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Almudena Grandes, la escritora que nos quitó el frío sin dejar nunca de trabajar
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Alberto Olmos

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Almudena Grandes, la escritora que nos quitó el frío sin dejar nunca de trabajar

La popular autora hizo de la escritura una pasión monumental que se plasmó en una obra de gran ambición sociológica

Foto: Almudena grandes firmando ejemplares en la Feria del Libro. (EFE)
Almudena grandes firmando ejemplares en la Feria del Libro. (EFE)

Ha muerto Almudena Grandes a los 61 años de edad cuando más frío hacía en Madrid. El Madrid que pasa frío lo asocia uno enseguida a la obra de Almudena Grandes. Es la gelidez de la capital en guerra, la espesura del hambre helada de la posguerra, el frío de vivir por las calles de las putas, los delincuentes y los noctívagos. Se puede acudir a la literatura para poner calor a la vida.

Almudena Grandes llevaba años embarcada un gran proyecto galdosiano, 'Episodios de una guerra interminable', donde se rescataban seis historias de lucha contra el franquismo. Había publicado ya cinco de estas novelas, todas voluminosas, nada de “novelitas de 200 páginas”, como las tildaba en el epílogo de 'Inés y la alegría', dando a entender que a ella lo que le apetecía, le retaba y le secuestraba los días era el novelón. La contundencia del novelón. Queda por publicar 'Mariano en el Bidasoa', porque muchas veces sucede que nadie le ha dicho a la ficción que la enfermedad va más rápido, y la ficción se empecina en existir. Es, la obra póstuma, la prueba revolucionaria de que uno está escribiendo siempre contra la muerte.

Foto: Imagen de 'Las edades de Lulú', basada en la novela de Almudena Grandes

Empezó más breve, Grandes, más acalorada. Su debut fue la fantástica 'Las edades de Lulú', que había que leer mirando a los lados, a finales de los años 80, para creerse que algo así se escribía en España. Y que además lo escribía una mujer. Todo sexo. Todo sucio. Todo bien. Eran tiempos en los que se daba un premio, el Sonrisa Vertical, para animar a la gente a follar en los libros. O sea, eran tiempos donde había que denotar mucha valentía para hablar de sexo, ponerlo por escrito y que tu novela empezara con dos hombres en su sodomía.

Eran tiempos en los que se daba un premio para animar a la gente a follar en los libros

Se hizo una película enseguida, en 1990, para que no se nos pasara el calentón. Dirigió Bigas Luna, como era obvio. Ahí todos pudieron ver, si acaso no habían leído el libro (algo siempre probable en España) el Madrid nuevo de la gente nueva, de la gente que follaba. Este hito (premio, película, ventas) podía abocar a Almudena Grandes a la soltería literaria: autora de un único libro; o, peor, a la poligamia: autora de libros eróticos. Fue entonces cuando la escritora se entendió con el novelón, con el peso legitimador del papel, y se dio a las grandes narrativas populares, a 500 páginas donde pasan todas las cosas que tienen que pasar, como el amor y la Historia.

Del sexo a la política

'Te llamaré viernes' fue su entrada en el mercado decente de los libros, porque lo otro, que además iba en portada rosa, era un poco fuerte. No es su novela más celebrada, pero sí la que dio a entender que la autora iba a durar lo mismo que la mujer: toda la vida.

Por ahí, mediados de los noventa, a ritmo de novelón y película, la política fue ocupando el lugar del sexo, aunque 'Malena es un nombre de tango' no dejaba los cuerpos calmados del todo, y maridó con Luis García Montero y con El País y su voz se hizo imprescindible para eso que conocemos como la izquierda. Bien que una izquierda oficial y aburguesada, no pasa nada por decirlo.

Su voz se hizo imprescindible para eso que conocemos como la izquierda

Desde esa trinchera, la historia de España desde la Guerra Civil iba insinuándose en sus libros, tomando la delantera a las pasiones humanas primeras. Siempre era la mujer su material de trabajo, y ahora lo iba a ser por las grandes guías del acontecimiento, en busca de “mujeres libres” más que de mujeres enamoradas, confrontadas con las cosas que pasan a gran escala, las guerras, las dictaduras, la democracia. Todo esto lo entorpecía, de aquella manera, una polémica de vez en cuando por un artículo de cuatrocientas palabras, una campaña electoral o la tentación a ser ministra o algo peor, mezcla indeseable con los políticos. El éxito es así, se sabotea a sí mismo.

En octubre anunció que padecía cáncer, lo que era también decir adiós. De todas las decenas de miles de palabras que hay en el diccionario, “cáncer” es la única en la que todos nos encontramos. Para estar en contra y llorar.

Almudena Grandes ha muerto relativamente joven, con casi toda la vida por delante y, sobre todo, con casi toda la obra también por delante, esperando esa fuerza sobrenatural, ese empeño y ese talento, los de la autora, capaces de levantar diariamente el peso de la gran novela popular.

La muerte siempre gana, pero el libro, modestísimo, tiene por suerte la última palabra.

Ha muerto Almudena Grandes a los 61 años de edad cuando más frío hacía en Madrid. El Madrid que pasa frío lo asocia uno enseguida a la obra de Almudena Grandes. Es la gelidez de la capital en guerra, la espesura del hambre helada de la posguerra, el frío de vivir por las calles de las putas, los delincuentes y los noctívagos. Se puede acudir a la literatura para poner calor a la vida.

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