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¿Qué le debemos al fútbol femenino?
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Alberto Olmos

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¿Qué le debemos al fútbol femenino?

Las futbolistas españolas han dilapidado una oportunidad excepcional de hacer crecer su competición

Foto: La jugadora española Irene Paredes muestra su alegría. (EFE/Pablo García)
La jugadora española Irene Paredes muestra su alegría. (EFE/Pablo García)
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No tengo tan claro que ganar el Mundial de Fútbol Femenino sea algo importante o, al menos, más importante que ganar el campeonato mundial de voleibol, béisbol, bádminton o curling (que no sé lo que es). Ante esta frase usted puede haberse indignado, lo cual indica que desprecia el curling, ese deporte desconocido pero honorable; y que desprecia el voleibol y el béisbol y el bádminton. Si un equipo nacional, ya fuera masculino o femenino, se alzara con el primer puesto planetario en el juego del béisbol, nos daría completamente igual y nadie llenaría las calles con banderas ni, de hecho, bates. Ser campeón del mundo no es relevante; lo relevante es qué ganamos nosotros.

Ahora que se habla mucho de fútbol femenino, conviene recordar que el deporte es un espectáculo no por lo que hacen los deportistas, sino por lo que sienten los aficionados. No hay gran deporte sin grandes masas de gente enganchadas a su devenir. Esto no se consigue de un día para otro, sino con mucha épica, mucho márketing y, sobre todo, un buen puñado de mitos.

La mayoría de nosotros sólo es capaz de nombrar a una jugadora de la selección española femenina de fútbol: Jenni Hermoso. Sabemos su nombre no porque metiera el gol de la final o porque sus regates sean increíbles, sino por el lance besucón vivido en la entrega de medallas. Usted no sabe ni qué posición ocupa en el campo Jenni.

placeholder Jenni Hermoso en un partido del Pachuca mexicano. (Reuters/Daniel Becerril)
Jenni Hermoso en un partido del Pachuca mexicano. (Reuters/Daniel Becerril)

El fútbol femenino se erige hoy en día como la paradoja de nuestro tiempo, sumado, bien es verdad, a otras paradojas similares. Tenemos, por un lado, que el fútbol siempre fue horrible, opio del pueblo, máquina de embrutecer varones. En los años 90, aún había un sesgo intelectual propio de las personas cultas: despreciar abiertamente el fútbol. En España quizá fue Jorge Valdano el que reconcilió el deporte soberano con buena parte de los que leen y escriben libros y piensan cosas. Pero, aún así, el fútbol no era algo que un ciudadano informado y progresista viera con total magnanimidad. El fútbol es control, pan y circo, abusos, obscenidad salarial y corrupción generalizada. Luego hay goles muy bonitos, pero eso no limpia lo anterior.

Así, una primera arista de la paradoja es haber pasado de despreciar el fútbol a necesitar por todos los medios que las mujeres jueguen y vean partidos de fútbol.

En los años 90, aún había un sesgo intelectual propio de las personas cultas: despreciar abiertamente el fútbol

Este contrasentido (parecido a estigmatizar a los hombres que recurren a la prostitución y que, no acabando con ella, en 2050 se empezará a empujar a las mujeres a recurrir a la prostitución masculina, y que eso se considerara un avance; que no les digo yo que no vaya a suceder, por cierto), esto, digo, tiene su ironía monumental. Como ahora queremos fútbol femenino a todas horas, bien pagado y con portadas, se da a entender que alguien no quería antes fútbol femenino. La FIFA, por ejemplo. Es decir, debemos creernos que la FIFA no quería doblar su negocio, pasar de los 4000 millones de aficionados que se dice que tiene el balompié a 6000 o 7000, y consecuentemente vender más camisetas, más entradas, más patrocinios, y que el Mundial (h/m), esa mina de oro, se produzca, no cada cuatro años, sino cada dos.

El otro sindiós del fútbol femenino es que valida la masculinidad tradicional, dándole la razón de forma desconcertante. Hay un cierto feminismo (que no sé muy bien cómo interpretar) que parece mirar la vida de los hombres y decirse: "¿Qué les gusta, qué les hace felices, qué da sentido a sus días sobre el mundo?". Y, después de localizar esos espacios de placer y pasión, concluye: "Pues nosotras también queremos eso".

Este ánimo de conquista (que lejos de resultar agresivo suena más bien capitulatorio: deseamos hacer lo mismo que a ellos les apasiona, independientemente de que a nosotras nos apasione lo más mínimo) se ve también en el mundo de los videojuegos, muy mayoritariamente masculino. Cuando compiten los cien mejores jugadores del mundo, son todos chicos, y entonces algunas mujeres reclaman que también haya jugadoras de videojuegos. ¿Por qué? A los hombres no les importa ni remotamente que en España en gimnasia la friolera del 90% de las licencias sean de mujeres. Hay muchísimas más muchachas españolas interesadas en gimnasia rítmica y gimnasia artística que chavales con esa inclinación. De hecho, la gimnasia rítmica masculina prácticamente no existe.

A los hombres no les importa ni remotamente que en España en gimnasia la friolera del 90% de las licencias sean de mujeres

Así las cosas, el campeonato mundial obtenido por nuestro fútbol femenino es noticia precisamente porque, en su categoría masculina, constituye un notición, algo que ocurre quizá una vez en nuestra vida: ganar el Mundial. Gracias a ese brillo especular o desplazamiento del oropel, las futbolistas y sus competiciones locales tenían una gran oportunidad de darse a conocer y avivar el interés del público, amén de dar fundamento a su profesión.

Como podrán imaginar, no parece que esto vaya a ser así.

El público ya asocia el fútbol femenino con problemas, mucho más que con éxitos o divertimento. Después del beso, hubo una huelga en la Liga F, y luego un comunicado donde las jugadores se negaban a vestir de nuevo la camiseta nacional. Entre medias, diez o veinte quejas más, y acusaciones y exigencias y revoluciones muy bonitas de ver en los periódicos, pero que han generado exactamente la siguiente cantidad de entradas vendidas: cero.

El fútbol femenino está dando el espectáculo donde los futbolistas varones saben muy bien que no hay que darlo: fuera del campo. (Lo último: algunos directivos de la RFEF planean querellarse contras las jugadores).

Los estadios donde se celebran partidos de fútbol femenino suelen estar vacíos

Los estadios donde se celebran partidos de fútbol femenino suelen estar vacíos, y los datos de audiencia en televisión de esos mismos encuentros seguramente no son espectaculares. Parece difícil cambiar esta tendencia si la ocasión promocional derivada de ganar un Mundial se dilapida de manera tan insensata. Imaginen la cabeza de un patrocinador, las sensaciones comerciales en las grandes empresas que quieran publicitarse desde el deporte. ¿Creen que el fútbol femenino es ahora mismo algo a lo que apetece arrimarse?

El fútbol masculino (según leo) es el deporte más popular del mundo desde los años 40 del siglo XX. Se inventó en 1863. En España, la primera competición oficial fue en 1902. El primer Mundial de fútbol masculino se celebró en 1930. El primer Mundial femenino, en 1991. La FIFA ha trabajado mucho para contaminar de fútbol el planeta Tierra, y yo aún recuerdo cuando el fútbol/soccer entró en Estados Unidos y a nadie allí le importaba un huevo. Ahora Estados Unidos es la selección con más Mundiales femeninos.

La FIFA, si algo sabe hacer, es vender su producto, normalmente asociado a la moral dominante que, por supuesto, le trae sin cuidado. ¡La moral!

Sin embargo, es muy difícil que un deporte minoritario se imponga a otros deportes y a las decenas de opciones de ocio de que dispone la gente, y más de un día para otro. Hace falta darle al público una bonita historia, miles de bonitas historias de superación, éxito, pasión y humanidad. Hacen falta, como decimos, mitos, nombres propios, pósters en la paredes y sueños de ser como ellos o ellas.

En este sentido, según yo lo veo, el fútbol femenino español lo está haciendo todo mal: parece que tenemos que ir al campo porque se lo debemos.

No tengo tan claro que ganar el Mundial de Fútbol Femenino sea algo importante o, al menos, más importante que ganar el campeonato mundial de voleibol, béisbol, bádminton o curling (que no sé lo que es). Ante esta frase usted puede haberse indignado, lo cual indica que desprecia el curling, ese deporte desconocido pero honorable; y que desprecia el voleibol y el béisbol y el bádminton. Si un equipo nacional, ya fuera masculino o femenino, se alzara con el primer puesto planetario en el juego del béisbol, nos daría completamente igual y nadie llenaría las calles con banderas ni, de hecho, bates. Ser campeón del mundo no es relevante; lo relevante es qué ganamos nosotros.

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