madrileñofobia? Vente a Madrid, que te partimos la cara
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Alberto Olmos

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¿Madrileñofobia? Vente a Madrid, que te partimos la cara

El fascinante ensayo 'Macarras interseculares' repasa el Madrid malote del último medio siglo

Foto: Detalle de portada de 'Macarras interseculares'. (Melusina)
Detalle de portada de 'Macarras interseculares'. (Melusina)

Con el inaceptable título de 'Macarras interseculares' (Melusina), el sociólogo Iñaki Domínguez nos regala un atronador documento sobre el Madrid oscuro y canalla, la villa de pico en vena y coca corriente, los barrios primitivos de la pelea y la consumación. He tardado más de medio libro en saber de qué iba, pues de macarras, habiéndolos, no diría yo; de drogas, fluyendo desatadas, tampoco; de política puede ir también. Al final el libro va de la calle como espacio relacional, cuando no es solo una distancia que media entre la casa y el trabajo, ni un itinerario de tiendas donde hacer gasto. ¿Qué hace uno en la calle en Madrid con apenas veinte años? Pues pegarse, robar, drogarse y huir. Este libro va de gente que se pega, roba, se droga y huye.

Es un festín. Había momentos de lectura en los que no sabía uno qué hacía leyendo, con lo aburrido que es, siendo posible bajar en ese mismo instante a la calle madrileña a protagonizar su decadencia, su batalla de virilidad. Es todo macho y patético en este libro, donde los propios protagonistas de nada se dan aires de grandeza contando cómo no les dejaban entrar en una discoteca en 1993. Es lo más importante que han hecho en toda su vida: no tener permitida la entrada a una discoteca en 1993 e intentar entrar.

placeholder 'Macarras interseculares'
'Macarras interseculares'

'Macarras interseculares' se presenta como una historia oral del Madrid barriobajero, fumeta, delicuencial, pues son los mismos personajuchos que amedrentaron a la gente de bien desde los años sesenta hasta los primeros años del siglo XXI los que nos hablan de sus vidas tribalizadas. En general, dan bastante risa. A mí alguien que se viste de lo que sea siempre me ha parecido ridículo. Rockers, mods, punks, rapers, yo qué sé. Qué necesidad habrá de disfrazarse como en las películas de moda ('Quadrophenia' y 'The Warriors' parece que calaron mucho) e ir por la vida llamando la atención sobre tu estupidez. En general, la estupidez de la juventud la damos por hecho, no hace falta ponerle un lazo.

Con todo, hay sabiduría y frase en lo que aquí se registra, esas batallitas como de abuelo cebolleta puesto de MDMA. Hay mucha vida, qué duda cabe. Hay hasta horror puro.

“Nos lo pasábamos genial pegándonos”, nos dice un macarra. En todo el libro queda claro una gran diferencia entre el final del siglo XX y nuestro tiempo: que entonces podías dar palizas a la gente y no pasaba nada, pero que también en aquella época se respetaba a los mayores. Ahora -nos dicen los que se pegaban- es al revés: por cualquier cosa te llevan a juicio o te detiene la policía, pero a los ancianos no se les guarda la más mínima consideración.

Yonquis

“Estaba mal vista la heroína, que era la droga de los pobres y, sin embargo, la coca estaba bien vista”, dice un tal Juanma el Terrible sobre los años de la Movida. Las drogas, la clase social y el trozo de Madrid donde todo eso se mezcla conforman la marca de época para el macarrismo de la capital. Hay un gran movimiento urbano, al compás del desarrollo, la moda y la gentrificación, de toda la diversión más acanallada. “Barajas es una fábrica de yonquis. Barajas es un barrio de donde salen el 40% de los yonquis de Madrid”, dice otra voz.

El tema de la droga toca fondo en el libro cuando se habla de las Barranquillas y otros “poblados de la droga”. Los testimonios aquí recogidos son realmente espeluznantes, peliculeros, con casas de venta que parecen pequeños palacios del horror, llenos de pasillos y varias puertas blindadas y matones de tres metros de altura, o casi. “Informes varios indican que cinco mil toxicómanos visitaban el poblado todos los días”. En los noventa, “estaba metiéndose todo el mundo. Lo raro era no consumir”. Esta generalización sigue vigente: “Ahora en Madrid hay overbooking de coca. Está vendiendo coca todo el mundo.”

Los músicos, los actores y la gente que tiene poder, por desgracia, ¡son a los que más les gusta la cocaína

“Yo he visto a gente que ahora son policías traficar con drogas, pero a muchísimos”, se nos desvela más adelante. La superposición de roles es constante, con pobres que roban plumíferos Pedro Gómez y zapatillas de marca para parecer ricos; con niños ricos que sienten una inclinación irrefrenable por los barrios pobres; con padres poderosos que han de sacar a sus hijos de todos los líos, gracias a sus contactos; y con famosos como Camilo Sesto mezclándose con macarras. Y como sinapsis social, siempre la droga, hasta el hartazgo: “Los músicos, los actores y la gente que tiene poder, por desgracia, ¡son a los que más les gusta la cocaína”. “Los garitos tienen que funcionar con droga y el que no lo entienda se está equivocando, y la ley no lo entiende.” “Y una de las razones por las que no pegué un pelotazo”, dice un músico prometedor de la época, “¿la verdad?, porque no me ponía de cocaína. Todos los negocios se cierran en un baño con rayas de cocaína.”

Violencia en los 90

“La gente hoy no puede ni llegar a concebir el nivel de violencia que había en los noventa”, se nos dice hacia el final del libro. Y es cierto: ahora se declaran “alertas antifascistas” en la más pura abstracción, cuando en los noventa -yo llegué a Madrid en el 92- salías a la calle con miedo a los 'skinheads', un miedo muy real pues no era raro ver agresiones en tu propio vagón de Metro, cinco contra uno. De hecho, la televisión ayudó enormemente a que Madrid fuera percibida por el resto de España como una capital macarra, inhóspita, realmente asalvajada, pues difundían todos los delitos y agresiones que se daban en sus calles. Así, los que veníamos de provincias debíamos llamar a menudo a casa para asegurar a nuestros padres que no nos habíamos quedado pajaritos a la salida de una discoteca o en los peores portales de Malasaña. Aún hoy mi padre sigue llamando a Madrid, con toda seriedad, "el Tercer Mundo".

La televisión ayudó a que Madrid fuera percibida por el resto de España como una capital macarra, inhóspita, realmente asalvajada

Curiosamente, en 'Macarras interseculares' se desvela uno de los misterios fundamentales de nuestro tiempo: ¿con quién se pegó Pablo Iglesias, según afirmaba en aquel vídeo donde nombraba a “gentuza de clase mucho más baja que la nuestra”? Con un tal (página 406, nota al pie) el Pesadilla. “Lo curioso es que el Pesadilla no es de clase social mucho más baja que Pablo Iglesias, sino que pertenece a una clase social más alta.”

La realidad que retrata 'Macarras interseculares' es inabordable, y, si este fuera otro país y nuestra industria audiovisual también fuera otra, se podría hacer toda una serie, un The Wire, solo con las historias, personajes y escenarios que aquí se consignan, con el rifi-rafe político al fondo. Hay pasajes que parecen directamente un cuento de Thomas Bernhard en 'El imitador de voces': “El Rata y su novia pillaron caballo. La heroína esa tenía una pureza que te cagas. Pillaron buen burro y a la chica le dio una sobredosis y el Rata la llevó a la Cruz Roja. Y, entonces, el Rata, mientras esperaba, se metió un pico en el baño del hospital, y murió en el propio hospital.”

Con el inaceptable título de 'Macarras interseculares' (Melusina), el sociólogo Iñaki Domínguez nos regala un atronador documento sobre el Madrid oscuro y canalla, la villa de pico en vena y coca corriente, los barrios primitivos de la pelea y la consumación. He tardado más de medio libro en saber de qué iba, pues de macarras, habiéndolos, no diría yo; de drogas, fluyendo desatadas, tampoco; de política puede ir también. Al final el libro va de la calle como espacio relacional, cuando no es solo una distancia que media entre la casa y el trabajo, ni un itinerario de tiendas donde hacer gasto. ¿Qué hace uno en la calle en Madrid con apenas veinte años? Pues pegarse, robar, drogarse y huir. Este libro va de gente que se pega, roba, se droga y huye.

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