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Sean Connery no era mejor que Bruce Willis
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Alberto Olmos

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Sean Connery no era mejor que Bruce Willis

El mítico actor fallecido deja una filmografía llena de grandes películas comerciales

Foto: Sean Connery. (EFE)
Sean Connery. (EFE)

El cine es fascinante porque parece increíble que salgan bien las películas con tanta gente dispuesta a equivocarse. Ser actor, un buen actor, carece de importancia. El cine una cosa que tiene es que hace famoso, rico y legendario a cualquiera con un poco de suerte y un buen primer plano. Existen muchos más actores con talento que actores con suerte, y por eso el Olimpo del cine tiene tan poco que ver con el arte. Es una industria cosmética, como dijo Jean-Luc Godard en sus 'Historias' (1999).

La primera providencia de la suerte para un actor es un papel que se haga solo. Es mucho más importante conseguir ese papel que interpretarlo llegado el momento, porque la interpretación en lo que está destinado a ser una gran película no puede hacerse mal. Un actor seguramente lamenta en mayor medida no haber sido escogido para hacer de Batman o de James Bond que haberla cagado en una película. Casi todas las películas se olvidan, lo que no se olvida es un gran personaje.

Sean Connery abrió la saga de James Bond con el papel protagonista y esa es básicamente toda su historia. Si hubieran seleccionado a otro, Connery no sería nadie. La clave del cine se la dio hace años Concha Velasco a su sobrina Manuela: "Hazte imprescindible". El problema es que nadie puede hacerse imprescindible por voluntad propia.

Las películas primeras de James Bond las hemos visto todos demasiadas veces en demasiados sábados de la adolescencia. Connery daba vida a un hombre elegante, viril, soltero y de frase corta. Su licencia para matar era mucho menos novedosa que su licencia para acostarse en cada película con la mujer más guapa que hubiera en Hollywood. Ser elegido como el nuevo James Bond es un acontecimiento; ser elegida "chica Bond" es un poco como de burdel.

Actores de acción, los peores

Connery vivió muy bien dando vida a hombres duros que sonreían si la cámara estaba cerca y se ponían de espaldas si la cámara quedaba lejos. Básicamente eso es todo lo que tiene que hacer un actor masculino para caernos bien a todos. Lo hacía Robert Mitchun (que añadía el consejo de "no tropezar con los muebles"), y lo han hecho Bruce Willis, Keanu Reeves y Jason Statham. Los actores de acción son los peores actores del mundo; los de comedia (Jim Carrey, incluido), los mejores.

Si repasamos la filmografía de Sean Connery vemos que en su mayor parte está formada por películas de acción y cine comercial y grandes presupuestos. Es lo que se le daba mejor. Uno de sus grandes papeles fue el de Jim Malone en 'Los intocables de Eliot Ness' (1987), de Brian de Palma, donde su escopeta recortada actúa exactamente igual que él: o pega tiros o está callada, no hay término medio. Sean Connery o pega a alguien o está callado. Lo borda y es maravilloso contemplar tanta violencia.

Connery dejó el cine antes de que su masculinidad empezara a darle problemas

Connery dejó el cine antes de que su masculinidad empezara a darle problemas. Ha corrido mucho un vídeo donde, en una entrevista, aconsejaba pegar a las mujeres para cerrar una discusión. El feminismo y la corrección política perdieron una gran oportunidad de linchamiento cuando nuestro actor dejó de hacer películas, prácticamente en el año 2000. Sean Connery ha tenido 20 años para darse cuenta de que se ha librado de una buena.

En su haber, aparte de James Bond sujetando la pistola de la forma más inverosímil jamás vista, quedan numerosos papeles irreprochables. Su colaboración con Hitchcock en 'Marnie, la ladrona' (1964) y con Sidney Lumet en 'La ofensa' (1973); la película favorita de ciertos críticos y directores españoles, titulada 'El hombre que pudo reinar' (1975), dirigida por John Huston sobre un relato de Kipling; el infravalorado thriller de ciencia ficción 'Atmósfera cero' (1981); su parte en ese mito ochentero que fue 'Los inmortales' (1986), junto al estrangulable Christopher Lamber, y su parte en 'El nombre de la rosa' (1986); lo de Elliot Ness; y una decena larga de papeles secundarios en los años 90 donde hacía de viejo cascarrabias para quien el cine ya no era lo que debía ser. La fascinación de buena parte de los espectadores por su papel como padre de Indiana en 'Indiana Jones y la última cruzada' (1989) tiene que ver con que en cada escena que comparte con Harrison Ford, Sean Connery parece decir: qué suerte tuviste de que yo no tuviera ya edad para quitarte este papel protagonista, amigo. Qué suerte tuviste.

El cine es fascinante porque parece increíble que salgan bien las películas con tanta gente dispuesta a equivocarse. Ser actor, un buen actor, carece de importancia. El cine una cosa que tiene es que hace famoso, rico y legendario a cualquiera con un poco de suerte y un buen primer plano. Existen muchos más actores con talento que actores con suerte, y por eso el Olimpo del cine tiene tan poco que ver con el arte. Es una industria cosmética, como dijo Jean-Luc Godard en sus 'Historias' (1999).

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