Mala Fama
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Lo que Víctor Erice puede aprender de 'Torrente IV'
'Cerrar los ojos', nueva película del mítico director español, naufraga entre banalidades existenciales y diálogos inverosímiles
Nunca estará claro por qué un artista debe someterse al juicio de aquellos que no lo son. Primero, de esa cosa tan amplia, demoníaca y caprichosa llamada público; después, de una camarilla con nombre y apellidos, y algo más formada, llamada crítica. Es doloroso. El que más sabe hace algo y todos los que saben menos que él deben darle su aprobación. "¿Quién eres tú para evaluarme a mí?", chuleaba un verso del rapero Kase O. ¿Quién es nadie para evaluar la, así llamada, "nueva obra maestra" de Víctor Erice?
Cerrar los ojos se titula la película y "obra maestra" es todo lo que sabíamos de ella antes de su estreno. Y todo lo que podemos decir de ella después de verla. Decir algo distinto es sacrílego, clickbait, ignorancia.
Es bonita la ignorancia.
El arte, queridos amigos, tiene algo fascinante: no hace mejor arte el primero de la clase. Por eso Lázaro Carreter, que sabía más de lengua castellana que nadie en el mundo (en un poner), no escribió nunca una obra literaria de algún valor. Ser el más inteligente no te convierte en el más dotado para emocionar, seducir o crear. El talento no es una inteligencia, al contrario de lo que afirma el Diccionario de la Real Academia. El talento es, sobre todo, un no saber por qué sabes.
Así las cosas, Víctor Erice dice cosas muy inteligentes y no poco agresivas en las entrevistas que va dando sobre Cerrar los ojos. Es una apasionado teórico del cine. Como Scorsese, siente sincero desprecio por las películas comerciales, superheroicas y festivas. No son arte. No son, de hecho, cine. "Hay películas que no tienen ni un minuto de cine", ha afirmado.
Ante esta soberbia preventiva (el que sabe soy yo, el guardián del cine soy yo), la crítica española ha optado por darle la razón, pues a fin de cuentas tampoco es delito decir que te ha maravillado una película que sabes fallida. Entre el miedo y la reverencia, entre el respeto al cine que hizo un señor y el corporativismo usual en la prensa, Cerrar los ojos ha sido juzgada exactamente en la medida en la que su director no puede ser juzgado. Así nos ha salido "una nueva obra maestra" de Víctor Erice.
Sinceramente, no creo que te puedas tomar en serio a alguien que considere Cerrar los ojos una obra maestra.
La película empieza con densidad y brío: plano fijo de una casa en el campo. Es un plano tomado de Tarkovsky (El espejo, Nostalgia), tiene esa fotografía húmeda, esa carnalidad vegetal que apela al tiempo y a las raíces. Está muy bien.
Luego hay un interior, y ventanas que se van abriendo. Ya en El Sur (1983) Erice pincelaba ventanas con gran belleza, el cristal y la luz, los tonos anaranjados, la casa por dentro como una persona por dentro. Lentamente, entramos en almas, sueños, deseos, frustraciones.
El plano general de la sala es portentoso, quizá imitando los bodegones mobiliarios de Stanley Kubrick en Barry Lyndon (1975). Hay ahí una coreografía quietísima de cosas y aire, de utensilios y tabiques. Realmente por aquí la película iba de maravilla.
Entonces hablan. José Coronado habla y Josep María Pou habla. Un chino habla en chino. El chino y Coronado lo hacen bien. Pou, no tanto. Empieza a rechinar su discurso, recita más que interpreta. Hay caídas del tono vocal en la obediente pronunciación de un texto. Es como teatro de cuando el teatro se ha quedado viejo, Pou.
Ya en El Sur Erice pincelaba ventanas con gran belleza, el cristal y la luz, los tonos anaranjados
Este set piece termina, y no es la película, sino una película dentro de la película. El personaje de Coronado, actor, desaparece. Pasan veinte años. El director de aquel proyecto truncado (Manolo Solo) acude a la televisión a firmar un contrato para que un programa sobre personas desaparecidas aborde el caso del desaparecido actor Coronado. El recurso es muy pobre, y la actriz que da vida a la presentadora del programa, pésima. Y, claro, ahí ya toda la película naufraga.
Naufraga porque no nos interesa la historia. No nos interesa la historia porque al director y guionista (Erice) le parece que su historia es muy interesante. Sólo vemos una película que su director cree trascendental. Ni una sola vez asistimos al dolor de verdad, sólo a la recitación del dolor. La película no busca seducir al espectador, sino darle lecciones. Es tristísimo ver a los actores envejecidos de mentira (Solo) o de verdad (Ana Torrent) languidecer sin motivo. Todo lo que dicen es inverosímil, simplote, falso. Nadie habla así y todas las historias se hunden mansamente en el agua de borrajas del cliché.
Escena tras escena vemos a dos personajes hablando, tópico tras tópico, plano/contraplano, en ambientes mortuorios (las cafeterías más insípidas de Madrid), sin que eso que dicen parezca decirlo una persona, sino muy concretamente un actor amedrentado. Dice Belén (trabajadora de un geriátrico): "Vi el programa sobre la desaparición. Y luego lo volví a ver en la televisión a la carta". Nadie en España usa la expresión "televisión a la carta" para decir que ve la tele en Internet.
Piensen en cómo hablan los actores que dirige Rodrigo Sorogoyen (As bestas, Que Dios nos perdone). La diferencia es escandalosa.
El único actor "natural" de toda la película es Antonio Dechent. Sale dos minutos.
Erice se alinea con el cine contemplativo, con las películas de tres horas donde muchas veces no pasa nada, el día pasa, el aire, la luz, las miradas. Sin embargo, el cine de Nuri Bilge Ceylan (Sueño de invierno, 2014), que a buen seguro es del gusto de nuestro director, observa las mismas reglas básicas de narrativa que Spiderman, Guardianes de la Galaxia o Dos tontos muy tontos. A diferencia de lo que cree Erice, Barbie es cine y Torrente: el brazo tonto de la ley, también.
Y, como tontería comercial, son mejores películas que Cierra los ojos. Porque Cierra los ojos, como tontería artística, es mucho peor que Sueño de invierno o Columbus (Kogonada, 2017). Cada uno juega en la liga de su propia tontería.
Ninguna película de explosiones, asesinatos o naves espaciales repite la misma explosión, el mismo asesinato o la misma nave nodriza a lo largo de su metraje. Si un malo muere atravesado por una lanza, el siguiente malo morirá decapitado, sumergido en ácido o reventado a tiros. Esto es lo que llamamos "reglas básicas de la narrativa". Su objetivo es hacer el relato imprevisible para el espectador, lo que algunos teóricos conceptualizaron como "desautomatización".
En Cerrar los ojos todo cae enseguida en la automatización. Sabemos que se nos viene encima una charla de dos personas; sabemos que durará largos minutos; sabemos que se cambiará de plano con cada parlamento de cada actor; sabemos qué emoción machacarán sin pausa (la nostalgia y el dolor de envejecer); sabemos cuándo entrará la música (y que será un piano).
Vemos a Manolo Solo hacer la maleta tres, cuatro, cinco veces. Meter ropa en una maleta puede ser expresivo, incluso emocionante
Vemos a Manolo Solo hacer la maleta tres, cuatro, cinco veces. Meter ropa en una maleta puede ser expresivo, incluso emocionante. Aquí no significa absolutamente nada, relleno para alcanzar las tres horas de película: ahora meto los pantalones, ahora meto las camisas. En El apartamento no vemos a Jack Lemmon hacer tres veces espaguetis. En Juego de tronos no envenenan tres veces seguidas. ¿El motivo?: ¡es muy aburrido!
También vemos a Solo ponerse trabajosamente una gabardina después de salir de un edificio; llueve. Corre bajo la lluvia.
Escenas que no dicen nada.
Hay una escena que funciona: Solo y Coronado se miran a los ojos y Solo nota (y notamos) que Coronado (el actor desaparecido y ahora amnésico) no lo reconoce, aun siendo en tiempos su mejor amigo. Lo pillamos.
En la escena siguiente, Solo le dice a Belén: "Lo que más me ha impresionado es que no me ha reconocido". ¡Lo sabemos, tío, lo hemos visto! Lo hemos disfrutado. Pero Erice sabotea su propia escena subrayando el sentimiento. De nuevo, reglas básicas de narrativa: "no lo digas, muéstralo".
Erice sabotea su propia escena subrayando el sentimiento. De nuevo, reglas básicas de narrativa: "no lo digas, muéstralo"
Hay algunos planos bonitos: sábanas tendidas que el viento eleva mientras Solo y Coronado encalan una pared (aunque vistos, las sábanas y sus efectos estéticos, muchas veces: La puerta del cielo, Michael Cimino, 1980; también en alguna de Almodóvar); Coronado enmarcado por los tres palos de una portería (Ramón Masats, supongo); el cartel promocional con Coronado tocando la pantalla de cine donde se proyecta su película inacabada (directamente tomado de Persona, Ingmar Bergman, 1966).
Vemos comer a los ancianos y a las monjitas, platos de duralex, cucharas, sopa, durante varios minutos; y volvemos a verlos comer exactamente igual un rato después. Esa repetición es de una vulgaridad insoportable.
Tanto que, a las dos horas justas de metraje, me salí del cine.
Nunca estará claro por qué un artista debe someterse al juicio de aquellos que no lo son. Primero, de esa cosa tan amplia, demoníaca y caprichosa llamada público; después, de una camarilla con nombre y apellidos, y algo más formada, llamada crítica. Es doloroso. El que más sabe hace algo y todos los que saben menos que él deben darle su aprobación. "¿Quién eres tú para evaluarme a mí?", chuleaba un verso del rapero Kase O. ¿Quién es nadie para evaluar la, así llamada, "nueva obra maestra" de Víctor Erice?
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