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Marilynne Robinson: tu iglesia es mi droga
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Alberto Olmos

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Marilynne Robinson: tu iglesia es mi droga

La escritora estadounidense alarga con 'Jack' su rompedor mundo narrativo sobre las vidas dominadas por la religión

Foto: Ilustración de Thomas Ehretsmann.
Ilustración de Thomas Ehretsmann.

No resulta ni siquiera provocador decir que lo más provocador hoy en día en la novela es contar historias sobre gente que cree en Dios. Entre tanta autoficción, tanto relato criminal, tanta posmodernidad y tantos poliamores, la gente de fe parece sin duda la más peligrosa. Son como una tribu que se ríe de nosotros.

Marilynne Robinson (1943) es la gran autora contemporánea sobre cosas que no tienen nada que ver contigo. La gracia, la salvación, aquellos versículos de San Mateo, la contención, ser buenos, ser humildes, lo apofáctico (sic), batistas, presbiterianos, metodistas… Con estas desconcertantes coordenadas traza sus historias la escritora norteamericana, tan ajena a Twitter, Amazon, el cambio climático y el género electivo, tan distante del titular del día y la política caudal, que ya es raro que tenga un solo lector en el mundo, o un solo editor.

Foto: Las mejores novelas del verano para no parar de leer estas vacaciones (Rachel Lees para Unsplash)

Yo la descubrí —valga el lugar común; uno no descubre a ningún escritor salvo a sí mismo— hace algunos años, con su novela 'Gilead' (Galaxia Gutenberg). Se trata de la ciudad donde concurren sus narraciones, una toponimia imaginaria sita en Iowa a mediados del siglo XX. Ya la primera página de la novela, donde un predicador se despide de su hijo en una larga carta que deberá leer a su muerte, impresiona. Impresiona como la primera vez que entras en una iglesia.

Leer a Robinson, sí, es como ir a misa, pero a esas misas a las que ibas convencido de que Dios también había ido. Es todo a la vez muy niño y muy sabio, porque su prosa habla de cosas tan importantes que, de hecho, te las recuerda. La mayoría ya no creemos que existan las cosas importantes.

placeholder Portada de la edición española a cargo de Galaxia Guttemberg
Portada de la edición española a cargo de Galaxia Guttemberg

'Jack' (Galaxia Gutenberg) es la cuarta entrega de este mundo pío y enternecedor. Decir que no hace falta haber leído las anteriores es una estupidez, porque yo las he leído todas y no me acuerdo de nada. Los libros se olvidan, como se olvida a Dios. En 'Jack' Dios está por todas partes, contemplando una caída y su daño sucesivo. Ahora les cuento de qué va.

Va de Jack, como es preponderante, el hijo de un predicador, que se enamora de Della, hija de otro predicador, pero de raza no enamorable. Estamos a finales de los años 40 y los matrimonios mixtos se encuentran prohibidos en muchos estados y mal vistos en todos los demás, de modo que el amor de Jack por la dulce Della es un imposible. Obviamente ese amor no tiene otro fin que el matrimonio, los hijos y el envejecimiento piadoso, pero ni con esas estaba permitido.

Robinson deshace con esta nueva entrega de su mundo narrativo el bonito mito del escritor que escribe poco. Tardó casi veinticinco años en publicar su segunda novela (de 1980 a 2004; de 'Vida hogareña' a 'Gilead'), y eso siempre es de agradecer. Ahora lleva cuatro libros en quince años, la sorpresa se pierde, el silencio prescribe, cierta facilidad o exceso de tiempo libre parece trabajar detrás del nuevo título. Más libros de Rulfo igual de buenos que 'Pedro Páramo' no harían mejor a Rulfo, en definitiva.

Jack cuesta. Arranca con una desacertada sucesión de diálogos exentos, un largo encuentro de Jack y Della en el cementerio, y solo cuando la autora pone en su sitio a los personajes, y amasa la psicología compleja de Jack, el libro toma rumbo fiable. Esto de escribir novelas solo con diálogos (en este caso, las primeras noventa páginas) no sé cómo no nos damos cuenta de que no funciona.

Robinson escribió su primera novela, 'Vida hogareña', en 1980; la segunda, 'Gilead', en 2004

Jack es un vagabundo con lecturas, un ex convicto por poca cosa, y después de ayudar a Della a recoger los papeles que el viento se llevó de sus manos, inicia con ella una relación de piedad y libros, de tentación y disculpa. Leen a Shakespeare; leen a los poetas imaginistas (Hilda Doolittle y William Carlos Williams) y a Robert Frost. Y también las obras maestras del puritanismo, 'El progreso del peregrino', de John Bunyan, y 'Paraíso perdido', de John Milton. No tienen tiempo para hablar de tríos, BDSM o sexo tántrico, como ven. Citan la 'Epístola a los filipenses' de memoria, amigos.

Su relación consiste en una buena chica negra al borde de la perdición por un marginado hombre blanco, y en la culpa que siente él al saber que esto es así muy evidentemente. Sin embargo, ella ve algo en él, al cabo (hacia la página 270), ve "su alma": "Una vez en la vida, tal vez, miras a un desconocido y ves su alma, una presencia gloriosa fuera de lugar en el mundo. Y si amas a Dios, cada elección te viene dada. Entonces no hay vuelta atrás. Has visto el misterio".

Della gana en amor a Jack porque Dios está de su parte. Es apoteósico. Es incomprensible. No traten de entenderlo: "Hay una diferencia entre lo que uno quiere o desea y aquello por lo que uno reza".

No resulta ni siquiera provocador decir que lo más provocador hoy en día en la novela es contar historias sobre gente que cree en Dios. Entre tanta autoficción, tanto relato criminal, tanta posmodernidad y tantos poliamores, la gente de fe parece sin duda la más peligrosa. Son como una tribu que se ríe de nosotros.

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