Es noticia
Breve historia de España contada por un supercuñado
  1. Cultura
  2. Mala Fama
Alberto Olmos

Mala Fama

Por

Breve historia de España contada por un supercuñado

José Ángel Mañas consigue en 'Una vida de bar en bar' la fascinante radiografía del lado más crudo de la sociedad

Foto: José Ángel Mañas. (EFE)
José Ángel Mañas. (EFE)

Se dice siempre que la literatura vive ensimismada en un discurso circular de autores que escriben sobre autores que escriben y sobre sus padres de clase media que les permitieron escribir, precisamente porque eran de clase media. La novela española lleva años protagonizada por el propio autor y gente que tiene casa y personajes que viajan lejos y a los que la vida se les hace aburrida o excesivamente agitada, de tanto iPhone y de tanto poliamor. Mucho Malasaña, y nada de Orcasitas; mucha beca y poco robo; mucho chalé y nada de calle.

Frente a una narrativa donde todo el mundo tiene Netflix y lee libros, hay una narrativa pendiente sobre gente que lo que tiene es un primo en prisión, que no lee nada y que no vota, como cuenta a veces El Jincho en sus canciones, “a diario se cometen pila de delitos/ cogieron a fulanito, tres días pa Leganitos/ está la plaza donde se juntan los drogadictos/ y la cancha donde se reúnen to los exconvictos”.

Esta realidad apenas televisada es la que recorre José Ángel Mañas en 'Una vida de bar en bar' (Algaida), novela de testimonio que se devora como una cara B de la Transición. Mañas afirma en una nota previa que todo lo que sigue es verdad, esto es, que realmente ha conocido a un tipo (llamado Domingo Espinar) con el que ha charlado durante varias comidas en restaurantes de menú del día para conseguir un relato entero de su vida, ajetreada y no poco oscura. Esta afirmación, en tiempos posmodernos, podría ser cuestionada, pues ya los Coen en 'Fargo' (y también los creadores de la serie) se reían de la gente afirmando eso mismo: todo es real, solo hemos cambiado los nombres.

placeholder 'Una vida de bar en bar'.
'Una vida de bar en bar'.

Pero 'Una vida de bar en bar' es tan profusa en detalles, lances, barbaridades y realismo que no toca dudar de su veracidad.

La novela se plantea como un diálogo, donde Domingo habla largamente y Mañas solo conduce su verborrea con preguntas breves o comentarios sucintos. Ya Philip Roth, en 'Engaño', entre otros muchos (Guelbenzu, recuerdo), ha practicado la novela armada exclusivamente con diálogos, de modo que formalmente la obra de Mañas es inusual pero no del todo sorprendente.

También recuerda este libro a otro muy reciente, 'Macarras interseculares' (Melusina), de Iñaki Domínguez, que se planteaba como una historia oral del Madrid barriobajero del último medio siglo. Aquí es lo mismo, pero con menos cocaína.

Orcasitas

La vida de Domingo empieza en el Madrid de los años sesenta, el de las vaquerías, los descampados, el baño único para todos los vecinos y los hijos tenidos a lo tonto. De Palomeras Bajas, la familia se mudó a Orcasitas. Luego hay mucho Usera y mucho Carabanchel, y la mili de 12 meses y la militancia de no muchos más. “Yo iba a las asambleas de Juventudes y de ochenta personas el único que trabajaba en una fábrica era yo”. Domingo Espinar se desengaña pronto del marxismo y su ideología va girando poco a poco hacia un posicionamiento político que les va a sorprender: ganar dinero. Toda la vida de Domingo, lejos ya del sueño rojo de la revolución, consistirá en ganar dinero, mucho a veces, y en gastarlo mal y tener demasiados problemas con las mujeres.

Aquí vamos viendo esa verdad sobre la gente común que nada tiene que ver con el titular del día, el Ministerio de Igualdad o las modas identitarias. Domingo quiere ser comunista, pero, como la cosa nunca fue en serio, decide ser empresario, putero y millonario. Es un pícaro, en la tradición barojiana, y acaba siendo un cuñado, con ideas de sentido común y ciertas lecturas que, para la vida que él vive, son casi siempre inapelables.

Domingo es un pícaro barojiano y acaba siendo un cuñado con sentido común

Domingo trabaja en la editorial Akal, funda una imprenta, funda talleres de chapa y talleres de tintado de lunas, vende fincas, abre decenas de negocios bajo la premisa de que no tener ni idea no impide aprender sobre la marcha. El dinero B es maravilloso. Todo se soluciona entre hombres, en el bar, por amigos, haciendo unas llamadas y unos chanchullos. Puede ganar 13.000 euros en un mes y al año siguiente estar en la ruina. Se casa cuatro veces, tiene dos hijos, uno de ellos sobrevive a la leucemia. Conduce un Mercedes SLK. Viaja a Cuba a un congreso de empresarios y ninguno de los empresarios pisa el congreso; todos se van de juerga.

Domingo representa a ese ciudadano que ya no entiende la izquierda, porque su vida consiste únicamente en echarse a perder o hacerse rico. “Es que cuando tú eres quien lleva el dinero a casa, de una u otra manera, tu voz se escucha”, afirma. No hay más, dinero y sexo, alcohol, lujo innecesario y dramas conyugales.

La novela termina con el último divorcio de Domingo, una “denuncia falsa” según su versión, pues todo es turbio entre hombres que hacen negocios y buscan chicas atractivas para que les vean con ellas y chicas atractivas que buscan hombres ricos para casarse. “Te vas a los ancestros y en un porcentaje muy grande los hijos terminan siendo lo que sus padres”, leemos. El determinismo de Domingo es radical, no existe el mérito (en eso conecta con varias teorías actuales) y lo único que queda es hacer lo mismo que tus padres (la busca, en fin), pero, si tienes suerte, ganando más dinero que ellos.

Se dice siempre que la literatura vive ensimismada en un discurso circular de autores que escriben sobre autores que escriben y sobre sus padres de clase media que les permitieron escribir, precisamente porque eran de clase media. La novela española lleva años protagonizada por el propio autor y gente que tiene casa y personajes que viajan lejos y a los que la vida se les hace aburrida o excesivamente agitada, de tanto iPhone y de tanto poliamor. Mucho Malasaña, y nada de Orcasitas; mucha beca y poco robo; mucho chalé y nada de calle.

El redactor recomienda