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La nueva normalidad del sexo pasados los 40: nunca volveremos a ligar en los bares
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Alberto Olmos

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La nueva normalidad del sexo pasados los 40: nunca volveremos a ligar en los bares

Hay debate sobre si las 'apps' de contactos producen más beneficios emocionales que daños

Foto: Icono de Tinder en la pantalla de un móvil. (Reuters/Mike Blake)
Icono de Tinder en la pantalla de un móvil. (Reuters/Mike Blake)
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La penosa obligación de volver a ligar pasados los 40 lleva aparejada una reiteración aún más interesante: volver a mentir. Si creen que la falsedad institucional en relación con la lectura me molesta, sepan que la falsedad social que más me irrita es la que tiene que ver con el sexo. Siempre tengo en mente la maravillosa encuesta que hacía Durex cada año en la que decía que en España se tenían relaciones sexuales —de media— tres veces a la semana. No los jóvenes, no los machos alfa, no determinado colectivo muy alegre. No: todos y cada uno de los españoles.

Así, después de leer con sumo interés el libro de Jimina Sabadú 'La conquista de Tinder' (Turner), donde equipara las 'apps' para ligar con “casas del terror”, he podido escuchar diversas opiniones de otras mujeres que, en definitiva, entienden las 'dating apps' como, primero, la nueva forma de ligar en este mundo nuestro, y, segundo, una forma de ligar mucho mejor que la tradicional, aunque solo sea por la multiplicación de los panes y los peces. ¿Alguien miente aquí? ¿Cómo saber si las aplicaciones para ligar están dando muchas más alegrías que sustos? Es más, ¿no ligabais antes tanto en los bares?

Foto: La terapeuta y asesora psicológica publica su primer libro, 'Falos y Falacias' (Foto: cedida)

Es evidente que si estos servicios de emparejamiento han penetrado en la sociedad, al punto de que cualquier conocida a la que preguntes te dice que “todas” sus amigas están en Tinder u otra aplicación parecida, solo puede deberse a que la experiencia les resulta provechosa en algún sentido. Ya pasaron los tiempos (¿hace 15 años?) en los que la gente hablaba de Badoo como si fuera la 'dark web'. Ahora encontrar pareja en internet, sea efímera o eterna, recreativa o fidelísima, estaría plenamente normalizado y en la superficie, al menos entre los hombres y mujeres de más de 35 años, con hijos o sin ellos, para los que el bar o los amigos de los amigos son una lotería a la que han decidido dejar de jugar. “Ya no se liga así, olvídate, tienes que bajarte la 'app”, dicen.

"No me creo nada. ¡Pero si se folla poquísimo!", me dice Jimina Sabadú

“Me descoloca esto que me cuentas”, opina Jimina Sabadú cuando le planteo las 'apps' no tanto como un mundo feliz, sino como un mundo normal, pero donde las posibilidades de conocer gente desbordan con mucho las de cualquier espacio físico reiteradamente visitado, bar, club, teatro, iglesia. Ella ha escrito casi 200 páginas hablando de las humillaciones, heridas y disgustos que le han procurado muchos años en muchas aplicaciones de ligoteo. “No me creo nada. ¡Pero si se folla poquísimo!”, me dice. "¿No están particularmente contentas las mujeres?", le planteo. “A mí no me ha llegado eso de nadie. Gente que después de mil intentos encuentra a alguien agradable, dos personas que encuentran a alguien a la primera… Pero sobre todo desilusión, hartura. Y, cuanto más viejos somos, más locos”, concluye.

¿Nueva normalidad?

Esta doble visión sobre el ligue 'online' me ha llevado a repensar algunos asuntos. El primero tiene que ver con la nueva normalidad que se nos anunciaba agotadoramente hace año y medio, nueva normalidad que ha quedado reducida a esto: ya nunca más se ligará cara a cara, la gente se conocerá mayoritariamente a través de un algoritmo que cruza sus datos y allana el camino. Es evidente que las 'dating apps' se han visto impulsadas por la pandemia, pero lo cierto es que su carrera era ya ascendente y triunfal, virus aparte.

Estas aplicaciones no solo han cambiado el presente, sino también el pasado. De pronto, tengo la sensación de que “ligar en el bar” era más la excepción que la regla, el coto privado de unos pocos, el comodín del público de la sexualidad. Todo el mundo parecía entrar en un bar con intención de salir acompañado por un desconocido o desconocida y lograrlo fácilmente cada viernes por la noche, a excepción de que yo estuviera en ese bar con más gente, momento en el que fatídicamente nadie a mi alrededor conseguía casi nunca avance alguno con ninguna persona que estuviera sentada en la mesa de al lado, o un poco más allá en la barra. Les reconozco que siempre he pensado que nadie liga en los bares y que eso solo pasa en las películas. “Hola, ¿estás sola?”. “¿Tienes fuego?”... Vamos, no me jodas.

Tengo la sensación de que “ligar en el bar” era más la excepción que la regla

Por otro lado, debemos acordarnos del agresivo pasquín publicado por el Ministerio de Igualdad donde se amonestaba a los hombres por molestar demasiado a las mujeres, “entrándolas”, como suele decirse, cuando ellas, a fin de cuentas, están hablando solas y muy a gusto de pintura prerrafaelita. Pues bien, ese folleto antibabosos quedará ya para la historia como el canto de cisne de una época, un bonito documento de usos amorosos cavernícolas.

Porque la importancia de las 'apps' para ligar en lo que se refiere a las mujeres (digo, basándome en lo que me han contado muchas de ellas) quizá pueda algún día equipararse a la que ya canónicamente se asocia a la píldora: de pronto, ya nadie tratará de hablar con ellas en ningún lado, esa molestia desaparecerá, como mucho un tipo se te acercará y te preguntará si estás en alguna 'dating app' y, si dices que sí, se irá a la otra punta de la ciudad a hacerse miembro de esa 'app' y ver si ahí te encuentra. Como un caballero.

Ocultar que no ligas

Si bien creo que el pasado a partir de estas aplicaciones se revela como un lugar donde no se ligaba tanto, también creo que ciertas derivas de falseamiento sexual del siglo XX se pueden haber adaptado a Tinder. Es decir, uno puede abrir un perfil en una aplicación amorosa simplemente para ocultar que no liga. Como es muy común no darse de baja de estos sitios aunque se mantenga una relación, basta dar a entender que uno (una) está muy feliz en Tinder para que los demás asuman que algo de animación habrá en su vida. El hecho de mantener un perfil en una 'app' no significa siempre que quieras ligar, sino que no quieres que los demás piensen que no ligas nada. Por esa grieta, por esa prestidigitación aplicada a la propia autoestima, llegaríamos sin duda a lo que opina Jimina Sabadú sobre estas aplicaciones: que, en general, decepcionan.

A nada que se te dé bien Tinder, ¿qué sentido tiene abandonarlo?

Sin embargo, sí creo que hay muchas mujeres (perdonen que centre el tiro solo en uno de los dos sexos, es lo que hay) para las que estas aplicaciones pueden ser fascinantes, así como algo adictivas. A nada que se te dé bien Tinder, ¿qué sentido tiene abandonarlo? Quizás el siguiente ligue sea mejor que el actual, y el próximo mejor que el siguiente. ¡Hay tantos hombres en Tinder! Así, frente al conformarse con lo que hay que regía la vida amorosa de nuestros abuelos y padres, los nuevos tiempos parecen encaminarse hacia la inconformidad permanente. En su libro, Sabadú dice que Tinder “es un juego donde sólo ganas si sales de él”. Sin embargo, muchas mujeres, estimo, nunca podrán salir de Tinder. Cuando una relación obtenida a través de una de estas 'apps' termine, estas mujeres no volverán al bar, a la fiesta en casa del amigo o a la boda que genera más bodas: volverán a Tinder.

Y también creo que es muy probable que los niños que ahora tienen cinco años o menos nunca conozcan a sus parejas —salvo los estrictamente antisistema— en un sitio que no sea una 'app'.

La penosa obligación de volver a ligar pasados los 40 lleva aparejada una reiteración aún más interesante: volver a mentir. Si creen que la falsedad institucional en relación con la lectura me molesta, sepan que la falsedad social que más me irrita es la que tiene que ver con el sexo. Siempre tengo en mente la maravillosa encuesta que hacía Durex cada año en la que decía que en España se tenían relaciones sexuales —de media— tres veces a la semana. No los jóvenes, no los machos alfa, no determinado colectivo muy alegre. No: todos y cada uno de los españoles.

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