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José Manuel Calvente, la revolución del hombre honrado
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Alberto Olmos

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José Manuel Calvente, la revolución del hombre honrado

El ex abogado de Podemos se convierte en el Edward Snowden de la formación morada

Foto: Pablo Iglesias e Irene Montero, en el Congreso. (EFE)
Pablo Iglesias e Irene Montero, en el Congreso. (EFE)
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Regularmente hay que escribir un artículo sobre Podemos, porque llegará un día en que queramos hacer balance de esta hipótesis histórica y nos quedaremos con su amargo final y algunos brillos de mayo. Hay que ir registrando la destrucción de este poema del pueblo, para no confundirse de poeta, desde luego.

Me interesa Podemos hasta en sus aspectos más indivisibles, invisibles e inservibles. Lo quiero saber todo del partido. Querría algún día contar todo del partido. Podemos sin nosotros, he ahí mi libro para 2040, cuando no haya libros.

Llegará un día en que queramos hacer balance de esta hipótesis histórica y nos quedaremos con su amargo final y algunos brillos de mayo

Esta pasión obedece -y quiero creer que lo mismo le sucede a muchos otros- a la condición seminal y contemporánea de la marca. La vimos nacer, en suma. Teníamos la tele puesta, el voto aburrido, muy manoseado el álbum de los cromos políticos. Mi generación no vio nacer nada salvo Podemos, pues el PSOE era ya con su Suresnes incomprensible y su OTAN de entrada no y su pana sedicente; el PP era AP y Fraga en gayumbos por Palomares; Franco era entero historia finiquitada. No sé. Qué ha visto nacer y evolucionar y eventualmente desaparecer mi generación que tenga algún punto de contacto con la historia mayúscula: pues va a ser que Podemos.

Entonces, en este seguirle las costuras y los detalles al partido que fundaron todos esos que ahora no están más Pablo Iglesias, ha llegado la hora del héroe, un abogado que se llama José Manuel Calvente, que está armando la revolución más importante, la revolución del hombre honrado.

Hasta nueva orden, me fío de Calvente, me admira y quiero glosar su locura: decir la verdad. Su épica comienza con un despido, una acusación de acoso sexual y un plante mítico: nos vemos en el juzgado. Fue ahí cuando me ganó, pues me reconocí en su batalla, que era la de defender una cosa pequeña a riesgo de perderlo todo. Esa cosa pequeña se llama dignidad.

placeholder Pablo Soto. (EFE)
Pablo Soto. (EFE)


En efecto, llevamos años de hombres acusados que bajan la cabeza y esperan que escampe, de honores sacudidos sin piedad ni consecuencias, y alguno -Pablo Soto- se dejó crucificar por algo que no recordaba respecto a alguien que tampoco conocía una noche que tampoco tenía clara, y en silla de ruedas además.

Cuando Calvente dijo que denunciaría su despido, para impugnar esa acusación comodín de acoso sexual, supe que era inocente. Ayudaba a saberlo que su despido fuera simultáneo al de otra abogada de Podemos, que también andaba metiendo la nariz donde no debía. A ella no pudieron acusarla de acoso sexual, pero casualmente la tuvieron que echar a la misma hora.

Llevamos años de hombres acusados que bajan la cabeza, de honores sacudidos sin piedad ni consecuencias, y alguno -Soto- se dejó crucificar

Me recorrió un escalofrío al pensar que la formación política más implacablemente feminista, más alineada con el “hay que creer a las mujeres”, y, por tanto, menos dispuesta a tratar el espinoso y antipático asunto de las denuncias falsas, pudiera haberse reunido de urgencia una mañana e inventarse un caso de acoso para librarse de un hombre bueno. Qué increíble suciedad moral la de negar que exista algo que tú acabas de hacer.

Calvente, poco conocido -apenas hay fotos suyas en la Red-, podía haberse ido a su casa, dejar pasar la lluvia fina de la infamia y seguir con su vida. Pero no lo hizo, y meses después una jueza ha determinado que no hubo acoso sexual de ningún tipo que justificara su despido. Con esta victoria anómala (cuántos hombres, cuántas personas se dejan mancillar por no liarse en juicios y verdades y venganzas, ay), se le abrió al ex abogado de Podemos una ventana de prestigio, un campo virgen de veracidad, y podía ya decir cosas como solo puede decirlas alguien que se ha ganado el derecho de ser creído. “Una senadora había donado 2000 euros al partido y Hacienda le había comunicado que el partido había declarado 5000 euros”. “La sede salió a licitación por 600.000 euros, se acabó adjudicando por 1,2 millones y cuando todavía no se había resuelto la adjudicación, los obreros ya estaban trabajando”. “Que se constituya una empresa en marzo de 2019, que se le conceda un contrato de 300.000 euros para la campaña pese a ser una empresa nueva, que ahora esa empresa no tenga administrador, y que se trate de una empresa constituida por dos mexicanos que no viven en aquí, a mí me hace sospechar.”

Una jueza ha determinado que no hubo acoso sexual de ningún tipo que justificara su despido

Como vemos, no son solo cuatro taxis no tomados y, aun así, cargados al partido lo que mueve el ánimo denunciante de Calvente. Es mucho dinero, mucha traición a las bases, mucha adulteración de la propia esencia de Podemos. Porque, como es obvio, hay más Podemos en Calvente ahora mismo que en el propio Podemos. Uno lo oye y sabe que, a diferencia de la escolta de Irene Montero a la que se consiguió callar con quien sabe qué cantidad 'gangsteri'l de dinero, a Calvente no le compras ni le asustas, porque se ha salido de las lógicas mezquinas e individuales y ya flota en esa nube extrañísima que es la pura heroicidad. No puedes razonar con la gente honrada, todo les da lo mismo, no atienden a dineros o amenazas, son un coñazo para cualquier corrupto de bien.

Calvante me recuerda a Edward Snowden, a ese cerebrito que se ve de pronto poniendo su inteligencia a favor del mal, y decide salirse del tablero y denunciarlo todo a costa de lo que sea. Qué valentía hay que tener para, simplemente, hacer lo correcto. En realidad, Calvente o Snowden no son personas valientes, no tendrán a buen seguro un pasado lleno de este tipo de temeridades, sino que son personas obligadas de pronto a defender desde un rinconcito de la gran maquinaria del mundo los pilares básicos de la civilización. La decencia, lo común, los derechos fundamentales, la necesidad de que los delincuentes no se salgan con la suya. Como es obvio, no pueden ganar nunca.

No pueden ganar nunca porque incluso en su pelea se rigen por criterios honorables, mientras que aquello contra lo que luchan, que ya era turbio y matonil, sigue siendo turbio y matonil en el enfrentamiento. No puedes ganar a ningún juego donde el rival hace trampas, y esa es tu locura: creer que puedes ganar siguiendo las reglas.

Y, en cierta medida, sí ganas.

Regularmente hay que escribir un artículo sobre Podemos, porque llegará un día en que queramos hacer balance de esta hipótesis histórica y nos quedaremos con su amargo final y algunos brillos de mayo. Hay que ir registrando la destrucción de este poema del pueblo, para no confundirse de poeta, desde luego.

Pablo Soto Irene Montero
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