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Alberto Olmos

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Nadie hará nunca un libro sobre tu vida

El catedrático Manuel Alberca analiza la delicada labor de los biógrafos en 'Maestras de vida' (Pálido Fuego)

Foto: El poeta Jaime Gil de Biedma. (EFE)
El poeta Jaime Gil de Biedma. (EFE)
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Se pregunta Manuel Alberca en su estupendo 'Maestras de vida' (Pálido Fuego) por qué la gente se pone a leer biografías. Lamentablemente, da y acopia en este punto las respuestas equivocadas, casi todas afiliadas al tópico general de que leemos para vivir otras vidas, y qué mejor que probar las de reyes y genios. Pero no. Leemos biografías para saber por qué la vida de alguien ha merecido una biografía, ese repaso, cierta perpetuidad. La nuestra no ha merecido más que 45 likes, y ahí nos duele. ¿Qué hizo este hombre, esta mujer, este chino? ¿Cómo logró ser biográfico? ¿Fue —leemos, buscamos— ese tirón que le dio de niño al rabo de su gato lo que marcó para siempre su destino eminente y con estatuas? No somos nadie, y hay mucho interés en ver por qué otro tiene una estatua.

La biografía, como género literario, dice Alberca, tiene mala fama, poco apoyo, ningún prestigio. Ha sido así durante décadas. Es lógico. Si Ikea quiere rellenar con libros de palo las estanterías que vende, obviamente echará mano de todas las biografías que encuentre. Napoleón, Julio César, Einstein... Decenas de ejemplares de estos libros harán todo lo que los libros pueden hacer por los muebles: bulto. La biografía tiene ese halo de papel al peso porque es el libro que compras para que haya libros en casa y que, leyendo solo el lomo, la gente que tampoco lee también se impresione. Estos librejos los escribía a tanto el kilo cualquier mindundi de la pluma, simplemente por comer, aunque tienen más mérito de lo que parece. A fin de cuentas, no siempre ha existido la Wikipedia.

También hay que advertirle a nuestro autor, seguramente el mayor experto en biografías y autoficciones de España, que el libro biográfico lo hunde sobre todo quien lo escribe. Ahora vas a una librería y hay siete libros seguidos con títulos como 'Olvidadas', 'Locas', 'Genias' o 'Mujeres que cambiaron el mundo y ¿alguien les dio las gracias?'. O sea, biografía de ocasión y aluvión de toda la vida, solo que fabricada más rápido gracias a la Wikipedia, va dicho. Hasta Stefan Zweig escribía biografías porque, como decía Delibes de sus recurrentes libros de caza, “tenían una venta”.

La biografía solo es buena si perjudica al hombre, pues un escritor, una inventora o un deportista son biográficos en la medida de sus logros

La biografía bien hecha es la que atiende Alberca en su librote —500 páginas—. La duda primera es ya fenomenal: a fin de cuentas, ¿qué es la vida? Si la biografía consiste en contar una vida ajena, ¿basta la sucesión de hechos reales dispuestos en orden cronológico para saber quién fue alguien? Obviamente no. Es por eso que los reyes de España en el manual de Historia de la escuela nos parecían todos el mismo rey con nombre distinto, porque simplemente hicieron cosas, edictos, presas. A veces hasta se llamaban igual. Hay que escarbar un poco la piel del hombre para ver que uno reinó a lo loco y otro se pasó con el orujo, por ejemplo. Si la biografía consistiera en puros hechos (nacer, morir, trabajar de esto o de lo otro, tener tres hijos), sería inventario, y no literatura. Es necesario capturar los anhelos y frustraciones, las ideas y miserias, incluso el sálvame del personaje. El trigo sucio, en fin.

La biografía solo es buena si perjudica al hombre, pues un escritor, una inventora o un deportista son biográficos en la medida de sus logros, de las cesiones que su talento hizo a la Humanidad. El único que puede salir bien parado de una biografía es Hitler, que es al que tenemos más manía de antes.

Alberca lista algunos conflictos entre biógrafo y genio, o con sus herederos, muy en la línea de la polémica actual con Jaime Gil de Biedma, gran poeta, acanallada persona. Anna Caballé con Umbral, J. Benito Fernández con Panero, o Dalmau con Cortázar. Todos tuvieron que decir que debajo de la vida bonita del triunfador o inmortal había un imbécil, un trepa o un psicópata. “El éxito está vacío”, sentencia Umbral en el documental que le han hecho Arnaiz y Ortega. Es el vacío de la falta de conciencia, tantas veces.

Foto: Detalle de portada de 'Huellas'. (Crítica)

Según yo lo veo, hay dos tipos de biografía. Las que se hacen sobre alguien muy conocido o por el que tú sientes gran interés, y las que se hacen sobre gente que no sabías que existía. Cortázar, Borges o Virginia Woolf sabemos quiénes son; nadie sabía que existía siquiera Limonov. Así, si el biografiado es famoso queremos datos, investigación; si nos es desconocido, queremos literatura, prácticamente una novela. Limonov no ha existido jamás sobre la Tierra salvo en el libro que le dedicó Emmanuel Carrère. Por su parte, Enrique Tierno Galván es más ficción en nuestra memoria que en la biografía que le hizo César Alonso de los Ríos, donde daba cuenta de todas sus patrañas.

La pirueta final de este género es hacer biografías sobre gente que ni siquiera se las merece, literalmente sobre un cualquiera. Lo que en los 80 llamaban microhistoria, Unamuno llamaba intrahistoria y en Francia llaman Pierre Michon. Vidas minúsculas, en fin.

“Me siento como un negocio que va cambiando de dueño”, escribía Ray Loriga en uno de sus libros. La vida propia no la entiende nadie, porque pasa de mano en mano sin que la soltemos. Luego llega un biógrafo y le da sentido. La biografía hilvana hombres, los pone como para hacer la primera comunión de su destino. Los demás, sin biografía, no salimos en la foto.

Se pregunta Manuel Alberca en su estupendo 'Maestras de vida' (Pálido Fuego) por qué la gente se pone a leer biografías. Lamentablemente, da y acopia en este punto las respuestas equivocadas, casi todas afiliadas al tópico general de que leemos para vivir otras vidas, y qué mejor que probar las de reyes y genios. Pero no. Leemos biografías para saber por qué la vida de alguien ha merecido una biografía, ese repaso, cierta perpetuidad. La nuestra no ha merecido más que 45 likes, y ahí nos duele. ¿Qué hizo este hombre, esta mujer, este chino? ¿Cómo logró ser biográfico? ¿Fue —leemos, buscamos— ese tirón que le dio de niño al rabo de su gato lo que marcó para siempre su destino eminente y con estatuas? No somos nadie, y hay mucho interés en ver por qué otro tiene una estatua.

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