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Mis orgías con gente importante: la noche que choqué nudillos con Florentino Pérez
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Mis orgías con gente importante: la noche que choqué nudillos con Florentino Pérez

El premio David Gistau reconoció un artículo de El Confidencial y su autor hace una crónica del encuentro que reunió a periodistas, empresarios y políticos

Foto: Alberto Olmos, justo antes de recoger el premio David Gistau de Periodismo en la sede de Vocento en Madrid. (Foto: Daniel Arjona)
Alberto Olmos, justo antes de recoger el premio David Gistau de Periodismo en la sede de Vocento en Madrid. (Foto: Daniel Arjona)
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Lo que más ilusión me hacía de ir a la entrega del premio David Gistau de Periodismo era el escándalo. Según se iba acercando la fecha, me venían a la cabeza las imágenes de esa otra entrega de premios, la de 'El Español', y me iba creciendo el entusiasmo. Generaba un contradictorio placer imaginarse linchado en Twitter por estar de fiesta en plena pandemia. Habían pillado además a un eurodiputado polaco esos días en una orgía en Bruselas, y su foto estaba por todas partes. Era el puto amo. La gente cree que quien va a las orgías no sueña con que le pillen, cuando ser 'cazado' es seguramente lo más excitante de una orgía. Las fiestas ahora con el coronavirus son como las orgías: todo el mundo quiere saber dónde se hacen.

Al evento iba más nervioso que a cualquier otro compromiso social que hubiera afrontado nunca. También creía merecer menos el premio que aquellos otros reconocimientos que me habían dado de joven. La edad, un efecto que tiene sobre el ego, es que lo empequeñece. Cuando eres joven, no te das cuenta de lo poco que vales. Cuando eres mayor, no se dan cuenta los demás.

Las personas de buen conformar somos terroristas sociales. Como no tiene uno grandes aspiraciones, no sabe uno a quién hay que adular ni quién maneja el cotarro. Nada más llegar a la sede de Vocento, donde se celebraba el acto, hablé con varias personas amabilísimas, y acabé charlando con un señor de pelo cano mientras esperábamos al alcalde de Madrid. Después de un grato intercambio de pareceres, me pareció conveniente preguntarle su nombre, porque la cosa había empezado como si ambos supiéramos quién era el otro. “Ignacio Ybarra”, me dijo sin más, muy cortés. “Encantado”, respondí. Tragué saliva, y el apellido Ybarra empezó a resplandecer en mi cerebro. Asumí que la había cagado. Presidente de Vocento, vi luego en Google.

placeholder Alberto Olmos agradece el premio David Gistau de Periodismo ante la atenta mirada de Susanna Griso.
Alberto Olmos agradece el premio David Gistau de Periodismo ante la atenta mirada de Susanna Griso.

Yo creo que al presidente de Vocento debe agradarle que alguien no sepa quién es. Hay una escena en 'Batman, la leyenda renace' donde Catwoman se marcha justo cuando Batman mira para otro lado, de modo que al querer continuar la conversación Batman se da cuenta de que está solo. “Así que esto es lo que se siente”, dice, agradecido.

El alcalde

El alcalde de Madrid estaba por llegar y los que esperábamos tuvimos que buscar nuestro nombre por el suelo. Estaba escrito en un papelito y pegado a una baldosa. Fueras quien fueras, tu nombre en un papel pegado en el suelo no dejaba de darte cierta pena. El suelo por lo general no hace mejor a nadie. Llegó Almeida, y saludó a todo el mundo con admirable puntería social y nos hicimos una foto obedeciendo a las baldosas. Que Martínez-Almeida supiera quién era yo sin que nadie se lo dijera supuso todo un aleccionamiento sobre el éxito. Lo importante del éxito es saber dónde está cada cual, sea presidente o sea el cochero, y aunque le cubra media cara una mascarilla. El éxito es un mapa del tesoro, iba yo aprendiendo.

Que Martínez-Almeida supiera quién era yo sin que nadie se lo dijera supuso todo un aleccionamiento sobre el éxito

Había que seguir a Almeida para ganar algunos puntos de cara a los artículos, pues se trata de uno de los hombres del momento y verlo en directo no deja de aportarte matices. Me había leído hacía poco 'Madrid. El advenimiento de la república', de Josep Pla, y envidiaba la 'testimonialidad' asombrada del escritor catalán. Uno puede lograr ser objetivo a fuerza de asombrarse por todo.

Almeida, en fin, era veloz. Yo creo que la velocidad es lo que define al alcalde de Madrid. Iba muy rápido, hablaba muy rápido y gesticulaba con gran prontitud. Nos dejó a todos atrás con su discurso durante el acto. Parecía que sus palabras estaban nombrando algo que luego nosotros comprenderíamos en casa. Nadie sabía qué estaba diciendo el alcalde de Madrid, salvo una cosa muy fieramente ametrallada que él nos hacía sentir que era importantísima. Recitó literalmente medio artículo 20 de la Constitución española. En este recitado, se veía al opositor de vuelta de todo; sonaba la Carta Magna en la voz del alcalde como el menú del día en los labios del camarero, cuando ya son casi las cuatro de la tarde.

Un montón de gente que no sabía quién era fue dejándome claro que hubiera sido mejor saberlo. La verdad es que yo leo muchas columnas, pero pocos organigramas.

placeholder Romina Caponetto, viuda de David Gistau, y Alberto Olmos muestran el cuadro conmemorativo de Alberto Corazón durante la ceremonia de entrega del premio David Gistau.
Romina Caponetto, viuda de David Gistau, y Alberto Olmos muestran el cuadro conmemorativo de Alberto Corazón durante la ceremonia de entrega del premio David Gistau.

Lo bonito del acto fue que se centró en David Gistau y en su trabajo, y así no tuve que sentirme mal por hacerle perder el tiempo una fría noche de diciembre a un montón de gente importante. La viuda de Gistau, Romina, me pareció una mujer extraordinaria. Y, al mismo tiempo, plenamente reconocible. Yo reconocía en ella a quien no sabe muy bien quiénes son todos los demás. La más famosa de la sala era Susanna Griso. Majísima también. En realidad, todo el mundo era majísimo y no sé por qué el poder tiene tan mala fama. Los malos somos los vasallos.

En realidad, todo el mundo era majísimo y no sé por qué el poder tiene tan mala fama. Los malos somos los vasallos

Después de la entrega del premio (en forma de serigrafía de Alberto Corazón), la gente hizo lo que suele hacerse en las presentaciones literarias: ignorar al autor. A las presentaciones literarias no va nadie por el libro que se presenta, sino por dejarse ver y, en fin, ir completando el propio mapa del tesoro. Como todo el mundo llevó todo el tiempo la mascarilla (no hubo escándalo, al fin), la sala del acto parecía una reunión multiplicada de cirujanos hablando sobre el cuerpo abierto de sus respectivos sujetos operatorios. Ojo a la metáfora, que es muy Gistau. El cabildeo fue breve, de suturas. Me gustó que pusieran el nombre de mi novia en una silla, por cierto. Ver un nombre y un apellido sobre el respaldo de una silla hace bastante efecto, mucho mejor que sobre el suelo, dónde va a parar. Lo malo fue que la gente sabía quién era la silla, pero no quién era mi novia.

Como nadie me hacía caso, me puse a cambiarme de mano el cuadro, que pesaba bastante. Una azafata vino a quitármelo de las manos, si no me importaba, y ya me lo daría cuando me fuera. Estos son los detalles que te van haciendo perder la cabeza: de pronto hay gente que se preocupa de que te pese un premio.

Entonces tuve que hablar con Jorge Bustos, Hughes o Rafa Latorre. Majísimos. Es asqueroso el periodismo de hoy. Antes lo hacía gente mejor, malas personas. Antonio Lucas se iba a un festival de poesía al día siguiente, supongo que para desintoxicarse de tanta bondad.

placeholder Martínez-Almeida y Florentino Pérez conversan al finalizar la entrega del premio David Gistau de Periodismo a Alberto Olmos.
Martínez-Almeida y Florentino Pérez conversan al finalizar la entrega del premio David Gistau de Periodismo a Alberto Olmos.

Florentino Pérez abandonó el acto con tan mala suerte que yo estaba en su camino, así como mi novia. Me mostró el puño y entrechocamos nudillos; hizo lo mismo con ella. Yo creo que ya hemos tocado techo, le dije a mi novia. Después de esto, la cosa solo puede ir a peor. ¿Para nosotros?, me preguntó. No, claro, para Florentino Pérez.

Acabé en un sitio llamado Richelieu, un bar donde todo el mundo parecía haber recibido un premio hacía muchos, muchos, pero muchos años. Y aún creían que se lo merecían.

Lo que más ilusión me hacía de ir a la entrega del premio David Gistau de Periodismo era el escándalo. Según se iba acercando la fecha, me venían a la cabeza las imágenes de esa otra entrega de premios, la de 'El Español', y me iba creciendo el entusiasmo. Generaba un contradictorio placer imaginarse linchado en Twitter por estar de fiesta en plena pandemia. Habían pillado además a un eurodiputado polaco esos días en una orgía en Bruselas, y su foto estaba por todas partes. Era el puto amo. La gente cree que quien va a las orgías no sueña con que le pillen, cuando ser 'cazado' es seguramente lo más excitante de una orgía. Las fiestas ahora con el coronavirus son como las orgías: todo el mundo quiere saber dónde se hacen.

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