Mala Fama
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¿Quién quiere derribar la estatua del Oso y el Madroño?
Andrés Trapiello lo cuenta todo de Madrid y de sí mismo en uno de los libros del año
Resulta curioso que el libro anterior de Andrés Trapiello sobre El Rastro, ese trozo fugitivo de Madrid, sea casi tan largo como su libro de ahora, que trata de Madrid entero. Ya Perec vio lo difícil que era agotar un espacio en su 'Tentativa con una simple calle de París'. Pero, en efecto, hay que intentarlo. Yo creo que El Rastro sí lo agotó Trapiello, dándole matarile al asunto, pero la ciudad toda no tiene un significado, sino una sentimentalidad. Y cada cual arrastra la suya sobre Madrid. Así, alguien escribió hace poco -al hilo de las caceroladas de Núñez de Balboa- que el barrio de Salamanca era de todos los madrileños, el Madrid en el que nos reconocíamos. Yo, la verdad, después de veinticinco años en la capital, no me siento más extranjero que cuando piso el barrio de Salamanca.
Trapiello es leonés y eso, qué duda cabe, le faculta mayormente para definir Madrid y establecer algunas verdades. Madrid es, como dijo Umbral, “un París más a mano”, y todos los de provincias venimos aquí a una cosa sola: a triunfar.
Triunfar en Madrid no consiste en llegar a nada, pues hablamos de un logro administrativo y gris, fuera de que alguien se haga rico o famoso o consiga trabajo en Telefónica. El logro simple de venirse a Madrid es que no te echen. Sin casa, sin familia, sin trabajo, uno entra en Madrid con la intemperie a cuestas, normalmente muy joven. El joven de provincias lo va aguantando todo, pero, llegada la edad crítica (treinta y pico) la cosa empieza a complicarse, la ciudad de origen tienta mucho con sus madres amorosas y su vivienda más barata, y abunda el fracaso: volver a Cuenca, a Cádiz, a Pontevedra. De Madrid sólo se marcha uno con éxito de dos maneras: con los pies por delante o con un chalet en la Sierra.
Hacer historia
El
Se nota que Trapiello no ve fútbol, porque si fuera aficionado dedicaría sus buenas veinte páginas a hablar del Real Madrid
Baroja y Galdós son para Trapiello los grandes autores de la ciudad, y hace de menos (como es costumbre en sus diarios) a Cela ('La colmena') y a Umbral (aunque quizá nadie ha puesto tantas veces en sus títulos la palabra Madrid como Umbral), con el que guarda una relación de amor-odio muy llamativa. “Lamento no haber podido pasar de las primeras páginas”, dice sobre 'Tiempo de silencio', de Luis Martín-Santos. Y apunta: “Que yo sepa, nadie ha escrito aún la novela de la movida (sic, la minúscula).”
Como casi todas las cosas modernas que pasan en Madrid, la Movida también la hicieron los de provincias. Trapiello estuvo allí hasta que se cansó “de hacer historia” y pudo contemplar cómo “aparecieron gentes haciendo negocio de la cosa” mientras él tenía hijos y malvivía de reseñas y negruras literarias. “Mi madre trabaja y mi padre está en casa”, revelaban sus hijos en el colegio cuando les preguntaban por el oficio de sus papás. “Madrid es la ciudad ideal para los que viven de la Administración, y también para tres tipos de personas: las de las clases pasivas, los que no necesitan nóminas, y los que no van a tenerla nunca: mi caso.”
Las Vistillas
A qué llamamos Madrid es una pregunta que se responde sola: al que sale en las novelas y en las películas. Trapiello denomina “barrios extremos” a todo lo queda fuera de la M-30, siendo Madrid-Río (que pondera en su justa medida: una excelente obra civil) el jardín que hemos puesto para que el Sur se vea menos. Cita Usera Trapiello porque allí tenía su imprenta un pariente de Baroja, y vuelve a los Carabancheles porque “diseñadores, artistas, productores y empresarios” se están mudando ahora mismo a estas zonas más baratas de la ciudad. Todo lo demás es lo que sale en los libros de Galdós y las pelis de Almodóvar.
La vida de nuestro autor se ha desarrollado siempre en la misma casa de Chueca, que desprende a lo largo de toda su obra algo mítico y entrañable. Acabado el relato de su vida en la ciudad (entre el Comisionado para la Memoria Histórica y el cese de su colaboración en La Vanguardia, “¿Cómo hará uno para llegar a fin de mes y a la jubilación?”), Trapiello entra en graciosos listados de las cosas mejores de Madrid, edificios, lugares, museos, libros y novelas que la retraten; también personajes. Las Vistillas “con el viaducto de los suicidas al lado y los atardeceres más hermosos de España”. 'Desde el amanecer '(1972), de Rosa Chacel “uno de los libros más sutiles y finos que se hayan escrito sobre Madrid”. Clara Campoamor, “una de las personas más esclarecidas del siglo XX”, cuyo logro del voto femenino -nos dice- fue recompensado en las siguientes elecciones mediante el acreditado pago de no salir reelegida.
'Madrid' es uno de los grandes libros publicados este año
A Madrid le debemos también, concluye el autor, muchas de las palabras más simpáticas de nuestro idioma, como “chipén”, “fetén”, “capullo”, “rollo” (algo aburrido) o “rodríguez”. También “gilipollas”: “La más popular de las palabras originadas en Madrid, presente en una de cada cinco frases coloquiales.” Y, por supuesto, la chulería.
'Madrid' es uno de los grandes libros publicados este año, que ya les digo yo que ha sido bastante bueno para los cuatro que aún nos molestamos en leer. Si además uno ha transitado ya más de quince mil páginas escritas por Andrés Trapiello, su último libro tiene algo de 'making of', 'Grandes Hits' y 'Mejores Páginas' todo junto. Se lee como si constantemente diera la razón a sus lectores.
Resulta curioso que el libro anterior de Andrés Trapiello sobre El Rastro, ese trozo fugitivo de Madrid, sea casi tan largo como su libro de ahora, que trata de Madrid entero. Ya Perec vio lo difícil que era agotar un espacio en su 'Tentativa con una simple calle de París'. Pero, en efecto, hay que intentarlo. Yo creo que El Rastro sí lo agotó Trapiello, dándole matarile al asunto, pero la ciudad toda no tiene un significado, sino una sentimentalidad. Y cada cual arrastra la suya sobre Madrid. Así, alguien escribió hace poco -al hilo de las caceroladas de Núñez de Balboa- que el barrio de Salamanca era de todos los madrileños, el Madrid en el que nos reconocíamos. Yo, la verdad, después de veinticinco años en la capital, no me siento más extranjero que cuando piso el barrio de Salamanca.
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