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La democracia es entretenida, pero un poco cutre
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Alberto Olmos

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La democracia es entretenida, pero un poco cutre

El sistema resulta tan simple en su oferta política que quizá no guarda ninguna relación con la ideología

Foto: Manifestantes a favor de Trump en Arizona, EEUU. (Reuters)
Manifestantes a favor de Trump en Arizona, EEUU. (Reuters)
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Una de las maneras más comunes de desprestigiar la democracia consiste en ir a votar. La gente que va a votar lo suele tener muy claro. Suele tener muy claro que no existe ninguna razón para votar otra cosa que lo que ellos votan. Ir a votar, por tanto, es solo una molestia derivada de que su partido favorito no gane las elecciones sin que estas sean convocadas. Eso es lo que desearía la mayor parte de la gente que ejerce su derecho al voto: no ejercerlo y, aun así, ganar.

Lo de Estados Unidos han sido dos plebiscitos simultáneos de dos dictaduras diferentes. O dos manifestaciones consecutivas de signo opuesto, en las que solo importa quién pone más gente en la portada del periódico. Esto de que las masas sean la democracia yo cada día lo veo menos. Me parece incluso demasiado masculino.

Trump, por supuesto, tiene razón: él no ha perdido las elecciones. Franco tampoco las perdió nunca. Hace cuatro años, le votaron 63 millones de personas; la semana pasada, 71 millones. No le puede votar más gente. El ganador de las elecciones es Trump porque ha ganado a Trump. Esta lógica parece que me la acabo de inventar, pero sirvió a Isa Serra para ganar en Madrid (“decían que no íbamos a conseguir ni entrar en la Asamblea”, declaró) y a Pedro Sánchez para ganar en España (“decían que Podemos nos iba a superar”, declaró a su vez). Quiere decirse que esto de ganar perdiendo no es privativo de los mamarrachos, o que hay muchos más mamarrachos y mamarrachas en política de lo que parece.

No hay mucha gente que vaya a votar al partido contrario, así que no tiene sentido que te voten más, sino sacar de casa a los de siempre

También debemos pensar que ganarse a sí mismo, a lo que predicen los agoreros o a las propias encuestas es casi la única manera de ganar en la democracia de principios de este siglo, pues no queda ya nadie a quien convencer. No hay mucha gente que vaya a votar de pronto al partido contrario, así que no tiene sentido querer que te voten más, sino querer que te voten los de siempre. Sacarlos de casa, en suma. Los políticos compiten en su propio plebiscito porque hay muy pocas personas que cambien de voto, no se sabe dónde están, deben de ser muy exigentes en sus demandas intelectuales y te los tienes que trabajar de nuevo dentro de cuatro años. Esa minoría sería realmente la democracia. Un auténtico coñazo.

La mayoría que acude a votar lo hace sobre el sueño de la dictadura, como se deduce del hecho de que no querrían nunca que hubiera en el gobierno otro partido que el suyo. La minoría que no vota o que cambia de voto asume que mejor pronto que tarde cambiará el gobierno, y además puede que lo haga con su voto, precisamente. Nadie sensato, civilizado, pensante puede querer veinticinco años de Pedro Sánchez en la Moncloa, cuarenta del PP en Castilla y León o cuarenta del PSOE en Andalucía. A partir del día siguiente, por la tarde, de ser declarado presidente de cualquier Administración se empieza a corromperla. Es irrebatible que nadie necesita cuarenta años para pudrir un país; basta con ocho.

Hooligans y ciudadanos

La democracia hoy en día se divide entre una enorme masa de gente que vota fanatizada a un puñado de figurines sin escrúpulos que hacen mucho gimnasio y poca lectura y que cuando ganan tratan de destruir a su rival por todos los medios posibles, y aun turbios, y de aferrarse al poder como con grapas industriales mientras enchufan a todos sus amigos y parientes para, llegado el caso, tener la cuenta corriente desbordada de dinero público; y cuatro mustios que esperan a ver si los políticos se adecentan y les convencen con sus programas e ideas y experiencia, en la confianza de que los aplicarán de buena fe para el bien común y que, llegado el caso también, reconocerán su derrota en las elecciones con total naturalidad y deseando haber dejado el país mejor de lo que lo encontraron. Eso es todo: varios millones de hooligans y un puñado de ciudadanos.

Se reflexiona más para elegir los azulejos del baño que para elegir al presidente de los Estados Unidos

Lógicamente no tengo muy claro que el voto de un hooligan y el voto de un ciudadano deban valer lo mismo, pero me consuelo pensando que en realidad un ciudadano no tiene ya a nadie a quien votar. El sufragio universal es un logro de Occidente que solo funciona si las opciones electorales son tan simples y reducidas que obligan a votar lo mismo a personas que no tienen nada en común, y por eso el bipartidismo es la contraparte ideal del sufragio universal. A o B es la democracia en su máxima expresión. Se reflexiona más para elegir los azulejos del baño que para elegir al presidente de los Estados Unidos.

Tomemos Georgia, por ejemplo. En este Estado se ha dado una situación de simetría que solo puede parecernos siniestra. Exactamente 2.465.781 han votado por Biden y 2.455.428 lo han hecho por Trump. Hay que releer con calma las cifras para entender quién ha ganado, Joe Biden por 10.000 votos. Me resulta aterrador que casi todo el mundo en Georgia haya ido a votar lo contrario que otra persona que vive cerca, como si todos tuvieran un 'evil twin', un gemelo malvado. Toda la complejidad humana (raza, estatus, orientación sexual, estudios, oficio, diseño familiar...) queda reducida por la democracia a que exactamente la mitad de un Estado, por los motivos que sea, elige A, y la otra mitad, por los motivos que sea, elige B. El resultado es tan contraintuitivo que no hay eje pobre/rico, campo/ciudad que pueda explicarlo.

Me resulta aterrador que casi todo el mundo en Georgia haya ido a votar lo contrario que otra persona que vive cerca

Sin embargo, se parece a otra emanación 50/50 que se da desde el principio de los tiempos: que nacen prácticamente el mismo número de niños que de niñas. Seguramente la naturaleza se manifiesta así porque es la manera más efectiva de conservar una especie, que haya casi idéntico número de hombres que de mujeres.

Por lo tanto, quizá la democracia funcione de la misma forma: necesita dos bandos idénticos e irreconciliables para perdurar, pues su legitimidad no se verá nunca cuestionada por la abstención, por muy amplia esta que sea, sino por la falta de simetría. Usted no es un votante, sino el contrapeso de otro votante. Su voto no sirve para que gane nadie, sino para que la pelea esté equilibrada. No hay ideología, solo matemáticas. Votamos simplemente para que nos salgan las cuentas de una entretenida antagonía.

Una de las maneras más comunes de desprestigiar la democracia consiste en ir a votar. La gente que va a votar lo suele tener muy claro. Suele tener muy claro que no existe ninguna razón para votar otra cosa que lo que ellos votan. Ir a votar, por tanto, es solo una molestia derivada de que su partido favorito no gane las elecciones sin que estas sean convocadas. Eso es lo que desearía la mayor parte de la gente que ejerce su derecho al voto: no ejercerlo y, aun así, ganar.

Democracia Joe Biden
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