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Mucho sexo entre 1912 y 1914... y después, guerra
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Alberto Olmos

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Mucho sexo entre 1912 y 1914... y después, guerra

Los diarios de Stefan Zweig naufragan en la propia contemplación de la destrucción de Europa

Foto: Egon Schiele - 'Retrato de Wally' (1912)
Egon Schiele - 'Retrato de Wally' (1912)

Lo peor que le puede pasar a un diario es una guerra mundial. El diarista estaba tranquilo, anotándose, cumpliendo la liturgia de legar al futuro la nada que le sucedía. De pronto, pasa algo más grande que él, excesivamente histórico, y el humilde autor no puede sustraerse a tanta historia con mayúsculas, la deja entrar poco a poco en su rutina menestral, y acaba haciendo un diario que es como un periódico, pero peor, porque ese diario se hace leyendo el periódico.

Este, sin quitar una coma, sería mi resumen de los diarios de Stefan Zweig, uno de los escritores más admirables de la historia de la literatura. Austria fue un país de grandes escritores antes de la II Guerra Mundial; y luego fue un país de grandes zumbados que escribían. Todo -hipótesis- por la poquita personalidad que demostró Austria -sus élites- cuando la cosa se puso fea en el frente: traumó a sus creadores. Así, antes de Hitler, como puede comprobarse leyendo 'La Viena de Wittgenstein', la capital austriaca era un olimpo intelectual, donde coincidían de café y de cosas menos dignas (la prostitución) Stefan Zweig, Arthur Schnitzler o Franz Werfel. Eran prosistas deliciosos, preocupados por un único gran tema humano: el sexo, y que por tanto hacían libros incitantes, alegres, de dejar embarazada a la criada o de acostarse con cabos furrieles. Una literatura inmortal, inmoral, comercial. A todo el mundo le gustan '24 horas en la vida de una mujer', 'Relato soñado' o 'Una letra femenina azul pálido'.

placeholder Stefan Zweig, en su casa de Salzburgo. (EFE)
Stefan Zweig, en su casa de Salzburgo. (EFE)

Después de la guerra, la prosa austriaca se inclinó hacia la vesania, y es difícil recordar un solo autor austriaco que no esté perturbado, así sea sólo como pose literaria. De Thomas Bernhard a Elfriede Jelinek, pasando por Jean Améry o Joseph Winkler, en Austria dejaron de hacerse libros que pudiera leer todo el mundo y se empezaron a escribir esos libros que casi nunca quieres leer. Si la divisa de sus ancestros bien pudo haber sido: “Sé ameno”, la de estos nuevos autores era sin duda: “Sé insoportable.”

Diarios con polémica

Las seiscientas páginas que suman los diversos cuadernos que Stefan Zweig escribió en su vida (o dictó, de hecho, en algunas ocasiones) llegaron a España este año y con cierto revuelo. Por lo que sea, nunca nadie había pensado que estos diarios podían importarnos. Y, por lo que sea, cuando alguien ha creído que era buena idea publicarlos, resulta que eso mismo se le ha ocurrido a otro. Así, Acantilado, casa madre de Zweig en nuestro país, vio cómo a su único volumen con estos cuadernos le salía una competencia insidiosa: los tres volúmenes que, simultáneamente, publicaba Ediciones 98. Mientras un juez decide si hay razón en el pleito, nosotros podemos ir leyéndolos (aquí se sigue la traducción de Acantilado).

Las anotaciones del autor empezaron en 1912, cuando contaba unos treinta años: es todo sexo

Las anotaciones del autor empezaron en 1912, cuando contaba unos treinta años. Es todo sexo desde la primera página. “Para mí significa mucho más una sola de mis aventuras sexuales, que, por cierto, sólo merecen la pena por el peligro que encierran.” Cuando acude a casa de “los Schnitzler” es “incapaz de sostener una conversación (…) en la que se excluyan los temas sexuales”. Un domingo cualquiera en su vida lo glosa así: “Para distraerme, por la tarde traigo a casa a dos amigas, pero, aunque la belleza de sus cuerpo me reconforta, ya no me siento capaz de soportar demasiado rato la falta de cortesía de este tipo de encuentros, de modo que a las seis en punto las despido”. Otro día, de 1913: “La dama de Baden o el quebrantamiento de los votos matrimoniales. El asunto se precipita a una velocidad vertiginosa. De nuevo la historia del marido impotente. No soy, por cierto, su primer desliz.”

Podría llenar esta pieza con todas las veces que Zweig anota que ha tenido sexo (“Por la tarde, fugaz aventura”), pues uno llega a pensar, leyendo este primer tramo del diario, que Zweig de hecho consigna todas y cada una de las veces en las que tiene sexo entre 1912 y 1914. Sin embargo, lo hace con tal gracia, malevolencia o discreción (nunca aparece la palabra “prostituta”, por ejemplo), que lejos de ser un censo sucio y monótono acaba incluso retratando una época. (Recordemos que en 'El mundo de ayer' el propio Zweig se sorprendía de la desproporcionada cantidad de prostitutas que había en Viena en esos años).

Además de acostarse con decenas de mujeres, Zweig va al teatro. También visita a muchos autores, participa en cócteles y toma café. De qué vive exactamente es algo que no he conseguido averiguar. Le da tiempo a escribir cientos de cartas. Zweig estaba más ocupado en esos años que un joven de hoy con Tinder abierto y cuarenta grupos de Whatsapp sin leer.

Nuestro señorito pasa seis semanas en París, para terminar 1913. Se echa una novia, Marcelle, a la que deja embarazada, hace abortar y abandona hasta cuarenta o cincuenta páginas después (o sea, hasta bien entrado 1914). Esto de que la deja embarazada (“por primera vez no tomamos ninguna precaución”) y a su suerte hay que leerlo con cuidado para enterarse. Se habla de dinero para un médico, del “cirujano” al que acudió Marcelle… Todo entre desapegado y miserable, en verdad.

¿Luego como comedia?

Cuando empiezan las guerras, los diarios de Zweig dejan de registrar alegrías, frivolidades y vida literaria. Curiosamente, volviéndose mucho peores, la crítica especializada nos vende la obra a partir de estas páginas, que considera un documento “imprescindible” para comprender (sic) aquellas contiendas terribles. Es un poco la tontería que le toca decir a la crítica.

Su alarma por la I Guerra Mundial emociona, pues sabemos que le queda algo mucho peor: la II Guerra Mundial

Porque lo que encontraremos en estas cientos de páginas es, básicamente, a un señor leyendo el periódico y anotando titulares, cosas tan inanes como: “La situación en los Cárpatos es crítica”. ¿Qué aporta esta frase en 2021, cuando de hecho podemos saber más sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial de lo que Stefan Zweig llegó a saber nunca?

Su alarma por la I Guerra Mundial es notable, y emociona al lector, pues el lector (nosotros) sabe que le queda algo mucho peor por vivir: la II Guerra Mundial. Pero su anotación diaria de movimientos militares, bombardeos, normativas bélicas, esperanzas y frustraciones de la población sólo sirve para ver lo bien informado que estaba un burgués de la primera mitad del siglo XX. Es decir, lo mal informado que estaba.

Así, en mi opinión, sólo el cuaderno 1912-14 de estos diarios merece, y mucho, la atención de los lectores, siendo gran literatura, o sea, un diario como Dios manda, sumamente ameno; el resto no puede verse más que como un irremediable tostón, bien que con algunas informaciones diseminadas que pueden completar cierto retrato épico, por lo demás, consabido, del autor.

Me he acordado, mientras Zweig se aproximaba inocentemente a la II Guerra Mundial y, por tanto, al final voluntario de su vida, de la frase “La historia sucede primero como tragedia y después como comedia”. No parece que las dos guerras mundiales, tan similares y cercanas como para parecer la segunda una versión de la primera, o en todo caso dos hechos hilados por la iteración histórica, dejen en buen lugar la barata popularidad de esa afirmación. “Al final, será mil veces peor que en 1914”, escribe Zweig, ya en el bélico 1939, “cuando podíamos viajar e ir a los teatros porque la vida no cambió en absoluto, excepto para quienes estaban en las trincheras, olvidados de todos”.

Y el 12 de junio de 1940, el autor que terminaría con su vida el 22 de febrero de 1942 en Petrópolis (Brasil) escribe: “Lo único que me consuela es pensar que es posible poner fin a esta pesadilla en cualquier momento”.

Lo peor que le puede pasar a un diario es una guerra mundial. El diarista estaba tranquilo, anotándose, cumpliendo la liturgia de legar al futuro la nada que le sucedía. De pronto, pasa algo más grande que él, excesivamente histórico, y el humilde autor no puede sustraerse a tanta historia con mayúsculas, la deja entrar poco a poco en su rutina menestral, y acaba haciendo un diario que es como un periódico, pero peor, porque ese diario se hace leyendo el periódico.

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