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¿Eres gay? Hum, ¿y qué más sabes hacer?
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Alberto Olmos

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¿Eres gay? Hum, ¿y qué más sabes hacer?

Matthew López busca en la maratoniana 'La herencia' las huellas de la generación que murió de sida y su impacto en los jóvenes gays de hoy

Foto: Detalle de portada de 'La herencia'.
Detalle de portada de 'La herencia'.

Poco se habla de teatro y poca gente va al teatro y casi nadie lee teatro, de modo que urge un informe pagado con fondos públicos que diga que el teatro va viento en popa y que todos acudimos este fin de semana a ver alguna obra al centro de la ciudad. A mí la verdad es que no me gusta el teatro. Javier Marías y yo somos los malos, sí.

Pero me gusta leer teatro, es más barato y da menos vergüenza, de un libro te puedes salir sin molestar a toda la fila, dado que no hay nadie leyéndolo junto a ti. Mi novia me llevó una vez a ver a un tipo que llamaba por teléfono a su padre desde el escenario para decirle que no había casi nadie en el patio de butacas. También tocaba el violoncelo durante 10 minutos y boxeaba. Yo qué sé: era teatro. 15 euros la entrada.

Matthew López ha tenido mucho éxito en Estados Unidos con su obra 'La herencia' (Dos Bigotes), como prueba el hecho de que la estrenara en Londres. Dos días necesitó para que el mundo contemplara su talento, pues la obra es tan larga —314 páginas en su edición española— que necesitó dos representaciones. Luego se estrenó, en efecto, en Estados Unidos, en algún lugar de Nueva York. Las alabanzas que leemos en la versión española son espectaculares, disuasorias. Realmente no habría que hacerles mucho caso.

placeholder Matthew López. (YouTube)
Matthew López. (YouTube)

'La herencia' se lee como una novela, lo que es decir algo bueno. También 'Luces de bohemia' se lee como si no hiciera falta nada más, actores, glamur, candilejas. El teatro leído en casa es el teatro que merece la pena para la gente a la que el arte efímero nos parece redundante. Efímeros somos todos, desapareceremos; qué mejor que hacer obras de arte —esculturas, novelas, dramas— que lleguen más lejos y hablen de nosotros. Qué mejor.

Paridades

'La herencia' hablará de nosotros, sin duda, por mucho que todos sus personajes sean gays y sean hombres, menos una señora que aparece en la página 274. Cuando decimos “todos los personajes” decimos 33, nada menos. Obviamente, Matthew López puede hacer una obra de teatro con 32 hombres y una sola mujer sin mayor problema con la paridad y la zarandaja porque son todos gays.

Es un libro —dejemos lo de “obra”— excelente, se lee de corrido, resulta admirable técnicamente y funciona como un reloj. Vamos, lo que no sabría hacer aquel dramaturgo —interpretaba su propia 'performance'— que llamaba a su padre después de boxear y tocar el violoncelo.

'La herencia' es excelente, se lee de corrido, resulta admirable técnicamente y funciona como un reloj

La herencia toma como planilla 'Howards End', la novela de E.M. Forster, que aparece como personaje (Morgan) en ambigua representación del homosexual sufrido de principios del siglo XX al tiempo que pionero y sabio tutelar. La casa, en fin, es lo importante. En 'La herencia' se trata de una vivienda bonita al norte del estado de Nueva York donde uno de los personajes acogió la agonía de nada menos que 200 hombres, afectados todos por el virus VIH. Esta heroicidad samaritana recorre todo el relato como el metro de platino iridiado de una moralidad mejor.

Matthew López nos presenta a una pareja joven, Eric y Toby, que viven en Nueva York hasta que el éxito inesperado de Toby con su primera novela le obliga a viajar a Los Ángeles, donde va a ser adaptada al teatro. Toby se enamora de Adam, el actor protagonista de su propia obra, y Eric entabla amistad con el viejo Walter, cuya pareja, Henry, es millonario (gana 250 millones de dólares al año, confesará). Eric y Toby rompen y el primero acaba casándose con Henry, después de la muerte de Walter (artífice de la atención a hombres con sida arriba reseñada), mientras que Toby se pierde en las drogas y el sexo, mayormente con un chapero llamado Leo.

A todos ellos les acompañan una larga nómina de personajes y metapersonajes que dan al libro una cualidad coral extraordinariamente dinámica. Son varios jóvenes los que crean, de hecho, esta historia, bajo el consejo de Morgan, y hasta los propios Eric o Toby se despegan de su personaje en algunos momentos para contarnos, en tercera persona, lo que hicieron o pensaron, incluso lo que querrían haber dicho y no dijeron. Esto suena un poco lioso, pero es fascinante de leer.

placeholder Imagen del montaje de 'La herencia' en Broadway.
Imagen del montaje de 'La herencia' en Broadway.

Lo llamativo de leer 314 páginas innegablemente gays es lo que tienen de innegablemente masculinas. Adam y Leo, que se parecen mucho físicamente, enloquecen a todos precisamente porque son efebos favorecidos, guapísimos. Entonces Toby o Henry o cualquiera de los otros dicen abiertamente que se lo quieren “follar”, se los “follaron” o alguien se los “folló”. El deseo simple y enfervorecido por la belleza es aquí muy similar al de, no sé, Fernando Esteso por las suecas o Michael Douglas por Sharon Stone en 'Instinto básico'. Luego hay un par de escenas muy sucias que se recrean en el acto sexual con toda la obscenidad que permite el caso. Lo que quiero decir con todo esto, lógicamente, es que si cambiáramos algunos personajes de esta obra por mujeres jóvenes muy atractivas, sin tocar ni una coma del texto ni un lance corporal, nos parecería a todos un poco adolescente, como de sexo soñado y obsesión de gasolinera.

Me ha hecho gracia, por provocadora, la idea que expresa enseguida Eric, con estas palabras: “¿Sabéis lo que echo de menos? Echo de menos la sensación de que ser gay era algo así como pertenecer a un club secreto”. Y añade: “Era una cultura secreta con un lenguaje secreto y experiencias secretas y compartidas”. Y otro personaje remata: “Ser gay ya no es especial. Es como: ah, ¿eres gay? Hum, ¿y qué más sabes hacer?”. Esto quiere decir —y no estoy seguro de que Matthew López lo sepa— que la intimidad es importante. A lo mejor algunas personas no tienen ninguna necesidad de que tú sepas que son gais. Es llamativo esto que sucede hoy en día de que si alguien es gay y no lo ha gritado a los cuatro vientos parece que estuviera haciendo algo mal. No, no está haciendo nada mal.

Solidaridad gay

La cuestión gay, en fin, es lo importante en 'La herencia'. Por un lado, el recuerdo de todos esos hombres (López insiste en lo de “hombres”) que murieron a causa del sida muy probablemente —se dice— por la dejadez de la sociedad en encontrar antes los remedios a la enfermedad. Hay una escena muy brillante donde un homosexual provecto le explica a uno joven cómo era ver morir a todos tus amigos. Por otro, qué hacer siendo gay hoy cuando la normalización está tan extendida que la lucha ha perdido intensidad y casi no aparece en los periódicos (recuerdo que en los 90 todas las cabeceras tenían un columnista gay de guardia). Aquí vuelve el motivo de la casa y el uso de esa casa para, en fin, crear una suerte de nueva solidaridad gay, curiosamente materialista: para los pobres, los marginados, los solitarios y los enfermos.

El libro (la obra) está tan bien hecho que se le perdona lo tradicionalote que es ver a algunos personajes volverse locos por el dinero, el lujo, las mansiones y no sé qué pijadas de Nueva York en otoño. Casarte, ay, es la aspiración mayor de algunos de estos homosexuales; y tener hijos. Y subirlo todo a Instagram. La cursilería con la que se habla de 'amor' también es de aúpa.

Hay algunos vídeos en YouTube con escenas de la representación, y resulta llamativo verlos después de leer el libro, mayormente porque creo que el libro se sostiene extraordinariamente bien solo. Para ser un perro, eres un pésimo caballo, le dice Gardfield a Odie en un episodio de esta serie de dibujos animados. Para ser una obra de teatro, sin embargo, 'La herencia' es una novela buenísima.

Poco se habla de teatro y poca gente va al teatro y casi nadie lee teatro, de modo que urge un informe pagado con fondos públicos que diga que el teatro va viento en popa y que todos acudimos este fin de semana a ver alguna obra al centro de la ciudad. A mí la verdad es que no me gusta el teatro. Javier Marías y yo somos los malos, sí.

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