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Impresiones de un rodríguez en el verano del coronavirus
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Alberto Olmos

Mala Fama

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Impresiones de un rodríguez en el verano del coronavirus

Los padres se merecen un descanso después del esfuerzo de cuidar de sus hijos frente a la animadversión general

Foto: Poco se habla de uno de los grandes placeres de la paternidad: perder de vista a tus hijos.
Poco se habla de uno de los grandes placeres de la paternidad: perder de vista a tus hijos.
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Poco se habla de uno de los grandes placeres de la paternidad: perder de vista a tus hijos. Tal placer suele producirse en verano, cuando llegan los campamentos, las excursiones y los divorcios. Después de meses en familia, basta una sola semana de falsa soltería para reconciliarte con el modo de vida que has elegido. Tener pareja e hijos sirve sobre todo para valorar lo bien que se vive sin ellos. Es por eso que la gente sin hijos no entiende nada de la vida. Les falta un lugar mejor al que ir.

Con los meses de pandemia, quedó claro que los hijos dan una tarea sobrehumana. Los niños pequeños fueron señalados por Fernando Simón y otras gentes que no tienen ni puta idea de lo que dicen como “vectores de contagio”. Ten un hijo para que el Estado lo llame vector, y le ponga la cruz. Los niños dejaron de ir al colegio y estuvieron encerrados en casa durante casi dos meses viendo la tele, haciendo tartas, viendo otra vez la tele y haciendo tartas otra vez, pero de un sabor distinto. Se acabó la levadura en el Mercadona. La tragedia era inevitable.

Foto: Niños paseando en Madrid. (EFE) Opinión

Pero hubo suerte, y Simón y un comité de expertos en niños que no tenía ni puta idea de niños decidieron que podías llevarlos al supermercado a buscar levadura, metadona, cualquier cosa. Entonces, las redes crujieron por el peso de la palabra de los padres y las madres, que entendían disparatado sacar a los niños de casa únicamente para meterlos en los supermercados, donde lógicamente corrían más peligro ellos y suponían más riesgo para los demás que corriendo libres por las calles. En unas pocas horas, el Gobierno, el Estado, Simón, los expertos y todo el aparato nacional de improvisación dieron un timonazo a sus propias majaderías y decidieron dejar salir a los niños a pasear por sus barrios. Fue un triunfo inédito de los padres sobre gente que estaba loca. Yo no había visto nunca en directo cómo el poder se doblegaba ante la masa. También es verdad que la masa materna y paterna vota mucho en las elecciones, y eso hace temblar a cualquier Gobierno.

Esperando disculpas

El caso es que aún estoy esperando disculpas por el 'hashtag' con el que se recibió la suelta de los niños aquel último domingo de abril. El 'hashtag' era: SUBNORMALES. Así, con mayúsculas. No puedes escribir en Twitter ni 'negro' ni 'puta' sin jugarte la cuenta, pero puedes escribir (denme mayúsculas más grandes) SUBNORMALES para calificar a los padres, las madres, sus hijos y sus amigos en patinete sin que haya consecuencias ni, desde luego, remordimientos.

El odio a los niños, con la excusa del covid-19, tuvo su gran momento en aquella jornada. Todo el mundo veía niños arracimados y en enjambre sembrar el terror por la ciudad, que parecía la aviación fascista del 36, pero con Sugus y saliva, con la saliva del Sugus se masacró a mucha gente el 26 de abril de 2020, amigos. Lo probaban cuatro fotos tomadas de lejos y con cámaras muy caras.

Nada acredita que el virus se expandiera por culpa de miles de niños felices acusados, junto a sus padres, de subnormales

Lo cierto es que nada acredita que el virus se expandiera ni un milímetro por culpa de miles de niños felices acusados, junto a sus padres, de subnormales por un montón de infelices y mamarrachas. Repito que yo todavía espero disculpas por este linchamiento en concreto, o por el uso masivo del insulto 'subnormal', que aquel día parece que se les olvidó la corrección política de manera impresionante a gentes a las que nunca se les olvida la corrección política. Tengo sus nombres apuntados en una lista.

Ahora que ya estamos en verano y en libertad, los padres podemos perder por fin de vista a los niños, después de haber doblado y triplicado turnos en el tajo de cuidarlos. Las piscinas ayudan, los tallercitos, los campamentos, algunas tías posesivas y cuando los secuestran. Pero es sobre todo tener que trabajar una semana en julio o agosto lo que en realidad agradece uno más. Estar de rodríguez, vamos.

Foto: Una niña lanza a canasta en el parque de la Dehesa de la Villa, en Madrid. (Carmen Castellón)

Estar solo

Por supuesto, estoy escribiendo estas cosas porque he pasado una semana solo en Madrid, por algunas tareas inexcusables. Qué cosa tan increíble, estar solo, desmoronarse al fin, no lavar otras manos que las tuyas, aburrirse muchísimo. No sabe uno qué hacer con tanto tiempo al contado, que parece que te haya tocado la lotería y estés en casa pensando qué hacer con los millones, paralizado en la anomalía. Puedes sentarte durante horas en un sofá, por ejemplo. Lo repito: puedes sentarte durante cuatro o cinco horas en un sofá y no pasa nada, salvo Netflix.

Qué curioso que la opinión de una persona sin hijos valga lo mismo que la de una persona adulta

Tiene tiempo uno incluso de pensar en todos esos ciudadanos sin hijos cuyas vidas giran alrededor de la agenda vacía de una adolescencia interminable. Qué curioso que la gente sin hijos pueda votar, piensa el rodríguez, siendo que lo que votan afecta a muchas vidas menudas que apenas les conciernen. Qué curioso también que la opinión de una persona sin hijos valga lo mismo que la de una persona adulta.

El rodríguez es, como ven, un filósofo, bien que algo implacable, que trata de comprenderse sobre todo a sí mismo. ¿Qué vida es esta, la del rodríguez, efímera y exenta, de vacaciones de la propia rutina, condenada a volver inexorablemente a su apellido verdadero y ya multiplicado, con plaza en los colegios? Una vida en el limbo, ya se lo digo yo; una vida como de otro, inhabitable.

Porque al rodríguez le llega a parecer un escándalo que una vez dispusiera para sí mismo de tantas horas al día y no fuera capaz de hacer con ellas otra cosa que beber cerveza, dejar películas a la mitad en Filmin y odiar a los niños. Menos mal que tuvo hijos y dejó de dar tanta importancia a la persona equivocada.

Poco se habla de uno de los grandes placeres de la paternidad: perder de vista a tus hijos. Tal placer suele producirse en verano, cuando llegan los campamentos, las excursiones y los divorcios. Después de meses en familia, basta una sola semana de falsa soltería para reconciliarte con el modo de vida que has elegido. Tener pareja e hijos sirve sobre todo para valorar lo bien que se vive sin ellos. Es por eso que la gente sin hijos no entiende nada de la vida. Les falta un lugar mejor al que ir.

HIjos Fernando Simón