Es noticia
¿Feria del Libro o Feria del Pijo?
  1. Cultura
  2. Mala Fama
Alberto Olmos

Mala Fama

Por

¿Feria del Libro o Feria del Pijo?

La Feria del Libro de Madrid no existe salvo como excusa para ir por el barrio de Salamanca

Foto: Visitantes a en la reciente Feria del Libro de Madrid. (EFE)
Visitantes a en la reciente Feria del Libro de Madrid. (EFE)

Uno creía que iba a la Feria del Libro de Madrid a encontrarse con los libros y a lo que iba era a encontrarse con los ricos. Lo he descubierto este año. La epifanía ha tardado porque yo no soy muy de ferias; a lo mejor la entorpeció a su vez que tampoco soy mucho de revelaciones. Pero este año, en medio de una calle hermosa con el hermoso hervor del pijerío de la zona disputándose las terrazas, lo vi. La Feria no existe, es una vulgaridad transitoria, esparcida por un barrio bien al que la venta a granel de libros le da lo mismo. Los comensales habituales, los paseantes diarios, el vecino y la vecina narcotizados por los vaivenes de la vida burguesa no saben que hoy, ayer, y durante tres semanas, a su paisaje cotidiano le han inoculado una ristra de casetas de madera con libros dentro. A lo mejor notan más libros por la calle, poco más; la Feria es el CIE de los libros, y algunos se escapan, lógicamente.

Foto: La Feria del Libro de Madrid el pasado domingo con la isleta central a la izquierda (EFE)

Los niños limpios siguen yendo al Retiro a jugar en los mejores columpios públicos de Madrid, las parejas modélicas se besuquean como siempre sobre el césped Instagram del parque; se pasean perros pequeños con correas que serían excesivas en el BDSM y muchos ciudadanos de vida resuelta y abotonada tranquilizan su trajín por entre castaños y eucaliptos. Todo igual, pero con un centro de internamiento de libros provisional ahí aparcado. ¿Qué es eso?, preguntará algún infante de ricitos a la miel; ¿qué es eso de ahí, esas casitas? Y alguien con humor recordará que hubo un zoo en el Retiro, hace dictaduras, y dirá: Será el zoo, niño.

placeholder Feria del Libro de Madrid. (EFE)
Feria del Libro de Madrid. (EFE)

Ir a la Feria es para muchos la única oportunidad de pisar por las puntas el buen Madrid, que genéricamente se denomina barrio de Salamanca. Como es obvio, los editores están por la feria muy a gusto, salvo si entran en ella, pues se trata, va dicho, de una vulgaridad. A la Feria se acude a estar alrededor de la feria, en las calles adyacentes, algodonadas de gloss, propinas indoloras y apellidos tildados. Uno se flipa y cree, durante un segundo de inconsciencia, que toda esa gente que se celebra y se brinda por las vías cercanas al Retiro celebra y brinda por los libros, al calor de la Feria o como consecuencia de una segunda edición.

Pero no, el bulle-bulle es así siempre y a pesar de la Feria; incluso, en contra de la Feria, donde decenas de empleados despedían el evento el último fin de semana haciendo diez horas seguidas dentro de una jaula. Creían, ilusos, estos empleados y pequeños editores, en la democracia. Pero en la Feria del pucherazo no sólo se ha decidido quién tiene que trabajar y quién fatigar la calle Castelo, sino también quién tiene que vender libros, que no son las pequeñas editoriales, como se ha sabido estos días. Como en los sorteos de la FIFA, los sorteos de la Feria estaban trucados (seguramente, no había sorteo) y las mejores casetas eran para las editoriales más poderosas, porque el fútbol es así, el público manda y la literatura es del pueblo, que quiere comprar el libro de una presentadora de televisión.

La Feria del pucherazo decidió quién tiene que vender libros, que no son las pequeñas editoriales

Es, si cabe, más razonable y defendible que la Feria la quieran quitar algunas veces del Retiro, no sólo ya por el daño ecológico que hace a una planta que le lean delante, sino por el daño que hace tanto libro al buen curso de la vida en el Madrid bonito. La Feria del Libro, sí, la tienen que sacar de allí, y la tienen que poner en el Prado Longo de Usera, y así veríamos cuántos ricos quieren ver cómo viven los pobres, ahora que ya sabemos cuántos pobres quieren ver, con la excusa de comprarse un libro, cómo viven los ricos.

Mientras me circulaban por el cerebro estas ideas demoledoras, leía, con gran oportunidad, 'Ya sentarás cabeza' (Libros del Asteroide), de Ignacio Peyró, donde muchas de mis dudas esenciales iban siendo cumplidamente satisfechas. ¿Quién es toda esa gente del barrio de Salamanca? ¿A qué dedican el tiempo libre? ¿Qué se hace con el dinero de más? En estos diarios se llama a las casetas de la Feria, con gran expresividad de clase, “barracas”.

Peyró registra el pijerío madrileño con tal autoridad, tal afán turístico por la intimidad de las élites, que se pasa uno el rato en google maps viendo de qué habla el autor, dónde está ese bar y dónde, esos portales. Es, su vida, muy complicada, al contrario de lo que se piensa. Ser pobre es bastante fácil, y todo el mundo entiende en qué consiste. A ser rico te tienen que enseñar, consta de mucho vocabulario; lo de ser pobre sale solo, enseguida le coges el truco y el glosario. Esto es así porque no tienes que pensar en la superficie de las cosas, como los ricos, sino sólo en los cuatro puntales básicos de la vida, que tienen nombres simples y están siempre a punto de vencerse.

El de Peyró, siendo además un libro extraordinario, es una utilísima guía para que la gente del común pueda conocer los bares y restaurantes míticos de Madrid (Embassy, Balmoral) cuando ya los han cerrado para siempre.

Range Rover Evoque

Acababa de ilustrarme Peyró sobre las vernissages cuando tocó llevarme a la niña al parque. De camino por las calles de Carabanchel, un coche mal aparcado nos obligó a bajarnos de la acera. Era -verídico- un Range Rover Evoque. Por fin nos conocíamos. La atleta Ana Peleteiro acababa de ser linchada en Twitter por exhibir la compra de este modelo de Range Rover, valorado en más de 55.000 euros, cuando ella, supongo que después de haber dicho alguna obviedad en la tele, había convencido a todo el mundo de que era de izquierdas. Es un coche grande, este Evoque, tapaba la acera entera y aún tenía cuerpo para molestar el tráfico. Le dije a mi hija que estos coches había que rayarlos con las llaves, cuando ya fuera mayor, cosa que no le pareció mal plan de futuro. Peleteiro llevaba meses esperando este coche, según dijo en su exquisita coherencia ideológica, dado que tener un Range Rover Evoque era su “sueño”, y exhibirlo fachendosamente en Instagram -esto no lo sabe la atleta- su miseria.

Hay una evidente inclinación del coche caro por subirse a las aceras

En mi barrio, y en todos y en cualquier ciudad, hay una evidente inclinación del coche caro por subirse a las aceras, hacer diabluras con las líneas continuas o saltarse los semáforos, inmejorablemente delante de una sucursal bancaria si eres su director. Son multas de 100 euros las que enfrenta el conductor de un vehículo que le ha costado como poco 60.000. Y así, pensé que también la Feria del Libro de Madrid iba a ser que estaba mal aparcada, como un coche, pero esta vez barato y de poco volumen, que durante veinte días dejamos ahí tirado, en Alcalá con Lagasca, sólo por joder.

Al llegar a casa, le pregunté a mi hija que qué quería de cenar y me dijo que agua y fideos.

Uno creía que iba a la Feria del Libro de Madrid a encontrarse con los libros y a lo que iba era a encontrarse con los ricos. Lo he descubierto este año. La epifanía ha tardado porque yo no soy muy de ferias; a lo mejor la entorpeció a su vez que tampoco soy mucho de revelaciones. Pero este año, en medio de una calle hermosa con el hermoso hervor del pijerío de la zona disputándose las terrazas, lo vi. La Feria no existe, es una vulgaridad transitoria, esparcida por un barrio bien al que la venta a granel de libros le da lo mismo. Los comensales habituales, los paseantes diarios, el vecino y la vecina narcotizados por los vaivenes de la vida burguesa no saben que hoy, ayer, y durante tres semanas, a su paisaje cotidiano le han inoculado una ristra de casetas de madera con libros dentro. A lo mejor notan más libros por la calle, poco más; la Feria es el CIE de los libros, y algunos se escapan, lógicamente.

Instagram
El redactor recomienda